Especial: Premios Katsudon 2018

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E s p e c i a l

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E s p e c i a l

Vivo y malherido

Con el cuerpo en brazos desespero ante la idea de que todavía pueda estar vivo, pero no pueda decirme nada debido a su estado. Examino las marcas en su cráneo, los párpados cerrados ocultando una mirada apagada y los labios rotos, aún con aquel último beso presente en ellos, Victor, sí, él me hará falta si lo dejo ir, lo abrazo, lo llevo a casa como si fuese lo más preciado que tengo (y lo es), temiendo, jamás volver a oír su voz, jamás volver a pasarle algo de conocimiento, jamás ser consciente de nuevo de una mínima intensificación en el dulce aroma.

Victor huele a girasoles, a pesar de estar empapado de negro líquido delator del sacrilegio, el sabor de su muerte resulta insípido, el olor, deprimente y realmente no estoy seguro de querer percibirlo en su totalidad.

Mi vida basada en ilusiones, pasa ante mis ojos desesperanzados que viajan por su cuerpo magullado y despedazado; luego de la limpieza, vuelvo a ensuciarlo con llanto, las lágrimas se me escapan sobre sus mejillas y las recuerdo, teñidas de carmín, cada vez que aprendía algo o le decía algo que a él le gustaba. Duele, duele, punza en el pecho como una puñalada contaminada de la más vil ponzoña y me siento infeliz, amargo, lo tiendo en la cama, de sábanas albinas que lo esperan fieles, esperando por el contraste con la negra fluidez de su sangre, aun emanando de sus heridas, corro, revoloteo, me deslizo por mi casa de un lugar a otro en busca de elementos de sutura, desinfectantes, incluso vendas elásticas, porque sé que quienes a curar se dedican, jamás tendrán suficiente corazón para ayudarme.

Los sollozos arden y el corazón se rompe, mis entrañas parecen volver al estado inicial del funcionamiento del organismo, o, mejor dicho, a su estado inerte. Y me asusta, no quiero pensar en el fallecimiento de aquel que tanta felicidad me ha traído.

Como un recuerdo sobre su cuerpo, ahora lleno de vendajes, pongo la ropa que recuerdo haberle colocado la primera vez que lo tuve en casa; tan muerto, tan hermoso.

Las vendas se tiñen lentamente de negro, es cuando me doy cuenta de que no dejará de sangrar sino hasta que su cuerpo quede vacío.

Victor.

Susurro, la voz quebrada rompe los sollozos y los incrementa, el corazón en mi pecho clama piedad, porque está apretujado, porque duele, porque está siendo asesinado.

Cuando creí que ya no volvería a traer esperanza alguna a mi mente, recordé aquella vez en que lo traje a la vida, recordé mi sangre en su boca y su próximo emerger.

Y me levanto, de nuevo, piso fuerte, sin frenos, corro a la cocina y entonces de vuelta tomo un cuchillo para cortar mi carne. Vacío la sangre sobre sus labios y... ahora yo sangro y sangro, intentando mantenerme consciente, sin obtener resultado.

Concupiscentia, et de cruciatu | VicturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora