Capitulo 4

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Entrar a la habitación de sus padres se había vuelto algo habitual para el pequeño, solía subirse a un banco y robarle la caja de fotografías a su madre sin que nadie se enterara. Mientras cada integrante de la familia se encontraba concentrado en sus asuntos el niño revoloteaba por toda la casa con los álbumes en sus manos. Corría de una habitación a otra hasta encontrar el escondite adecuado para no ser encontrado, y casi siempre terminaba en el armario de su hermano.

Su madre ocupaba la cocina con sus recetas, el padre solía usurpar el sillón de la sala mientras miraba la televisión, su hermano vagaba por el jardín mientras plasmaba palabras en un cuaderno, demasiado concentrado como para notar que su travieso hermanito entraba en su cuarto una vez más. Subiendo sigilosamente la escalera hacia las habitaciones de ambos jóvenes, a la derecha la de su hermano y a la izquierda la suya, pero él amaba el riesgo, y el entrar en esa habitación prohibida lo hacia el lugar perfecto.

Cuando entro allí, todo estaba oscuro, tomo la linterna y el jovencito comenzó a explorar la habitación nuevamente, supo que el lugar perfecto seria su ropero, un lugar cómodo y escondido donde nadie lo molestaría, lo dejarían ser quien quisiera, ese pequeño espacio en el que se sentía protegido, sin muchas razones, sabía que si lo llegaban a encontrar allí firmaría su sentencia de muerte.

Una vez adentro, se sentó sobre la pila de pantalones y cerró la puerta de su escondite, con la linternita se dispuso a mirar cada una de las fotos de los álbumes, inventando historias sobre algunas personas que no conocía, así mismo como intentaba esforzarse en recordar situaciones en las que nunca había estado.

Los minutos pasaron, y las primeras gotas de la lluvia comenzaban a caer sobre el tejado de la casa, mientras el niño continuaba en su mundo, en el resto de la casa todo había cambiado. El joven que antes se encontraba inmerso en su escritura debió correr hacia adentro para no mojarse, mientras su padre lo regañaba por estar ahí afuera "haciendo nada", y su madre corría en busca de la ropa que se encontraba colgada secándose, ahora en riesgo de volver a mojarse.

El mayor de los hermanos se dirigió a su habitación, sin siquiera responder a su padre, estaba decidido en escuchar música hasta la madrugada sin prestar atención a nada de lo que pasara a su alrededor. Entro en su cuarto y con un portazo cerró la puerta. Arrojo el cuaderno sobre una pared, y sin más, tomo sus auriculares y se dirigió a su cama. Aun no se había percatado de la presencia de un espía que lo observaba con mucha atención, sin hacer el más mínimo ruido.

El niño comenzó a pensar como saldría de ahí sin morir en el intento, el dragón se encontraba furioso y ni con mil escudos podría defenderse. Así se le ocurrió esperar hasta que se durmiera, pero para eso faltaría mucho más de lo que imaginaba.

Ahora ya con la música a todo volumen, el joven se sentó sobre su cama, y las lágrimas comenzaron a brotar, una a una fueron saliendo en silencio.

-¿Por qué? ¿Cuánto más debo soportar esto?....- las palabras salían de su boca como bombas para los oídos del niño que escuchaba atento cada una de ellas.- ¿algún día cambiaran? ¿Cuándo? Debo resistir pero no sé si lo logre, debo hacerlo por él, es demasiado inocente para recibir todos esos golpes él solo, él es demasiado especial, ¡no lo pueden arruinar! ¡ME OYERON! ¡NO LO VAN A ARRUINAR A EL TAMBIEN! - grito el joven, haciendo tambalear a su hermanito, que se logró componer aunque haciendo algo de ruido, aun así el otro se encontraba demasiado concentrado para poder notarlo. Las lágrimas salían de sus ojos en forma de cascadas y su voz temblaba, pero algo le dijo al niño que esta no era la primera vez que esto sucedía. - ¿Cuánto más?... ¿algún día se darán cuenta de lo que hacen?... ¿algún día cambiaran?

El joven tomo sus piernas y sollozo sobre ellas, la angustia lo consumía en vida, y eso hizo que el niño que se encontraba divirtiéndose hace unos minutos atrás ya no volviera jamás. Ese día nació otra persona.

Salió del armario, dejando el álbum de fotos atrás, y mientras su hermano mayor no notaba su presencia, Dylan se sentó a su lado y lo abrazo como nunca antes lo había hecho. Sin decir una palabra Kaleb lo miro a los ojos y solo le siguió el gesto. Entre las lágrimas se pudo notar que un lazo se había forjado en ese instante, ambos sabían lo que el otro necesitaba, lo que el otro pensaba y ahora sabían lo que el otro sentía. 

SempiternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora