Mil y un razones (2/2)

220 28 10
                                    

El silencio que había inundado la habitación era tan inmenso como la verguenza que sentía Mafu en ese momento, pero que intentaba no demostrar. ¿Qué acababa de hacer? ¿Por qué lo hizo? ¿Qué demonios tiene en la cabeza? Estas y más preguntas aparecían una detrás de otra envueltas en arrepentimiento. "Lo heché a perder", "me odia ahora", "nunca más me verá de la misma manera", "debo darle asco", era un ejemplo de cosas que no podía evitar pensar, y la ausencia de respuesta de Soraru no lo ayudaba mucho.
Él seguía entre sus brazos, con su blanquecino rostro enterrado en el pecho del mayor. Al menos eso serviría para que no pueda verle el rostro.
Los segundos se conviertieron en horas; parecía como si el tiempo se hubiera detenido en ese mismo instante, dejándolos a ambos sin habla ni saber qué hacer a continuación. Pensando y recalcando una y otra vez qué movimiento podría ser en falso y cuál sería el correcto. Pero es sólo que la mente de Soraru estaba en blanco. "Es una broma" fue lo primero que pensó, pero, dada la situación, le fue fácil descartar esa idea. Recuerdos vinieron a su mente como veloces flash backs y fue entonces cuando se empezó a preguntar cómo no lo había notado antes. Él siempre había sido un experto en leer a través de Mafumafu, como si de un libro abierto (y su favorito) se tratase. No le solía costar saber lo que pensaba o lo que diría a continuación, a pesar de siquiera verlo visto abrir la boca aún. ¿Cómo había sido posible haber fallado tan enormemente? Era verdad, era una estúpida verdad y nunca se había percatado de ello. No había estado lo suficientemente atento y vivió meses (quizá años) ageno a la mitad de los pensamientos de la persona más importante para él. Le había fallado a ese fragil albino tanto como se había fallado a sí mismo. Prometió estar con él en las buenas y en las malas; prometió no hacerle nunca daño; prometió ser un empujón para cada uno de esos tristes pensamientos que con regularidad pasaban por su mente, y le falló. Todo ese llanto que Mafumafu hechó sobre su propio hombro, todo ese dolor descargado esos últimos minutos que quién sabe hace cuánto tiempo lleva reteniendo, había sido culpa suya y de nadie más aún cuando había prometido no hacerlo llorar.

—Debo irme —El tono que utilizó el albino rompió su alma en miles de pedazos —Perdón por molestarte.

—Mafu, no —Impidió su intento de alejarse tomándolo desde su estrecha muñeca.

—Déjame.

—No lo haré.

—¡Dije que me dejes! —En un brusco acto empujó su brazo con fuerza, liberándose del agarre, aunque fue más fácil gracias a la debilidad que causó en el peliazul su repentino grito, su rostro arrugado en el entrecejo, su boca abierta curbada hacia abajo y esos siete océanos rojos en sus ojos apagados —Disfruta de la tarta.

Con esas dolorosas palabras, caminó en dirección a la puerta.

—Espera —Pero sus palabras fueron ignoradas, quedando el aire, y la existencia de Mafumafu seguía encorbada mientras se limpiaba con la manga de su sweter las lágrimas que no dejaban de salir. Lo vio ponerse uno de sus zapatos que había dejado delante de la puerta al llegar —Mafumafu, espera —Pero seguía haciendo caso omiso mientras se ponía su segundo zapato. Faltaban a penas cuatro minutos para el veinticinco de diciembre ¿Acaso podía esta navidad comenzar peor? —¡Te digo que esperes!

—¡¿Qué?! —Dio media vuelta bruscamente antes de tomar su tapado. Pero Soraru quedó inmovilizado. Su cuerpo de pié en el medio de la sala y su ridículo rostro plasmado por la brusca y repentina actitud de su amigo. No pudo soltar palabra —Eso pensé.

Finalmente levantó de la percha su largo saco.

En un ataque de nervios, el peli azul corrió hasta la puerta, esquivando a Mafu que aún estaba frente a ella, y la cerró con seguro, impidiéndole el paso.

—¿Qué diablos haces? —No podía creer la estupidez que Soraru estaba haciendo. Quería irse de allí; quería alejarse cuanto antes de esa casa. Ni siquiera tenía exactamente un porqué, pero no lo soportaba. La grieta de su pecho se hizo más grande y ese era un dolor tan pesado que no podía soportar. Tener esos ojos que le recordaban al cielo estrellado directamente sobre los suyos sólo abrían esa misma grieta más y más, sin poder controlarlo, odiándo esos sentimientos indomitos que no abandonaban su alma por mayor intento que haga. Se sentía horrible, un asco, un bicho sucio por tener esa clase de pensamientos sobre su mejor amigo, sólo quería correr lo más lejos cuanto antes de allí.

—No dejaré que te vayas —"¿Por qué no me dejas irme? ¿No ves que me duele? ¿No notas mi gran anhelo por desaparecer?" Eran pensamientos que pasaban por la cabeza cubierta de blancos cabellos.

—Soraru, sólo dejame ir, por favor —Las aguas intranquilas de los rojos mares se encontraron con el inmenso cielo nocturno del otro, destrozándolo completamente cada vez más dolorosamente, ¿Por qué tuvo que enamorarse? ¿Por qué Soraru tenía que ser tan irresistible a sus ojos? ¿Cuál de todas sus hermosas cualidades era la que lo había cautivado tanto? ¿Tal vez su rostro? ¿Su voz? ¿Su actitud? ¿Por qué se sentía tan amado a su lado sabiendo que él no tenía ninguno de esos sentimiento hacia su persona? A su lado se sentía querido, amado, apresiado y tratado como una persona, y era algo que no podía evitar por nada. Se sentía feliz y completo, pero le dolía tener que amarlo con tanta intensidad.

—No te vayas, no tienes que irte —Le tomó suavemente de la muñeca cuando intentó quitar el seguro de la puerta para escapar de su casa. A todo esto faltaba menos de un minuto para que los fuegos artificiles se vean desde el balcón de esa misma casa.

—Soraru, sólo dejame —El llanto le empezó a entrecortar la voz —Por favor.

El reloj sonó en la sala. Navidad había llegado. Era un veinticinco de diciembre. Eran las doce en punto de un veinticinco de diciembre cuando los pensamientos de Mafu se desordenaron. Cuando todo perdió sentido y dejó de tener los pies sobre la tierra. Por alguna razón, se empezó a preguntar qué hubiera pasado si Soraru lo hubiera dejado marchar esa noche. Tal vez, en vez de estar llorando a cantaros frente a él, estaría llorando a cántaros sentando en algún banco de la gran y hermosamente decorada ciudad de Tokyo por navidad, viendo pasar esa gran cantidad de parejas felices frente a él, y así abriendo aún más el agujero que tenía en su pecho, por tan masoquista que eso pudiera sonar. Pero no era así: él estaba ahí, encerrado en esa casa contra su voluntad y siendo obligado a escuchar los fuegos artificiales que comenzaron a tirar en algún lugar. O así hubiera sido si no fuera por que se desconectó del mundo durante unos largos segundos.

—Feliz navidad —Habló Soraru una vez separó sus labios de los del albino.

NA: No lo pude volver a revisar (aunque esto es resubido, pero siempre reviso 500 mil veces antes de publicar algo gracias a mis interminables inseguridades), así que perdonen si hay algún error ortográfico o de redacción, cuando pueda lo revisaré y arreglaré lo que haga falta. Gracias por comprender~☆

By My Side「OneShots」|| SORAMAFUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora