Back to me

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En la oscuridad, lo único que resaltaba era la silueta de un hombre varios centímetros más alto que él. Levi no estaba asustado, pero mentiría si dijera que estaba cómodo. Viéndolo a la distancia, corriendo desesperado hacia él, Levi se preguntó si quizás desaparecería de nuevo en cuanto estuviera a su lado. Ya estaba tan acostumbrado a esa clase de sueños, que incluso sabía en qué momento se convertiría en una pesadilla. Por fortuna, el timbre del teléfono logró despertarlo justo antes de que llegar a la peor parte del sueño.

Aún sobresaltado, buscó a tientas el aparato sobre el buró sin querer abrir los ojos, maldiciendo en silencio por haberse olvidado de apagarlo antes de ir a dormir. Lo que menos necesitaba ese día era ver lástima reflejándose en los ojos de los amigos a los que hacía tanto que no veía. Ni siquiera se detuvo a ver el nombre que aparecía en la pantalla. Cortó la llamada y lo apagó inmediatamente, antes de que tuvieran oportunidad de volver a llamar.

No necesitaba escuchar de nuevo el molesto timbre que tanto detestaba, tampoco quería acabar por contestar de forma accidental y escuchar otro sermón sobre por qué no debía pasar ese día sólo o sobre cómo todos estaban muy preocupados por él. Además, si respondía sus llamadas, inevitablemente acabaría con una multitud fuera de la puerta de entrada, deseando asegurarse de que seguía con vida y que aún no se volvía loco por el exilio auto impuesto. Si pudiera, hacía mucho que hubiera lanzado el molesto aparato contra la pared. Pero no podía y, por mucho que lo odiara, tampoco podía cambiar el tono del timbre de llamada. No había cambiado nada.

Un par de horas más pasaron hasta que finalmente se sintió con ánimos para abrir los ojos y enfrentar la realidad, que no era mucho mejor que las pesadillas que le atormentaban mientras dormía. Al menos mientras dormía no tenía que fingir que todo estaba bien y que su vida no se estaba convirtiendo en un suplicio. Tan era así, que en mañanas como esa se cuestionaba seriamente qué tan complicado sería contener la respiración hasta que sus pulmones quemaran y su corazón se detuviera.

Un minuto veintisiete segundos, su propia marca personal y la sensación de haber cometido una estupidez luego de comprobar que, por mucho que aguantara los espasmos de su cuerpo y el dolor provocado por la presión en su pecho, nunca lograría acabar con su vida de esa forma. Realmente no importaba si aquello no servía de nada, Levi lo había repetido cientos de veces con el único fin de obtener más de ese dolor que venía después de liberar el aire y que le permitía olvidarse de todo mientras daba desesperadas bocanadas de aire. El dolor había resultado ser una buena anestesia, casi tan buena como lo era el aislamiento. Alejándose de todos los que alguna vez fueron sus amigos era como lograba evadir los recuerdos e ideas que no dejaban de acumularse en su mente.

Salió de la cama sin prisas, pero al mismo tiempo manteniendo un ritmo más acelerado que el de cualquier otro día. Era el cumpleaños de Erwin, tenía que ir a visitarlo. Apenas el pensamiento tomó forma en su mente, un abrumador sentimiento de abandono y un nudo en su garganta amenazaron con hacerle correr al baño y devolver lo poco que había ingerido el día anterior. O tal vez un par de días antes, no estaba seguro de cuando había sido la última vez que se había alimentado adecuadamente. Inhaló y exhaló conscientemente varias veces, logrando calmarse en tiempo récord. Tenía que hacerlo, necesitaba estar bien para salir de casa. Necesitaba estar bien para Erwin.

A pasos lentos, pesados, se dirigió hasta el armario que habían compartido por casi ocho años desde aquella boda simbólica, clavando su mirada en la parte que le correspondía mientras evitaba por todos los medios desviar la mirada; un poco más a la izquierda, tan cerca que resultaba casi imposible ignorarlo, se encontraba la ropa de Erwin. Todos sus trajes, camisas, ropa casual, pijamas... el traje negro que había sido confeccionado especialmente para él y se ajustaba perfecto a su figura, la playera sin mangas que a Levi tanto le gustaba, la camisa azul cielo que combinaba con sus ojos, la favorita de Levi... todo conservaba el mismo orden que tenía la última vez que Erwin estuvo ahí. Incluso la corbata verde menta que le había regalado tres años antes en navidad, seguía medio colgada entre los sacos.

Everything staysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora