Capítulo 3: Oleada de Sospechas

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Todos protestamos cuando Elisabeth expresó que aún se encontraba a cargo hasta que Alannis regresara al día siguiente, y que debíamos continuar con nuestras actividades del día. Ella solía ausentarse varias veces al mes e incluso llevaba fuera de la mansión más de una semana. Pero estábamos acostumbrados a sus viajes de último momento así como también a su ausencia. La mayoría del tiempo solíamos encontrarnos los cuatro a solas, más nada se salía de control porque teníamos en claro cuáles eran las reglas que debíamos cumplir, y además porque nada podía salir mal con Elisabeth a cargo.

Ethan fue el único en continuar encontrándose en el comedor mientras que Edmund cargó su bolso deportivo sobre su hombro y fue el primero en salir por la puerta de la mansión dando pequeños saltos alegres. Elisabeth esperó que terminara de recoger mis cosas para brindarme el vaso grande de telgopor que por fuera parecía ser un simple refresco común por poseer el logo de una de las tantas empresas que vendían diversos jugos en Leesburg, aunque en realidad estaba colmado con sangre hasta el tope.

—¿Crees que Alannis traerá a alguien a la mansión? —le pregunté.

—Quizás —respondió.

Tomé el vaso tras colocar una mochila negra sobre mis hombros y seguí a Edmund. Era algo totalmente común verme con algún refresco en mano, así como también con anteojos de sol puestos. Leesburg era una ciudad agradable porque su clima usualmente solía ser templado, el cielo se encontraba mayoritariamente nublado y los días soleados del año podían contarse con los dedos de la mano. Siempre había sido precavida con el sol porque no deseaba que mi piel ardiera eternamente, lo cual explicaba por qué mi habitación era la única en encontrarse en el subsuelo de la mansión y no poseer ventana alguna. Comprobé que marzo se encontraba en sus últimos días al mi cabello ser sacudido por una leve brisa de aire fresco apenas atravesé la puerta de la mansión. Y además porque avisté las últimas hojas anaranjadas que indicaban el último período del otoño, alrededor de la Ferrari descapotable de color negro que se hallaba estacionada frente a nosotros, la cual Elisabeth había ganado en una de las tantas competencias académicas que había participado, y ganado por amplia diferencia. Ambas sabíamos manejar, pero ella tomó lugar en el asiento de conductor mientras que yo me senté a su lado y Edmund lanzó su bolso en el asiento trasero antes de dar un pequeño salto en vez de abrir la puerta, y conformar el tercer pasajero en el auto.

Dejar el terreno de la mansión detrás para arribar al centro de la ciudad tardaba alrededor de diez o quince minutos. Ninguna propiedad había sido comprada cerca del lugar en el cual nosotros habitábamos por lo que no teníamos vecinos y podíamos darnos el lujo de caminar sin problema alguno por los alrededores de la mansión. Si bien nunca nos alejábamos demasiado y usualmente solo utilizábamos los espacios del bosque. Vivíamos en una zona de la ciudad prácticamente despoblada porque a nadie le apetecía vivir lejos de la parte concurrida como también por todos los rumores que habían circulado sobre nosotros, que lograban mantener a los ciudadanos apartados de nuestro hogar. Era evidenciable que no éramos de las familias que solían dar fiestas durante los fines de semana e incluso continuábamos sin visitas en la noche de Halloween. No contábamos con vecinos que nos hicieran galletas ni que nos invitaran a transcurrir un almuerzo un domingo. Estar alejados del conjunto de casas era una de las tantas características mencionadas cuando alguien preguntaba por nosotros, y nos habíamos acostumbrados a ser los únicos merodeando por los campos vacíos del barrio.

Las personas que se encontraban caminando por las calles del centro de Leesburg comenzaron a susurrar entre ellos y mantener sus ojos fijados en nosotros apenas nuestra presencia en aquel auto se hizo presente sobre el asfalto. Bebí de la pajilla mientras mi vista seria continuaba oculta por los anteojos de sol que todavía llevaba encima. Gracias a mis sentidos súper desarrollados, era la única del auto que podía escuchar los comentarios que los ciudadanos cruzaban entre ellos sin necesidad de hallarme cerca. No me sorprendía que ninguno fuera positivo, ni que sintieran que era su respectivo deber hablar sobre nosotros. Dejaban en claro que nos consideraban los bichos raros de la ciudad, la atracción principal para burlarse.

La Familia Smirnov [Evie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora