Sol

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Una nueva fiesta se llevaba a cabo en ese momento.

No era nada nuevo ni tampoco extraño que en el reino del sol se celebraran enormes y ostentosas fiestas que eran realizadas en honor a Ji Min quién, siendo el Dios del Sol, siempre recibía sortijas y regalos de todo tipo, todos y cada uno con un valor mayor al anterior.

Durante siglos, había creído que era feliz con todo eso, pero dejo de sentirse contento un día.

Su curiosidad había nacido a raíz de alguien mencionando que era tarde, que Ji Min debía descansar ya para darle pasó a la otra deidad que regía en la tierra: La deidad de la Luna.

Aquel día fue cuando todo cambió en su vida.

Fue tan solo por un pequeño periodo de tiempo y de forma milagrosa ya que siempre era vigilado, pero logró escuchar la música proveniente de la luna. Una música llena de pasión, de dulzura y un tono grave que expresaba melancolía.

"Existe una deidad de la Luna." Le habían comentado. "Pero siempre corres riesgo de quemarle si te acercas".

Ji Min era el sol, no podía estar triste, debía ser cálido y proteger todo lo bello que lo rodease. Sin embargo, le entristecía cada día más estar perdidamente enamorado de quien haya creado esa música, de la supuesta deidad en la Luna como le habían dicho.

Su voz no servía para gritarle sus sentimientos y temía alejarle o quemarle si avanzaba.

Aquellos pensamientos estaban destruyendo lentamente al Dios del Sol, enloqueciéndolo por saber de la existencia de alguien capaz de crear aquel sentimiento tan hermoso y tan triste a la vez.

Nadie podía lograr de esa manera que estuviera feliz y al mismo tiempo se sintiera tan triste. Ji Min se sentía en el limbo, feliz de ser capaz de escuchar a la deidad de la Luna, pero sentía que su desdicha era grande por no ser siquiera capaz de acercarse, aunque fuese tan sólo un poco.

— Es tan injusto. —Se quejó un día, siendo escuchado por la persona que le había precedido en aquella labor como Dios del sol. Su única compañía en esos momentos en que el reino del Sol no estaba de fiesta.

— Esto es una responsabilidad, Ji Min. Y lo sabes. —Mencionó el joven alto, antes de dirigirse hacia él y tomar asiento justo a su lado.

— Aun así... es injusto. —Murmuró. — Incluso contigo lo fueron... te quitaron el lugar como Dios por enamorarte de aquel humano y no satisfechos con eso, tampoco te dejaron ir donde él. Y si ellos saben que yo...

— Harán lo mismo, van a quitarte del puesto. Y no tenías que ser tan claro. —Mencionó con obvia molestia el mayor y al mismo tiempo una expresión que demostraba que aún le dolía lo que había sucedido.

— Chan Yeol, yo... lo siento. —Sabía que había metido la pata al mencionar al humano que había vivido hace siglos atrás en la tierra, la razón por la cual al mayor de los Park le había sido revocado el papel de Dios del Sol.

El anterior Dios se había enamorado de un mortal y por ello lo habían condenado a no ser capaz de verlo nunca más, incapaz de abandonar el lugar de los Dioses como un mortal, pero sin un título directo como Deidad también. Sólo fue capaz de enterarse que aquel humano lo había esperado hasta el último de sus días, esperando poder reencontrarse en otra vida.

Tras aquellas palabras, Chan Yeol había dejado solo al dios de cabellera rubia, esperando que pudiese pensar más claramente qué es lo que haría.

Aquella decisión no le correspondía a él, ni a ningún otro Dios ni a los semi-dioses. Nadie tenía derecho a decidir por Ji Min, al menos esperaba que los demás pudieran entender eso y se diesen cuenta que provocar lo que habían hecho con él no era solución a nada en realidad. Por sobre todo, ChanYeol quería que su hermano menor fuese feliz.

Eclipse «VMin»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora