Epílogo

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Cuando la vi por primera vez me resultó dulce.
Una niña de vestido con estampado floral y largos rizos que caían como una cascada por sus hombros y espalda.

Ella no tenía ni idea de tocar piano pero lo intentaba a pesar de su torpeza.

A los pocos días me di cuenta de que su belleza era inigualable.
Desprendía sencillez, pureza pero a la vez también un atisbo de sensualidad.

Sin darme cuenta me había encontrado a mí mismo pensando de forma distinta sobre mi alumna. De forma que no era correcta.
Inmediatamente borré esos pensamientos de mi cabeza y seguí con mi vida, mi rutina habitual.

Salía con mis compañeros de universidad y con mi preciosa novia Ana.
Y estaba contento por haber conseguido un nuevo trabajo.

Las semanas pasaban y Lucia mejoraba con el piano, aprendía rápido a pesar de que se distraía mucho.

Solía tener peleas internas conmigo mismo por observar como mordía su labio inferior cuando se concentraba.
Sabía que estaba mal fijarme en esas cosas.

Era algo prohibido.

Lo dejé pasar, pero cuando ella se declaró rompió todos mis esquemas.

Me abrió los ojos, al oír aquellas palabras salir de sus labios me di cuenta de que yo sentía cosas por ella, cosas muy fuertes.

Por mi mente pasaron todos los momentos que había pasado con ella, que eran muchos.
Todo lo que disfrutaba estando a su lado, como me hacía reír y escuchar la melodía que era su risa.

Esos pequeños gestos que hacía que me llamaban tanto la atención, como arrugaba la nariz cuando no comprendía algo, como sus ojos se achinaban al sonreír, como hacía pucheros cuando no le salía bien una nota.

O lo bien que sonaba mi nombre cuando lo pronunciaba ella.

Pero no me permití sentir aquello, era su profesor y ella mi alumna.

Tenía pareja y era incapaz de hacerle daño a Ana.

No podía dejar que una chiquilla revolucionara mi vida, ya había pasado la etapa de la adolescencia y no podía permitir que un impulso arruinara lo que había construido en dos años.

La rechacé, con mucha pena, pero la rechacé convenciéndome a mí mismo de que era la mejor decisión que podía tomar.
Y con la esperanza de que se olvidara de mí para así yo poder hacer lo mismo.

Los meses pasaron y todo iba perfecto hasta que ese día ella me contó que estaba saliendo con otro.

La rabia se había apoderado de mi cuerpo, por primera vez en mi vida me había sentido posesivo.

Por ella.

Ella provocaba cosas que nunca antes había sentido, ni en mis más locos años de adolescencia. Ni con Ana.

No quería que saliera con otro, no me podía imaginar a ningún mocoso besándola.

¿Pero a caso podía hacer algo? No.

Cuando una tarde decidí darle una sorpresa a Ana, al entrar secretamente en su piso todo dió un giro de ciento ochenta grados.

Verla en la cama, con un hombre que nunca había visto en mi vida me descolocó, ver que estaban desnudos bajo las sábanas me enfureció.

En ese momento decidí mandar todo a la mierda, a pesar del dolor que Ana había provocado en mi.

A pesar de haber reprimido unos fuertes sentimientos que habían crecido en mí por Lucia la elegí a ella, porque creí que era la indicada, con la que pasaría el resto de mi vida.

La infidelidad dolió como el infierno, a pesar de lo que había causado la pequeña al entrar en mi vida, seguía queriendo a Ana.

Por eso, al día siguiente, cuando vi a Lucia la besé.

Y esa si fue la mejor maldita decisión que había hecho en mi vida.

Fin

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