Preparó sus lentejas como de costumbre.
Bebió a sorbos su refresco. Se enfundó en su manta de lana, encendió el cigarro, abrió su libro de dramaturgo y decidió leer hasta que el sueño ganara la batalla.
El timbre ronco de su teléfono sonó a las tres de la madrugada. Se despertó con pavura , tanteó su móvil desperdigado y atendió la llamada sin estar totalmente conciente que era la madrugada.
Un hola entre cortes fuera de cobertura, el ruido de turbinas o algo parecido despertaron a Margot. Pudo reaccionar, encendió las luces del salón, fue hacia la ventana buscando señal, gritó fuerte para saber quien era.Roberto. Había sido jugador de golf, un aficionado con anhelos de superación, ex pareja de Margot, un caprichoso insensato que la había abandonado cientos de veces y ninguna vez, definitivamente.
Había aterrizado en su ciudad, se había olvidado que ambos habían acabado la relación, pero cada vez que él la necesitaba, ella estaba presente, solucionando cada uno de sus problemas.
Y ésta vez...no iba a ser menos.
Llovía torrencialmente, los faros de su coche apenas alumbraban la carretera. Iba a recogerlo, le iba a dar otra vez su brazo o su ingenuidad. Roberto había sufrido un robo y no tenía donde alojarse.
Ironías de la vida, Margot estaba dispuesta a prestarle un refugio. Su casa.
Se sacudieron los restos de agua de sus paraguas. Se quitaron sus zapatos, Margot encendió su estufa, calentó agua para un té, y le dispuso la invitación a una ducha. Le dejó ropa que aún conserbava de él, y prosigió con el Té, que estaba tan oscuro como la noche.Ambos disfrazaban la tensión recordando sus años felices. Él le agradeció casi toda la noche su hospitalidad.
Margot lo amaba. En su intento por disimular, le temblaba el alma. Ella estaba venturosa de que él estuviera otra vez allí.
Eran las seis, el amanecer empezaba a nacer por el color oro del cielo. La lluvia menguaba. Ella se dirigió a su cuarto y él al suyo.
Ambos tenían deseos de estar juntos. Ella más.
Él era de esos hombres fantasmas. Nunca se sabía con certeza con quien estaba, donde trabajaba, dónde vivía. Pero se las ingeniaba para seducir la vulnerabilidad de Margot.
Las puertas se abrieron casi a la vez.
Sin decir una palabra se besaron apasionados.
Los escoltó el ruido ténue de las últimas gotas.Era domingo.
La soledad de su casa inundó nuevamente las costumbres de Margot.
Como siempre él la había abandonado después de necesitarla.
Ella sentía un cierto regocijo por estar presente.
Tocaron su puerta.
Su nuevo vecino venía a presentarse.
Margot le abrió y lo saludó atentamente.
Hablaron de arte, de cine, de la ciudad, de los desamores, de los valores de la vida.
Bebieron vino.
Luego otro.
Pidieron empanadas. Siguieron hablando hasta el anochecer.
Nunca ántes esa casa tuvo tanta calidez.La semana siguiente tenía una invitación al cine. Hacía años que no tenía una cita.
Su vecino, profesor como ella, conocía perfectamente que a Margot le apasionaba el drama. La invitó a degustar un buen estreno.
Ella encontró en la compañía un aliado de aventuras.Aquel sábado dos meses después, suena su teléfono.
Roberto en el aeropuerto. Ésta vez con menos escusas. Se había podido escapar unos días y pensó en visitarla.
Margot colgó. Tragó su amor como jarabe agrio.
Corrió a la cama y abrazó fuerte a ese hombre amigo, al cómplice de sus desventuras. Se aferró para darse cuenta que por mucho tiempo alguien se quedaba.Y la manta cayó al suelo.
Y su pijama, y sus pulseras, y su verguenza.
Lo amó.
...Y aquel teléfono sonó infinito toda la noche...
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Once Relatos.
RandomOnce Relatos Cortos. Once vidas. Cualquier similitud con la realidad... Es pura coincidencia.