Los licántropos aullaron en las noches eternas. Su lamento fue escuchado por las últimas tribus, rezaron y arrojaron incienso a las hogueras.
Alguien recitó el poema de la consumación y sus ecos fueron llevados por los vientos, atravesando siglos. Después descendió de la montaña, sonriendo.
Los corazones de las diez mil vírgenes de la costa se estremecieron, reconocieron a su alado dueño y entonaron el dulce canto que aún perdura.
Transida su alma por las melodías, la princesa descendió una noche por el talud de la ribera hacia la fresca corriente. Seres fantásticos la sobrevolaban. Los perfumes de Oriente flotaban en el aire. Levantó la vista hacia los astros, contemplándolos largo rato. Luego, al día siguiente, se perdió con una caravana que seguía el camino de la estrella Polar.
Un niño recibía, con ojos brillantes, el relato consagrado de todo el Universo. Años más tarde, su hijo encadenaba perlas en el hilo del tiempo.
El gran guerrero exigía ardor y se regocijaba después, libando bajo la sombra de las parras, mientras orfebres dorados martilleaban sus hazañas. El sabio meditaba, absorto, ante un círculo en la arena. Después llamó a sus discípulos y les dijo: sé dónde están los archipiélagos de la dicha, id a buscarlos y que los poetas os acompañen.
¡Ah, los balcones purísimos sobre los parterres que bajan hasta el mar, iluminados por los postreros rayos del ocaso, las balaustradas donde la amada recoge las caricias de la brisa, enredada en sus cabellos! Historias incesantes que aguardan el despliegue de los cortinajes rojos.
Hay una vereda que se adentra en el bosque interminable. Bajo los arcos floridos, una elegante calesa lleva a un mensajero tan hermoso e inquietante como un joven dios. Tras entregar su mensaje, unos ojos vacíos mirarán las alfombras ensangrentadas.
En el otro extremo del mundo, en la casa en el confín de la tierra, alguien espera, soñando, palabras coloreadas por el iris de la neblina acuosa. Su alma tiembla cuando las alondras cantoras le advierten que debe abrir los amplios ventanales acristalados, pues los anuncios se acompañan de un nuevo y anhelado perfume.
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El Vigilante del Tiempo
PoesiaAquí encontraréis todos los posos sentimentales que el tiempo va dejando en el fondo de mi alma.