Capítulo 1. Pies mojados

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Diana sujetó del brazo a Ainhoa, que iba lanzada a cruzar el paso de peatones sin mirar. La lluvia caía con fuerza y no quería mojarse los pies. Por excusa de compartir paraguas, caminaban agarradas de la cintura. Aun así, era difícil esquivar los charcos. 

Por fin, lograron cruzar y se refugiaron bajo el gran zaguán del hospital.

--Tenía que haber pasado por mi casa a por unas botas --dijo Ainhoa sacudiéndose los pies. Tenía las zapatillas empapadas.

--Anda, que... --le reprochó Diana con dulzura--. Creo que tengo unos calcetines en la taquilla.

--No, si yo también --dijo Ainhoa--, pero sabes que esto no me hubiera pasado si viviéramos juntas.

--¿Otra vez con eso?  --protestó la cardióloga.

Las chicas entraron al hospital.

--Si es que es lo más inteligente, Diana. Ahorraríamos un alquiler y dejaríamos de estar yendo de un lado a otro, sin saber dónde tenemos las cosas.

Diana se detuvo frente al mostrador de entrada.

--Pero levantaría sospechas aquí --susurró mientras miraba a un lado y a otro.

Ainhoa suspiró y miró al techo.

--Ainhoa, ya te pedí que no me presionaras --dijo Diana, y, como si se hubiera dado cuenta de lo dura que estaba siendo con su novia, le concedió una fugaz caricia en la mejilla--. Nos vemos luego, ¿vale?

Diana se internó en los pasillos del centro médico dejando a Ainhoa con gesto triste, sólo mitigado por la aparición de Soto, que se acercaba a interesarse por su amiga

--¿Todo bien? --preguntó.

Ainhoa miró al suelo. Estaba dejando un pequeño charco bajo sus pies conforme las zapatillas soltaban agua.

--Le he propuesto a Diana vivir juntas, pero no entra en sus planes.

--Vais a diferentes velocidades --dijo Soto.

--Sí, pero no entiendo por qué Diana no quiere dar más pasos conmigo. Estamos muy bien juntas, ¿es que no está segura de lo nuestro?

El rumor de la lluvia se oía con intensidad cada vez que las puertas del hospital se abrían. Soto le frotó el brazo.

--Claro que lo está, pero cada persona tiene su ritmo. Ten un poco de paciencia con ella --le dijo para consolarla--. Y ve a cambiarte de calzado, que al final te vas a resfriar.

Ainhoa aceptó la regañina y fue a cambiarse al vestuario.


El despacho de Diana acusaba mucho la humedad cuando llovía. Accedió a su ordenador y dio un repaso rápido a los informes de sus pacientes antes de comenzar la ronda. Iba a dar de alta a un par de ellos, y tenía a otra paciente fuera de peligro a la espera de unos resultados para concretar el diagnóstico. Además, los días de lluvia se notaba un bajón en las visitas a urgencias por lo que el día prometía ser tranquilo. Pese a eso, Diana se mostraba nerviosa. Tenía la mirada perdida más allá de la pantalla y se mordía el pulgar con insistencia.

Alguien llamó a su puerta y a Diana le cambió la cara al ver quién era. Un hombre delgado y algo ojeroso se sacudía el pelo mojado. Gotas de agua jugaban entre sus rizos

--Vaya, salgo de Guatemala y me vengo a Guatepeor --dijo.

--¡Fran! --saltó Diana--. ¿Qué haces aquí?

Diana salió de su escritorio y se lanzó a abrazar a su hermano. Fran le rodeó la cintura y la levantó un poco en el aire.

--Tato, tato --decía anclada a su cuello, con lágrimas en los ojos.


Dianhoa: Dos metros cuadradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora