Everything stays

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Luego de un par de horas, Levi sintió que había pasado demasiado tiempo desde que la pequeña réplica de Erwin había salido a jugar al jardín. Ya hacía un tiempo que sus lágrimas habían cesado, pero eso no hacía que la aplastante soledad dejara de incomodarle. Al contrario, cada minuto que pasaba, Levi se sentía aún más solo, más intranquilo.

Incapaz de seguir soportando esa sensación, Levi se acercó una vez más hasta la ventana que daba al jardín, controlando la ansiedad que comenzaba a apoderarse de él mientras llamaba al pequeño para que volviera a la casa, pues la tarde estaba cayendo y la temperatura había bajado bastante. Podía culpar a su instinto por ese repentino deseo de protegerlo, pero la verdad era que estaba bastante encariñado con el niño y no quería que nada malo le pasara. Ni siquiera un resfriado. Sin embargo, no podía verlo por ningún lado y, al llamarlo, no obtuvo respuesta.

—¡Erwin! —Intentó de nuevo un poco más fuerte, buscándolo con la mirada mientras ya comenzaba a asustarse. A pesar del tiempo que había pasado desde que lo acogió en su casa, aún no lograba acostumbrarse a llamarlo de esa forma. No se sentía correcto.

Desde que estaba solo en esa casa, no había vuelto a salir al jardín. Le traía demasiados recuerdos, sin mencionar que estaba lleno de cosas que Erwin había dejado allí y que él no había tenido el valor de recoger. Herramientas de jardinería, la ropa que usaba para podar el césped, las cosas que había estado usando para pintar la fachada de la casa... cosas que le recordaban a Erwin y a esos lejanos días felices a su lado. Algunas veces, al mirar por la ventana, tenía la sensación de que vería a Erwin en cualquier momento, secando el sudor de su frente para luego enviarle un beso, a sabiendas de que eso le haría sonrojar, para inmediatamente después preguntar si la cena estaba lista como si nada hubiera pasado.

Erwin amaba pasar tiempo en el jardín, cuidando las flores o arreglando el césped, pues le ayudaba a relajarse, y Levi amaba ver su expresión llena de felicidad mientras lo hacía, o cuando sonreía con orgullo luego de podar los rosales que habían plantado juntos cuando comenzaron a vivir allí. Para Erwin, cuidar de ese jardín era como cuidar su relación con Levi, quitaba lo que no necesitaban, lo que le hacía daño a las flores, y de esa forma las ayudaba a crecer fuertes y hermosas; tal como el amor que compartían.

Con todos esos recuerdos congelados en el jardín, no había forma de que volviera a poner un pie en él. No hasta ese momento, en que su necesidad de encontrar al niño fue mayor que sus temores, y se obligó a aventurarse en ese lugar para ir en su búsqueda. No era que el lugar fuera demasiado grande, pero entre las flores y los árboles de baja altura había suficientes lugares donde esconderse. Siendo sincero, esperaba que sólo estuviera jugando, porque no soportaría darse cuenta de que de nuevo se había quedado solo.

Hanji había conseguido a un jardinero que se encargaba de darle mantenimiento con frecuencia al jardín, al menos cada dos semanas, y Levi había sido muy claro en su deseo de mantener todo tal como estaba, por lo que, al salir, no pudo evitar sentir que había viajado en el tiempo, dos años al pasado, cuando Erwin aún estaba a su lado. Si no fuera porque ya no podía sentir el amor con que su novio cuidaba de sus flores, Levi habría jurado que nunca se había ido, al menos no del jardín.

Con los recuerdos esparcidos por todas partes, caminar por allí fue como recorrer un campo minado. Un paso en falso y todo explotaría a su alrededor. Su tranquilidad, por ejemplo. Por suerte para Levi, no pasó mucho tiempo antes de encontrar al pequeño sentado en cuclillas de espaldas a él. Sin que pudiera evitarlo, un suspiro de alivio se le escapó, delatando su presencia detrás del menor.

—¿Estás bien? Pareces preocupado.

El niño, sin levantarse, giró apenas lo suficiente para verlo, preocupándose al notar la expresión agobiada en el rostro del hombre. Algo estaba pasando, podía sentirlo, pero no lograba entender qué era exactamente. Ese día, desde que había abierto los ojos, Erwin se sentía como si no estuviera ahí, como si estuviera próximo a despertar de un sueño bastante realista, uno demasiado largo.

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