Los zapatos rojos:

509 7 1
                                        

Susana era de esas mujeres mágicas. Te hacía bien hasta cuando sonreía. Era la mayor de tres hermanos, y aunque tímida e introvertida, presumía sin saberlo,de una inteligencia sabia. Llevaba muchos años aplicando un puesto de maestra en la ciudad. El pueblo no le brindaba demasiadas oportunidades, y mientras tanto, ayudaba a su padre en la venta de frutas y verduras. Un puesto afincado desde que sus tatarabuelos llegaron de Italia con todo ese arraigado tesón de campesinos.
Era huérfana de madre, y todo lo que hacía de su vida era ayudar a su padre, que delegaba casi su propia vida para que se la resolvieran. No era una mujer agraciada, tenía unos rasgos definidos y profundos. Una sonrisa prominente, y unos ojos marrones y enormes para sus pequeños párpados. Lo que sí tenía, era una mezcla de dulzura y sensatez. Era tan alta y tosca a la vez.
No se le conocía novio alguno. Lo que propiciaba los comentarios degradantes de los chismosos. Que era sucia, que era triste, que era mezquina, y hasta dijeron que era aburrida. Lo que Susana soñaba con todas sus fuerzas, era poder mudarse a la ciudad. Trabajar como maestra. Alquilarse una habitación, conocer el enigma que tienen las urbes. El olor a desayunos y tabaco. A cemento mojado. Sentir la prisa inquieta de las personas que van como fantasmas, deambulando, cumpliendo horarios, apretarse en los autobuses, porque el espacio cada vez está más cotizado.
Susana quería vivir su propia vida. Hacer amigos, tararear una canción con alguien que le guste los Beatles. ¡Por dios, pero, a quien no le gustan! Dejarse llevar por las luces de una noche, siguiendo los faroles, cruzando de punta a punta toda la estela que dejan los reflejos, llegar a ninguna parte, encontrarse, sentirse un poco más completa...

El verano agrietaba las hojas secas del campo, el viento era caliente y el chillido de las chicharras era la premonición de una fuerte lluvia. Aun así, el cartero llegó con buenas noticias para ella.
Su candidatura había sido aprobada, en un mes tenía que trasladarse a la ciudad y comenzar a dar clases . Todo había sucedido muy diligente, apenas le dio tiempo para organizarse, despedir a sus conocidos, y por referencias, llevaba la dirección de una habitación para alojarse.
Su padre la observó marcharse; tragó con disimulo una honda tristeza. Rezó a cuantos santos conociera para que su hija regresara pronto, para que nada de la gran ciudad la enamorara.
...Pero Susana tenia la férrea convicción de que sería muy feliz. Era todo lo que ella había deseado.
Llegó con el mismo calor , aun mas húmedo y denso. El barrio era una mina de personas que caminaban sin mirarse, leyendo periódicos, bebiendo y comiendo mientras se pisaban unos a otros para cruzar primeros los metros de acera. Un auténtico caos que le aceleraba el corazón. Toda una aventura para ella. Se instaló en una habitación de veinte metros cuadrados, una minúscula ventana donde el sol entraba dosificado entre las rendijas descascaradas. Aún así, para ella todo era una andanza, un genuino sentimiento de libertad.
Su primer día fue muy inquieta, el bochorno y los ruidos insoportables de las bocinas , frenos y bullicio no la dejaron dormir. Se distrajo casi toda la noche con un ruido extraño que provenía del piso de arriba. Primero oyó unos pasos firmes, eran tacones, debía indudablemente ser una mujer, los oyó desde el primer escalón hasta el ultimo, pasando por su rellano, y subiendo al tercero, el último de ese bloque antiguo . Allí, alguien le abrió la puerta, incluso deberían haberla esperado. Un golpe le indico a Susana que esa mujer con tacos enormes ya estaba dentro , vaya a saber si vivía ahí, o era solo una visita. En ningún momento se quitó los zapatos, porque cada paso retumbaba en el techo, pareciendo que en cualquier momento se desplomaría la cal desgastada , y esa mujer caería en su cama.
La noche siguiente la despertó el mismo sonido, los mismos tacones, los mismos pasos, la puerta que se abría y cerraba y esas pisadas incesantes andaban por toda la casa , retumbando en la habitación de Susana, que intentaba taparse los oídos para conciliar el sueño. ¿Como es posible que esa mujer para andar en la casa no se quitara los zapatos?
Tuvo la intensión de esperar a que la mujer bajara y decirle que llevaba dos noches sin dormir por culpa de sus tacones. Y así lo hizo. Estuvo pendiente de cada paso que marcaban los tacos desde el techo. Esa noche no tuvo la ocasión de cruzarse con esa mujer. Se durmió . Una largo y profundo sueño.
La sirena, las zancadas , los gritos en el edificio la despertaron bruscamente. Abrió la puerta , dos agentes de policía la miraron de arriba abajo, desde la planta de arriba bajaban médicos con una camilla y un cadáver. Susana no pudo contener el espanto de tal acontecimiento. Estaba perturbada, confundida. Los agentes inmediatamente la sumergieron en un mar de interrogatorios. Ella les explicó con esa inocencia de pueblerina, que había llegado a la ciudad solo hacia unos días, que no conocía a nadie.
Ni siquiera pudo ver quien era el fallecido.
Los agentes le pidieron que no saliera de su habitación, y así fue. Se quedó arrinconada en la cama, mirando desde la reducida ventana lo poco que podía avistar. ¿Que había sucedido en ese cuarto, por qué alguien estaba muerto?

La noche desdibujaba las luces de la ciudad, los coches se veían alineados en la avenida, y desde su habitación Susana soñaba con ya poder salir y pasear un poco. Mañana lo haría, tenia el anhelo de sentir como lo hace una mujer de ciudad, quería sentarse en las hamburgueserías, ir a comprar helado, y elegir una película para ver en el cine.
A media noche, algo interrumpió su descanso. Susana comenzó a oír muy claramente los tacones subir las escaleras. Se puso pálida, su corazón latía rápido. le sudaban las manos, se percató de que la puerta estuviera muy bien cerrada, se sintió tonta en no decirle nada a los agentes que había oído a esa mujer. Tuvo el impulso de salir y ver quien era, pero los tacones se detuvieron en su portal. Susana estaba muy nerviosa y aterrada. Nunca se había encontrado con una situación semejante. Tenia miedo.
Golpearon su puerta, ella comenzó a temblar , estaba atemorizada. Por nada del mundo abriría. Se cubrió entera con la manta de la cama, se tapó los oídos cerrando fuerte los ojos . Así, se quedó toda la noche hasta que la venció el sueño.
A la mañana siguiente recogió sus cosas, buscó otro alquiler, no quiso regresar jamas ni a ese barrio y mucho menos a esa habitación.
Nunca olvidará como sonaban esos tacones. Nunca sabrá lo que sucedió allí.
A la siguiente mañana, el periódico principal de la ciudad, mostraba una trágica noticia.
"Muere el actor más popular, escondido por un escarceo amoroso, hombre millonario, muere en el conflictivo barrio Royal, en una tercera planta, asesinado. Las autoridades policiales exigen que si alguien puede colaborar en el caso lo haga de inmediato. La familia del actor ha pagado abogados millonarios".

Susana tragó saliva. Ella era la persona que oyó a esa mujer pero nunca pudo verla. Había sido casi un testigo primordial.

Cuando todo casi estaba olvidado para ella, sus clases iban perfectas, estaba disfrutando de todo lo que había anhelado, llegaron a su nuevo piso cuatros coches policiales, mucha gente con prisas y credenciales.
- ¿Susana Lavini Lopimiolo?- Le gritaron abriéndole la puerta con una brutal fuerza.
- Si, soy yo- respondió con un terrible pánico y sobresalto.
- Hemos encontrado en su antigua habitación de la que huyó después del crimen del edificio Royal, ¡éstos zapatos!- Y el agente mostró una bolsa transparente y dentro, unos realzados tacones rojos.
- Estos zapatos señorita, que usted habrá olvidado al marcharse, coinciden con las huellas del crimen, tendrá que acompañarnos y queda detenida.

Nunca creyeron su testimonio. La condenaron a más de treinta años. Le robaron la vida a sorbos de injusticias. Fue la mejor coartada para que los abogados pudieran cerrar sus negocios millonarios si " atrapaban" al culpable.
Susana fue culpada de una forma desaforada.
La prensa de esa época se hizo eco de calumnias mediáticas.
La vida pasó con tal desidia , que se convirtió en una mujer vacía, oscura, retraída. Los años la castigaron más que la injusticia.
...Nadie la recordaba. Su padre había fallecido hace tiempo, sus hermanos se mudaron dejando a la deriva la vida de campo. - Hoy estoy más que nervioso y ansioso porque voy a entrevistarla-

La veo llegar ligeramente encorvada. Tiene el rostro hostigado, la mirada sedienta de alguien que encuentre en ella el sentido a todo. Llega afanosa de unas manos que la aprieten, y tal vez , de un abrazo que le devuelva algo de todas sus partes quebradas.
Me sudan las manos. Es una historia apasionante pero a la vez muy desafiante.
- Siempre se consideró inocente doña Susana, ha pensado ahora que es libre en apelar a los adelantos de la ciencia, no sé, adn, nueva revisión del caso...
Me miró con una sensatez pacífica. Sonrió a medias, con una ironía camuflada.
- Muchacho, tengo ya mucha vida en éstos años, no quiero perder el tiempo en demostrarle al mundo mi inocencia...Voy a regresar al campo, retomaré algunos de mis sueños que no florecieron, y me compraré unos tacones rojos, que siempre fueron mis preferidos...

- Me fuí de allí sin la entrevista, perdiendo papeles en el camino y con toda mi incertidumbre en una pluma.

Once Relatos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora