五 (Cinco)

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V

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V

Y entonces Victor comienza a esforzarse con todo lo que tiene en casa, limpia, lava, ayuda, hace todo lo posible para que el horario de Yuri esté disponible cada día, aunque es imposible lograrlo en ocasiones. No obstante, su pueril objetivo es ser de ayuda para que ambos, entonces, puedan salir a patinar, puedan moverse y disfrutar de sus cuerpos en el hielo.

Y así es cada día, para que en la tarde, Yuri le diga que pueden salir, que pueden patinar.

Victor aprende rápido a patinar de una manera esbelta y entonces, un día de esos, se da cuenta de que los demás ya saben a qué hora saldrá a patinar con su pareja, que aquellos lo conocen y se sientan en la nieve a verle patinar.

Él en realidad es excelente en ello, a pesar de no esperar que una multitud fuese a verlo, se asusta, teme y el estómago cosquillea por los nervios, pero se siente feliz de hacerlo bien.

Yuri, tu cónyuge es magnífico, tiene la belleza del invierno y la gracia de la brisa primaveral, he de felicitarte, los invito a ambos a una cena.

Un conocido del escritor habla palmeándole el hombro, mientras Victor patina con devoción. Pero el pelinegro tiembla y entonces ve la profanación de aquel de cabellera plateada ante sus ojos, teme que se haga realidad y niega.

Pero si he de estar muy ocupado, Chris, no creo que podamos, Victor me ayuda con mi oficio y realmente es complicado.

Se queja casi mintiendo con maestría, pero aquél otro de rubios y desordenados cabellos ríe y da en el clavo con una expresión desinteresada:

¿Cómo es eso, si todos los días vienes con él aquí?

El pánico se apodera de las facciones del azabache y entonces llama a su pareja y le solicita angustiado que vuelva a casa con él. Grita, se desespera y lo llama una y otra vez, con afán, pues sus pensamientos no son buenos y prefiere no exponerse a que aquél otro o incluso alguien externo le haga daño al precioso ente de orbes azules y cabellos de fina plata, cuya emoción en el hielo crece incesante, patina, da vueltas, salta, un flip, el cabello se mueve con el viento y el movimiento de su cuerpo, jadea, disfruta del acto, pero, Yuri llama y él no puede evitar amarlo, pues le dio la vida y su primer y único amor en esta misma.

Victor parece entender y algo triste, se retira del agua congelada y, de la mano de un apresurado Yuri, va a casa, corriendo, porque no puede volar; corriendo, porque la atención no quieren llamar.

Los patines vuelven a su sitio bajo la cama, la gabardina se mete en el armario y con los finos dedos de nudillos rosas debido al frío del exterior, deshace su trenza. Camina, da un paso, dos, tres y sus brazos, delicados, envuelven al angustiado escritor por la espalda y cuestiona con un suspiro acerca de lo acontecido, pues no ve motivos para la alteración del pelinegro, no ve motivos para privarle de la libertad de patinar, cuando lo disfrutaba, cuando no estaba haciendo nada malo.

Victor, no aceptes propuestas de extraños, no aceptes invitaciones y jamás te quites la gabardina. No debes permitirles ver nada de lo que yo he visto. No has de mostrarle a nadie tu belleza, porque sólo yo puedo verla, porque sólo yo puedo tocarla. Y tú... debes agradecer, debes agradecerme cuidándote de la vil maleza de esos seres. Porque tú eres y siempre serás mi anhelo y mi tortura.

El pelinegro niega, en desaprobación, tan preocupado como conmocionado y deja sus lentes sobre la mesa, para, seguidamente, abrazar también a Victor.

Yuri, cariño, si tú no deseas que salga, ya no lo haré, ya no voy a patinar, yaceré a tu lado y bailaremos de noche en la habitación. No quiero ser motivo de tu infelicidad.

Yuri sonríe, pero se niega a ello, pues, sería expiar un poco más de la libertad de su preciado Victor, aquél que le regala una sonrisa a diario, que compensa cualquier tragedia y sabe equilibrar su vida. Sabe que no puede continuar de esa manera. Sabe que ha de ser más flexible con él, pero teme con devoción que algún día alguien lo dañe, que alguien se atreva a quebrantarlo.

Así que en realidad no hay cambio alguno, Victor patina, Yuri escribe, la música suena y ellos bailan. Los besos son húmedos y las noches eternas.

Acontece poco más de un par de semanas antes de que exista otra petición, una invitación para ambos, una cena. Yuri sabe que no puede seguir negándose.

Y acepta. Accede a enseñarle al mundo lo que su preciada y maravillosa hada sin alas posee.

Yacen, entonces, sentados, uno junto al otro, con gabardinas largas y sonrisas en el rostro, una de nerviosismo y otra de auténtica felicidad, los demás sonríen también con la presencia de aquellos allí.

La noche es larga, la intermisa Selene se encarga de que todo sea más largo que de costumbre, de que parezca que llevan miles de horas allí, aunque sólo hayan sido dos. O así es su efecto vespertino en Yuri, quien, nervioso, aguarda devotamente la finalización de la mortífera cena, en donde cada rostro significa para él la perversión, profanación y la necesidad de ver qué secreto oculta Victor.

Pero el milagro ocurre, Victor no es descubierto; nadie es profanado.

Yuri suspira al final de la noche y su sonrisa sufre un proceso de metamorfosis, ahora es felicidad, pura, auténtica. Y abraza a Victor. Y lo felicita aunque él no entiende el motivo.

Pero, se trata, de algo bastante simple y quizás relativamente insulso: sigue con vida.

Concupiscentia, et de cruciatu | VicturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora