六 (Seis)

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VI

Quizá comienzo a confiar más en que Victor está bien afuera, ya hemos estado en un par de reuniones más, él jamás se ha quitado su gabardina, aunque, ha sido de alguna manera entendible para todos, con la excusa del frío invierno. No obstante, el verano comienza a asomarse con una sonrisa brillante y un nuevo reto entre dientes, ¿cómo le voy a impedir que salga ahora? ¿Con qué excusa he de cubrirle?

Supongo que una capa no le vendría mal, o un abrigo bastante disimulado, quizás.

¡No! En realidad no sé qué debo hacer con Victor, con todo lo que a él concierne, su protección, todo él.

Tenemos que salir de nuevo hoy, esta vez me han invitado a mí, pero él insistió en querer ir, así que, le visto con todo el cuidado del mundo para que nada le ocurra, peino sus cabellos con las yemas de los dedos y los recojo en un moño alto, viste un abrigo a pesar de que el calor se avecina con violencia y la sonrisa en su rostro es imborrable.

Temo que alguien sea capaz de profanarlo, temo que alguien sea capaz de quitármelo, de llevárselo de mi lado, pues es realmente mi ser más querido.

Allí estamos, siempre juntos, en la mesa de mantel blanco y centro de mesa floral, con gente conocida para mí, apenas vista por él.

Él examina el nocturno lugar con los brillantes ojos azules que le han dado al ser formado, ríe, está inquieto, reconozco cuando está nervioso, sé que quiere agradarle a las personas con las que yo convivo, no lo culpo, pues, estando en su lugar, también querría ver quiénes son sus amistades.

El nerviosismo me llena a mí también, aunque ahora no tiene el fervor de la primera cena que compartimos con más gente aparte de nosotros, en donde por primera vez él pudo mostrarse.

Todo resulta tan cómico que termino también por perderme en la vista del lugar, luces, decoración, música, el sonido de las múltiples voces lejanas... y las más cercanas.

Tan cercanas como su voz en un "claro" que no va dirigido a mí. Inmediatamente giro mi cabeza y detallo con horror lo que está ante mis ojos. Hay alguien más tras él, Victor se quita el abrigo, se lo tiende a aquél y yo, estoy tan traumatizado con la escena que ni siquiera puedo reaccionar.

No, no es culpa de Victor, él no sabe qué tan malo es detallar la ausencia de alas en su espalda.

Y con la rapidez con la que pude girarme, las voces cesan ante la audición de una única puñalada declamada en voz alta por quien ha recibido su abrigo, el cual tira al piso, luego de hablar:

¿Y... tus alas?

No, no, no y no. Sucede, todo lo que he temido por meses sucede en un instante, en pocos segundos, la vida corre ante mis ojos mientras de los suyos desaparece el esbelto brillo zafiro, sus labios entonces se curvan confusos y formula con ingenuidad:

¿Qué sucede con ellas?

Los gritos se alzan como el telón de un teatro, la multitud alega y el asco se respira con tanta pureza que resulta vomitivo. Paralizado, no puedo reaccionar de otra manera. Victor observa mi rostro y lee mis facciones, la expresión en sus labios desaparece y... es entonces la última vez que da un beso en mis labios, reconociendo su destino.

Sus rosas labios sobre los míos, por fracciones de segundo, son mi último deleite, su disculpa, por no haber sabido antes en lo que consistía su existencia, con sólo eso me dio las gracias por mantenerlo vivo y por cubrirlo, por hacerlo feliz y por brindarle la mejor vida que pudo haber llegado a tener. Una despedida, eso es.

Las manos jalan su delicado cuerpo mientras yo lucho por salir de mi parálisis atado a la silla, los gritos son estridentes y pronto su ropa es desgarrada, todos claman asco, se oyen voces vomitivas y entonces, casi en cámara lenta ante mis ojos se presenta todo de manera tortuosa, las lágrimas salen y veo su cuerpo ser despojado de partes de su carne, el negro mancha las manos de quienes le tocan y entonces, su nariz sangra, sus labios sangran, grita, gime y entonces logro despertar, tiro la silla y me permito ingresar entre la multitud repartiendo golpes, aunque nadie me nota, pues su maltrato es el principal objetivo del momento.

Pero ya es tarde, lo reconozco, sus ojos no brillan, ya están cerrados, de seguro su corazón también se ha detenido, pues, en un poco más de un segundo, su cráneo ha sido roto.

Todos respiran agitados, todo se detiene esporádicamente y me abalanzo contra su nuevamente inerte organismo, lo abrazo y entre la conmoción de una comunidad asesina, vuelo, revoloteo con la vista nublada y un cadáver en brazos, un nombre en labios:

Victor...

En casa le baño, le visto con nueva ropa y le adorno con toda la rapidez que puedo. Su cráneo está hundido en varias partes y se desmorona poco a poco.

Un beso en sus muertos y rotos labios, una caricia en la mejilla y un último baile al son del deprimido tocadiscos, el cuerpo ya no reacciona y mis sollozos opacan la música, de manera que pronto estamos en la cama y le abrazo, llorando, llorando, llorando eternamente, llorando por última vez.

Vuelo por última vez y con un arma de fuego en mano vuelvo a casa, para morir junto a su cuerpo y la última cosa de la que soy consciente es que he disparado justo a mi cerebro, para morir con él, para vivir con él en la vida siguiente y así como él se disculpó, yo lo hago, dando mi último halo de calor junto a su cuerpo.

F i n.

Concupiscentia, et de cruciatu | VicturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora