Capítulo 2: Los Protegidos de la Mansión

10 3 0
                                    

Preferí esbozar una pequeña sonrisa de inocencia mientras que Elisabeth continuó observándome con sus severos y oscuros ojos marrones, aun manteniendo el cuchillo de plata a tan solo unos escasos centímetros de mi garganta. Para que no creyera que tenía planeado atacarla, lentamente alcé las manos y dejé de encontrarme sentada en su regazo para separarme de ella.

Siguió mirándome por unos segundos, hasta que dejó el cuchillo sobre la mesa.

—Tienes suerte de que la sangre no haya manchado mi libro —dijo.

Al oír sus palabras, contemplé el desastre que había cometido a causa de mis pensamientos. La sangre que Elisabeth todas las mañanas conseguía para mí y vertía en una copa de cristal, se hallaba esparcida por toda la mesa, y también había volcado lo que quedaba de su café así como roto su taza. Aunque afortunadamente su libro académico permanecía intacto, así como también el portalápices junto a aquel.

Tras haberme separado de ella, Elisabeth volvió a concentrarse en su libro sin importar que el resto de la mesa fuera un caos. Mi atención fue dispersada cuando Edmund optó por hacernos compañía al entrar por una de las puertas que conectaba el comedor con el resto de la mansión, si bien solamente logró encontrarse sonriendo animadamente por unos segundos, porque al avistar la sangre esparcida sobre la mesa, el desagrado fue suficiente para que se desmayara.

Lo observé con los ojos bien abiertos mientras que Elisabeth continuó resaltando las páginas del libro, sin importar que su hermano yaciera inconsciente a escasos centímetros de ella.

Opté por tomar lugar en la silla frente a ella y finalmente todos nos encontramos presentes cuando Ethan entró cargando una taza en su mano y una copa en la otra. Elisabeth aceptó la nueva taza de café sin quitar la vista del libro mientras que yo le agradecí la copa y lo observé quitar el trapo que había colgado de su jean para limpiar el desastre que había cometido.

—¿Cómo lo supiste? —le pregunté.

—Lo presentí.

Se retiró con el trapo teñido de rojo y volvió para sentarse a mi lado y dejar sin fines de cosas sobre la mesa de manera atolondrada. Una agradable sonrisa apareció en mi rostro al vislumbrar la sangre rojiza vertida en el pequeño vaso de cristal que Ethan me había traído, y no dudé en reposar su borde plateado sobre mis labios y beberla ansiosamente. Aquella droga rojiza rápidamente se deslizó por mi garganta, logrando que mis sentidos se agudizaran y que mis ánimos mejoraran de inmediato.

—¿Dónde está Edmund? —preguntó Ethan.

Elisabeth movió su cabeza hacia la derecha y Ethan solamente alzó ambas cejas al avistar a aquel cuya presencia se había hecho ausente, echado en el suelo, todavía inconsciente.

Reposé la copa semi vacía sobre la mesa y relamí mi labio superior con gusto al mismo tiempo que Elisabeth me miró sin expresión por unos leves segundos antes de continuar bebiendo su taza en silencio.

—¿Café? —le pregunté, sabiendo la respuesta.

—Yo no bebo sangre. Tú sí —fue lo único que dijo.

—Gracias —articulé.

Ella se encogió de hombros tras terminar el líquido amargo en su taza y dejarla junto al enorme libro que restaba frente a ella.

—¿Has tenido mucho viaje?

—Taylorstown, veinte minutos —respondió restándole importancia.

El lugar y el tiempo que tardaba en ir hacia allí eran los únicos detalles que me brindaba de la persona poseedora de la sangre que anteriormente se había encontrado en la copa y que en aquel momento continuaba extendiéndose por todo mi cuerpo despertándome. Mientras yo dormía, cada mañana ella solía ir a alguna ciudad luego de ir a su Instituto para que al levantarme yo no necesitara encargarme de pensar con qué me alimentaría, o más bien de quién. Nunca se lo había pedido y ella se había ofrecido a hacerlo por su cuenta. Confiaba en sus habilidades para pasar inadvertida sin que nadie la descubriera, y más que nada para que nadie rastreara los asesinatos cometidos hasta ella.

La Familia Smirnov [Evie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora