Capítulo 1: Ilusoria Desesperación

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Gritos de aflicción reprimían mis tímpanos, alteraban mis sentidos y se apoderaban de mis emociones. Enérgicas quejas de angustia resonaban en cada recoveco imposibilitándome encontrar a quienes deseaba hallar antes de que fuera demasiado tarde, antes de que todo llegara a su prominente final y mi alma se librara por primera y última vez. La conmoción de la situación me quebrantó y mi cuerpo sufrió severos golpes al tropezar con la madera que abatió la suave y pálida piel por la cual siempre había sido reconocida. La esperanza se había vuelto no más que una simple ilusión y todos mis temores se habían vuelto realidad, la certeza me había abandonado y no podía brindarme la satisfacción de volver a confiar en mis instintos. Yo misma me había conducido a aquel deplorable momento y por mis acciones todos sufrirían las consecuencias. Había logrado que mis enemigos se tornaran sus enemigos y la furia fuera desatada violentamente. A pesar del calor prominente, de las brasas agobiantes que provenían de todas partes y que me imposibilitaban escapar del peor de los tormentos, huir como siempre hacía tarde o temprano, sentí las apesadumbradas lágrimas recorrer mis mejillas y la frialdad que la figura delante de mí poseía sin desdicha alguna. Solamente éramos nosotros dos, y siempre lo habíamos sido. Siempre había sido yo. Aferré mi mano a la cadena de plata sin importar que aquella lastimara mi frívola piel, y desvié mis ojos para avistar las agujas del reloj de bolsillo marcar las diez de la noche y unos pocos minutos más. Un bramido de enfurecimiento irrumpió la escena y cerré mis ojos para esperar el peor desenlace posible. La peor de las torturas, la más alargada melancolía y el eterno dolor que me acompañaría por el resto de mi vida que sin embargo prontamente llegaría a su fin después de inmortales siglos separada del infierno mismo.

La falta de aire me obligó a abrir los ojos y despertar repentinamente. Por un acto de reflejo comencé a toser sin ser capaz de parar tras mis pulmones sentirse repletos de humo, como si me encontrara atrapada en el incendio más abrasador que alguna vez había azotado Leesburg, y solamente el caerme de la cama hizo que me diera cuenta que en realidad me hallaba en la misma habitación de siempre, donde solía despertar todas las tardes, unos minutos antes de que el atardecer tomara lugar. Estar echada en el piso me ayudó a comprobar que mi cabeza había decidido jugarme una mala pasada, que las imágenes que habían aparecido en mi mente solamente habían sido una mala secuencia de acciones que verdaderamente no habían ocurrido en la realidad; así como también me ayudó a situarme el recordar que mi habitación era el único espacio de la mansión que se encontraba en el subsuelo, por lo que no pude quejarme con nadie cuando alcé mi vista hacia el techo tras escuchar unos pasos arrastrándose que provenían de arriba. Únicamente conmigo misma podía protestar sobre el ruido originado en los pisos anteriores, si bien en aquel momento me sentí más relajada al oír el mismo sonido de todas las personas moviéndose arriba como siempre solía suceder.

Finalmente recobré la compostura y me incorporé para prender la luz de la lámpara sobre la mesa que se hallaba junto a la cama. Mi cuarto no poseía ventana alguna y aquella minúscula luz era lo único que podía brindarme claridad, y lo único que en aquel momento me proporcionó una última ayuda para confirmar que definitivamente me encontraba en la mansión y no en otro lugar imaginado por mi mente. No sabía qué había sucedido, usualmente mi cabeza solía permanecer a oscuras cuando dormía, y desconocía el significado de las imágenes que había visto antes de despertar. Pero de algo estaba segura, y era que no deseaba volver a levantarme de improviso por la presencia de imágenes terroríficas y extrañas en mi cabeza.

Preferí salir de la habitación para alejarme de aquellos pensamientos, y subí las escaleras de madera oscura que conformaban el único filtro entre la planta baja de la mansión y el subsuelo, aunque cuando terminé de subirlas permanecí quieta al notar que mi mano izquierda, aquella que había sostenido la cadena de plata en el sueño, se encontraba brotada como si realmente hubiera tenido aquel objeto en mi poder en la vida real. Repentinamente un grito femenino atrajo mi atención y permanecí paralizada por unos segundos cuando avisté a Elisabeth sentada junto a la mesa del comedor, lamentándose por el dolor que el profundo corte en su frente le proporcionaba. Y sin embargo, apenas la vi lastimada, con lágrimas recorriendo sus mejillas, sin ser capaz de soportar aquel dolor que la encerraba en una perpetua agonía, corrí y me abalancé sobre ella sin darme cuenta que las cortinas de la mansión no habían sido cerradas y por ende la filtración de la luz natural quemó mi piel y me provocó ardor en la mitad de mi cuerpo, y observé mi brazo repleto de quemaduras hasta que sentí un malestar cerca de mi cuello.

Alcé mi vista para vislumbrar un cuchillo de plata a escasos centímetros de mi yugular, y para advertir que Elisabeth era aquella en sostenerlo. Su rostro se hallaba en perfectas condiciones, su frente no contaba con herida alguna y su mirada era seria en vez de nublada por culpa de lágrimas que no habían brotado en ningún momento. Mi brazo también dejó de arder, y permanecí totalmente confundida al comprobar que como solía suceder, el día estaba nublado, por lo que no había sufrido quemaduras severas. Nuevamente había sido sumisa de imágenes provocadas por mi cabeza, lo suficientemente reales para hacerme creer que Elisabeth necesitaba mi ayuda, lo sobradamente vividas para que semejara que algo se había apoderado de mí y deseara atacarla en vez de socorrer una herida que jamás había existido.

La Familia Smirnov [Evie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora