Capítulo 2. El antídoto a la fiebre

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Fran hundió la cara en los rizos de su hermana.

--Ay, mi médico sin fronteras --Diana aspiró el aroma de su hermano y cerró los ojos. Luego, se despegó de él y le dio un puñetazo en el hombro.

--¡Auch! --se quejó Fran.

--Seguro que llevas una semana en España y vienes ahora --le dijo Diana.

Su hermano se frotó el hombro con fuerza.

--La verdad es que sí. Bueno, una semana no, pero sí he estado algunos días en el Pirineo. Para desconectar, ¿sabes? --reconoció--. Estaré unos días por aquí y luego volveré a Guatemala.

La sonrisa de Diana escondía algo de decepción.

--¿Has ido a ver a papá?

--Todavía no. No sé si lo haré.

--¿Cómo que no? ¡Es tu padre! Hace siglos que no te ve --Diana no daba crédito a la decisión de su hermano.

--Por eso mismo. Igual no me reconoce.

--Claro que te reconocerá --dijo Diana mientras le acariciaba las mejillas--. Eres su hijo.

Fran esquivó los ojos de la cardióloga.

--Sería muy duro para mí si no me reconociera.

Diana dio un paso atrás y le miró con dureza.

--¿Duro para ti, Fran? ¿En serio? --dijo Diana con los brazos en jarra. Le habían salido unas arruguitas en la frente al fruncir el ceño--. Es duro para él, que está viendo cómo su memoria se desvanece día a día. Y también para mí, claro, pero eso a ti te da igual.

--¡No me da igual!

--Si no te da igual, ¿por qué te vas a ir otra vez? ¿Por qué no te quedas en España?

--No puedo...

Diana soltó un grave suspiro que sonó casi como un rugido.

--Diana, hermanita, no te enfades conmigo. Sé que no me entiendes, pero no puedo.

Fran se acercó a ella y le cogió de la mano. La acarició con el pulgar como lo hacía Ainhoa cuando quería abrazarla en los pasillos del hospital.

--Cuéntame qué tal te va la vida. ¿Tienes a alguien?

--No me cambies de tema... --protestó Diana embelesada todavía en el pulgar de su hermano.

--Eso es un sí. Me lo tienes que presentar para tener una charla de hombre a hombre, ya sabes.

--Pf --bufó Diana--, vaya tontería acabas de soltar. Sé cuidarme sola. Además, no puedes venir a España una vez cada dos o tres años y hacer de hermano mayor como si no pasara nada.

Fran levantó los brazos en señal de rendición.

--Vale, vale, perdón --Sacudió la cabeza y sus rizos se agitaron--. Iré a ver a papá luego. ¿Contenta?

--Pues sí --respondió Diana.

Los hermanos se abrazaron de nuevo y Fran le prometió volver por el hospital antes de irse.

Después de la ronda, Diana buscó a Ainhoa por el hospital. Cada vez le resultaba más complicado esquivar las preguntas de sus compañeros cuando preguntaba por ella.

--Pues no, no he visto a Cortel, pero yo sí puedo invitarte a un café --dijo Daca.

--Te lo agradezco, pero necesito hablar con ella. Por un tema médico, ¿sabes?

Dianhoa: Dos metros cuadradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora