Capítulo 3.

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-Le mencioné mi problema a la mujer que limpia esta planta -continuó Mía con respiración entrecortada-, y le pedí que me cambiara por una noche. Después de mucho insistir accedió, y me advirtió que no atravesara las puertas dobles pero... por desgracia hay dos pares de puertas dobles en esta planta.

-Eso es cierto -concedió Adam.

-Me equivoqué de puertas, y estaba a punto de salir cuando escuché pasos y comprendí que venía alguien. Tuve miedo de que fuera un guardia de seguridad, porque eso le hubiera podido causar problemas a Meg, por eso me escondí detrás de la puerta. Fue una estupidez...

-Por aquí no ha venido nadie de seguridad desde las seis -intervino el hombre mayor-. Y cuando llegaste tú, Adam, hace unos diez minutos, la planta estaba vacía.

-Bueno, no sé quién era el que subió. Estuvo parado delante de la puerta unos veinte segundos, y luego se marchó... -añadió Mía mientras su voz se iba desvaneciendo, sin comprender por qué aquellos hombres ponían en entredicho su explicación.

Adam Wells dejó escapar el aire contenido con un silbido, dio un paso atrás y se apoyó sobre el borde de una mesa mirando al otro hombre con ansiedad.

-Vete a casa, Millar, yo me ocuparé de esto.- ordeno Adam.

-Mi deber es quedarme y solucionar este problema...

- Tienes una cita para cenar -le recordó Adam seco-. Y llegas tarde.

Millar lo miró a punto de protestar pero después, al ver la expresión expectante de su jefe, asintió. Antes de marcharse hizo una pausa y dijo:

-Pensaré en ti mañana, Adam.

-Gracias -contestó Adam poniéndose tenso, con los ojos nublados.

Después Adam cerró la puerta tras su empleado y se volvió hacia Mía.

-Me temo que en este asunto no puedo confiar en tu palabra, Mía. Has oído una conversación confidencial -dijo en un tono seguro y definitivo.

-Pero si no estaba escuchando... ¡ni siquiera me interesaba! –contestó Mía asustada.

-Tengo dos preguntas que hacerte -añadió con más suavidad-. ¿Quieres conservar tu empleo? Mía se enervó. Era despreciable que aquel hombre la intimidara utilizando esas tácticas.

-Por supuesto que quiero...

-¿Y quieres que esa otra mujer que te ha cambiado la planta conserve también su empleo?

-Por favor, no involucres a Meg en esto -se apresuró a contestar Mía pálida -. He sido yo quien ha cometido un error, no ella.

-No, ella decidió saltarse las reglas -la contradijo Adam con frialdad-.Está tan involucrada como tú. Si al final resulta que eres una espía pagada por alguno de mis competidores habrás tenido que darle algo por lo que le merezca la pena arriesgar su puesto de trabajo, ¿no crees?

-¿Una espía? ¿Pero qué diablos...? -susurró Mía sin dejar de mirar aquel rostro moreno e irritado, concentrando sobre él toda su atención.

-Eso que me has contado de una tercera persona a la que ni viste ni puedes identificar... resulta muy conveniente para ti -añadió Adam directo-. Así, si hay una filtración, tú tienes cubiertas las espaldas.

-¡No sé de qué estás hablando! -gritó Mía tan nerviosa que ni siquiera podía pensar.

-Espero que no, por tu propio bien -concedió Adam con una expresión de seria sinceridad -. Pero debes comprender que si te dejo marchar ahora me estoy arriesgando mucho. Si le cuentas lo que has oído a quien no debes me causarás graves trastornos.

-¡Pero si ni siquiera podría repetir lo que he oído!

-De modo que sí recuerdas algo. ¡Y hace sólo un segundo asegurabas que no te interesaba en absoluto!

Un leve desmayo atravesó los ojos de Mía, que se quedó mirándolo con el corazón en un puño. Recordaba perfectamente lo que había oído, pero había pensado hacer oídos sordos. Sin embargo aquel hombre la tenía atada de pies y manos. Tenía una mente retorcida, fría y dispuesta para la trampa. Era desconfiado, rápido, exacto y letal en sus juicios. Adam Wells miró el reloj de pulsera y luego a ella.

-Déjame que te explique cómo está la situación, Mía. Tú y la estúpida de tu amiga podéis quedaros a trabajar en este edificio hasta el miércoles, mientras las cosas sigan en marcha, siempre y cuando tú no te apartes de mi vista.

-¿Cómo dices?

-Naturalmente te pagaré por todos los inconvenientes que...

-¿Inconvenientes? -lo interrumpió Mía con voz débil pero esperanzada.

-Supongo que tienes pasaporte, ¿no?

-¿Pasaporte? ¿Y qué tiene eso que ver?

-Tengo que volar a Seúl esta noche, y si tengo que vigilarte para asegurarme de que no utilizas el teléfono necesitaré que vengas conmigo - explicó él con impaciencia.

-¿Pero te has vuelto loco? -musitó Mía temblorosa.

-¿Vives sola o con tu familia?

-Sola, pero...

-Sorprendente. ¿Dónde guardas el pasaporte? - continuó preguntando Adam sin dejar de mirar aquel bello rostro.

-En la mesilla, pero ¿por qué...?
Adam marcó un número de teléfono en el móvil.

-No veo ninguna otra alternativa. Podría encerrarte en algún lugar, pero me temo que eso te gustaría aún menos. Y no puedo pedirle a mis empleados que te vigilen mientras me voy de viaje. Tienes que acompañarme, y de buen grado.

¿De buen grado? ¿Por su propia voluntad? Mía finalmente se quedó boquiabierta al comprender que estaba hablando en serio. Adam comenzó a hablar por teléfono en coreano en tono brusco y dominante.
Escuchó que mencionaba su nombre y se intranquilizó aún más.

-Pero... yo... ¡te juro que no le diré a nadie lo que he oído! -protestó enfebrecida mientras él colgaba el teléfono.

-No me basta. ¡Ah! y, otra cosa más: le he ordenado a uno de mis empleados que abra tu taquilla y saque las llaves de tu casa.

-¿Que has hecho qué? -preguntó Mía irritándose.

-Tu dirección está en los archivos de personal. Demitrios recogerá tu pasaporte y lo llevará al aeropuerto.

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Aquí les dejo un capítulo extra.
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