Capítulo 4.

26.2K 1.4K 39
                                    

-Pero... ¡me voy a casa ahora mismo! -exclamó Mía con los ojos muy abiertos, llena de incredulidad.

-¿En serio? Ha llegado el momento de la verdad, Mía -advirtió Adam con mirada desafiante-. Puedes salir por esa puerta, no voy a impedírtelo. Pero puedo echarlas a las dos, a ti y a tu amiga. ¡Y créeme, si sales por esa puerta lo haré! - Mía se detuvo a medio camino, helada-. Creo que sería mucho más sensato por tu parte aceptar lo inevitable y venir sin rechistar. Es decir, si es cierto que eres inocente, como dices -añadió en voz baja, escrutándola con ojos negros brillantes e inquisitivos.

-¡Esto es una locura! ¿Para qué iba yo a querer poner en peligro mi puesto de trabajo contándole a nadie lo que he oído?

-Esa información vale un montón de dinero, creo que es un buen motivo -contestó Adam caminando a pasos agigantados hacia la oficina de la que había salido-. ¿Vienes?

-¿A dónde? -musitó Mía.

-Tengo un helicóptero esperando en la azotea, nos llevará al aeropuerto.

-¡Ah...! ¿Un helicóptero? -repitió Mía con voz débil e incrédula.

Adam pareció comprender al fin que Mía estaba paralizada e incrédula ante sus exigencias.

Cruzó la habitación, puso un brazo alrededor de sus hombros y la guió en la dirección en la que quería que lo acompañara. Después hizo una pausa para recoger un grueso abrigo oscuro colgado del respaldo de un sillón y se apresuró a cruzar con ella la principesca oficina hasta una puerta en el extremo opuesto.

-Esto no puede estar ocurriéndome a mí - susurraba Mía medio mareada mientras tropezaba con los escalones que salían a la azotea.

-Yo opino exactamente lo mismo -contestó él escueto, subiendo detrás de ella-. Precisamente en este viaje no tenía ningunas ganas de tener compañía.

Adam alargó una mano para abrir la puerta metálica al final de las escaleras. Una ola de aire frío voló el cabello y la ropa de Mía marcándole la esbelta figura. Ella se echó a temblar.Adam, que ya se había abrochado el abrigo, salió a la azotea pasando por delante y dirigiéndose hacia el helicóptero.

- ¡Date prisa! - gritó volviendo la cabeza por encima del hombro.

-¡Pero si ni siquiera llevo abrigo! -contestó ella perdiendo la paciencia.

Adam se paró en seco y dio la vuelta con aire de severa impaciencia y luego comenzó a desabrocharse el abrigo.

-¡No malgastes tu tiempo! -soltó Mía malhumorada ante aquel despliegue de galantería tardío-. ¡No me pondría tu estúpido abrigo ni aunque pillara una neumonía!

-¡Pues hiélate en silencio! -respondió Adam con un brillo en la mirada.

Mía se encogió de hombros. Sólo la curiosidad del piloto la hizo callar. Insensible a una respuesta como aquélla, que hubiera atemorizado al noventa por ciento de la gente, Mía pasó por delante de Adam y se subió al helicóptero tan tranquila.

-Compraremos ropa en el aeropuerto -comentó él de mal humor sentándose junto al piloto y volviendo hacia ella su perfil clásico y duro-. Tendremos tiempo de sobra mientras esperamos a que llegue tu pasaporte. ¡Probablemente incluso perdamos el turno para despegar!

-¡Qué gracia! -exclamó Mía en un tono inconfundiblemente sarcástico, provocando en él el desconcierto.

Las aspas del helicóptero giraron en el tenso silencio. Mía volvió el rostro hacia fuera. Aquello no podía estar ocurriéndole a ella, se decía una y otra vez mientras el helicóptero se elevaba y atravesaba Londres. Se podía decir que Adam Wells la había secuestrado. ¿Qué otra alternativa le había dado? Ninguna. No podía arriesgarse a que Meg perdiera su trabajo, porque la pobre mujer no contaba con el lujo de un segundo salario.

¿Pero era ella más independiente?, se preguntó Mía. En un caso de supervivencia ella hubiera podido pasarse sin su salario como mujer de la limpieza. Después de todo tenía otro empleo de día y una cuenta bancaria con interesantes ahorros. En realidad Mía vivía como un monje, ahorrando cada centavo deseosa de hacer cualquier sacrificio con tal de alcanzar su objetivo en la vida.

Y ese objetivo era comprar la librería en la que trabajaba desde los dieciséis años. Sin embargo, si el incremento regular de ahorros de su cuenta bancaria cesaba justo cuando estaba a punto de hacerse cargo del negocio, el director de la sucursal bancaria se sentiría decepcionado y sus ambiciones de propietaria sufrirían un fatal revés. Aquél era un momento crucial, con su jefe cada día más anciano y ansioso por retirarse.

Adam era un paranoico, un absoluto paranoico, decidió. Ella, ¿una espía? ¿Acaso leía demasiadas novelas? Sólo era una mujer de la limpieza que había entrado accidentalmente en su santuario. Una mujer de la limpieza que no tenía permiso para trabajar en esa planta y menos aún para entrar en esa oficina, le recordó una débil voz en su interior. Una mujer a la que, además, habían pillado saliendo de detrás de la puerta...

Cierto, concedió Mía reacia. Podía resultar sospechoso. Pero eso no justificaba el que insistiera en no perderla de vista en treinta y seis horas. El hecho de que se la llevara de viaje demostraba que estaba loco.
Y además no era ése el único problema. La forma en que Adam la miraba la ponía furiosa. En medio de toda aquella neblina de sospechas él se había permitido el lujo de mirarla de arriba abajo, como si fuera una mercancía sexual a la venta. Mía apretó los generosos labios y se puso a rumiar aquello.

Bastante había tenido con tolerar a Ricky Bolton, que se negaba a aceptar un no por respuesta y que estaba convencido de que era sólo cuestión de insistir. No era de extrañar que se hubiera incluso mareado. Aquel arrogante no había hecho sino aumentar aún más la repulsa que su subordinado había provocado en ella. Sin embargo Adam Wells era diferente. Adam era uno de esos hombres salvajemente masculinos, la clase de tipo que no podía mirar a una mujer sin preguntarse cómo sería en la cama.

_______________________________
Aquí les dejo otro capítulo. Espero les guste.
Gracias.

¿Amor o Error?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora