Amor en partes pequeñas

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[Katara]

Cada vez que Aang estornudaba, un pequeño tifón se creaba en la habitación.

Katara tenía que buscar refugio siempre que anticipaba uno de los estornudos de su esposo, de modo que acercarse al Avatar para comprobar su estado de salud se había vuelto una situación de alto riesgo.

Cuando se aproximó a la cama con cautela, el chico elevó sus febriles ojos grises hacia ella para verla.

—K-katara—gimoteo él—. ¿Me... estoy muriéndome?

Una pequeña sonrisa apareció por el rostro de la chica ante las palabras del monje.

—No, Aang, solo tienes gripa.

Katara aún no sabía cómo es que el chico había contraído aquel resfriado.

Un día parecía estar tan fuerte como un torno y al siguiente había comenzado con los dolores de cabeza. Antes de darse cuenta tenía escurrimiento nasal y estornudaba cada tres palabras.

Ahora estaba en cama, preso de una intensa fiebre y malestar que no lo había dejado ni moverse. Katara había hecho todo lo que estaba en sus manos para hacerlo sentir mejor, pero ni siquiera su Agua Control ayudaba a mejorar la situación.

Al menos en ese momento había logrado reconocerla; el día anterior había estado delirando por la fiebre y la había confundido con un espíritu.

Katara puso su mano sobre su pálida frente; a pesar de que su piel estaba cubierta de una capa de sudor y estaba ardiendo, no dejaba de temblar como si tuviera frío, incluso cuando estaba refugiado bajo el calor de cuatro gruesas mantas de lana.

—¿Como te sientes hoy, cariño?—le preguntó Katara.

—Siento... que voy a morir—chilló su esposo, en parte dramatismo y en parte verdad.

—No seas ridículo—Katara camino hacia la ventana para dejar que el aire frío del exterior entrada a la habitación y le bajara la temperatura—. ¿Cómo va a morir el poderoso Avatar por un pequeño catarro?

—Argh—gruñó el monje, con un temblor recorriéndole el cuerpo.

La verdad es que no se le veía nada bien.

Katara había comenzado a sospechar que esa molesta fiebre era algo más importante de lo que pensaba. Tal vez era una rara enfermedad que Aang había contraído; el chico venia de otra época después de todo y su cuerpo no estaba diseñado para soportar las enfermedades de este siglo.

—Haré que te sientas mejor—le prometió la morena—. Tú no te preocupes por nada ¿si? Solo descansa y relájate—le dio un beso en la frente, sin atreverse a besarlo en los labios por el peligro—. Volveré más tarde con la medicina.

Aang gruñó algo, antes de estornudar ruidosamente y quejarse desde el fondo de la garganta.

Con un suspiro profundo, Katara se apartó de la cama.

Al dejar la habitación, sin embargo, encontró tres pequeñas sombras esperándolo, que al verla, hablaron al mismo tiempo con voz energética.

—¿Papá está mejor? ¿Papá está mejor? ¿Papá está mejor?

La Maestra Agua se llevó las manos a la cintura y miro a sus tres pequeños con una mueca. Bumi, Kya y Tenzin la veían expectantes y ansiosos.

My Kataang BookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora