Where I belong

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Lo que al principio parecía una situación inusual, terminó por convertirse en rutina. Y no se trataba tan sólo de la presencia de un niño en su casa, uno que además afirmaba ser Erwin, se trataba también de ese mismo niño colándose en su cama noche tras noche hasta que, finalmente, terminó por convertirse en algo natural. Luego de dos semanas, Erwin ya ni siquiera se molestaba en pedir permiso antes de meterse bajo las mantas y acurrucarse a su lado, cosa para la que tampoco pedía su permiso.

Las primeras noches, Erwin se quedaba de pie en el marco de la puerta en espera de su autorización para dormir con él, alegando que tenía miedo de dormir sólo por sus frecuentes pesadillas, y luego esperaba hasta que Levi estaba dormido, o fingía estarlo, para abrazarlo por la espalda; pero eso poco a poco se había ido olvidando, posiblemente a causa de un exceso de confianza por parte del menor, y Erwin había llegado al punto en que llegaba a la cama antes que él, regalándole una sonrisa llena de falsa inocencia para luego buscar su calor sin vergüenza alguna.

Al principio, Levi pensaba en ello durante sus largas horas de insomnio, sintiéndose un completo pervertido al permitir que un niño desconocido durmiera de esa forma con él, pero con el paso de los días, y debido a varios factores, había terminado por resignarse a no pensar demasiado. Desde la muerte de Erwin, Levi se había convertido en un experto en no pensar demasiado, al igual que su mente se había convertido en el enemigo a vencer día tras día. Aunque el niño no era familiar suyo ni tenían ninguna clase de vínculo que los uniera, Levi se sentía increíblemente cómodo a su lado. Era como si se conocieran desde siempre y, sin que pudiera evitarlo, había terminado por encariñarse con él; algunas veces, incluso pensaba en él como el hijo que él y Erwin hubieran podido criar. Por otro lado, desde que Erwin dormía en su cama, había dejado de consumir fármacos para inducir el sueño de forma artificial.

Desde que Erwin había decidido mudarse a su habitación para dormir juntos, Levi había tomado la decisión de no volver a tomar sus pastillas para dormir, aunque no podía decir a ciencia cierta si era porque quería estar alerta para cuidarlo, o para cuidarse a sí mismo del menor. Cualquiera que fuera la razón, Levi no podía negar que en cierto modo le alegraba el no necesitarlas más. Cuando estaba con Erwin, cuando el pequeño le rodeaba con sus brazos y su aliento rozaba la piel de su espalda, Levi recuperaba la tranquilidad que le había sido arrebatada. Por mucho que odiaba admitirlo, había llegado a acostumbrarse a la pequeña presencia en su cama, en su vida, e incluso los fantasmas que habitaban en la casa parecían haberse rendido ante él. Levi no sabía por cuánto tiempo había anhelado esa paz hasta que la tuvo de vuelta. Y sintió miedo.

Por desgracia, sus temores no se debían únicamente a eso. Había algo en ese niño, en la pequeña réplica de Erwin, que no parecía estar bien. Algo tan sutil que no estaba seguro de lo que era, pero que podía notar con mayor facilidad en algunas ocasiones. Una de esas noches, Levi despertó al sentir la mano del niño posarse en su mejilla. La sensación era cálida y acogedora, pero, apenas sus ojos hicieron contacto con los azules de Erwin, un escalofrío le recorrió por completo. No era Erwin el niño que había encontrado en el cementerio, pero tampoco era Erwin su novio, era más bien una aterradora mezcla de ambos. Su apariencia seguía siendo la misma, pero en sus ojos brillaba una emoción que recordaba perfectamente de cuando Erwin estaba con vida.

Su novio no había tenido una vida fácil y, en ocasiones, aquello le pasaba factura en forma de insomnio. Muchas veces, Levi, que tampoco se quedaba dormido con facilidad, se quedaba despierto hasta que Erwin lograba conciliar el sueño, a veces en silencio, a veces hablando en susurros de cualquier cosa; sin embargo, había otras ocasiones, mucho más esporádicas, en que Levi se quedaba dormido primero, y Erwin aprovechaba la oportunidad para observarlo dormir. Levi sentía la intensidad de su mirada clavada en su rostro, y terminaba por despertar tan sólo para encontrarse con esos ojos que tanto amaba. En esas ocasiones, Erwin no sonreía para él. Durante minutos que parecían eternos, se perdían en la mirada del contrario, comunicándose en silencio y creando un mundo personal donde tan sólo existían ellos dos. Levi nunca había sentido una conexión tan profunda como la que tenía con Erwin, y estaba seguro de que pasaba lo mismo con el rubio sin necesidad de que se lo dijera. Cuando ya no podían sostenerse la mirada por más tiempo y la necesidad de parpadear terminaba por vencerlos, ambos compartían una risa nerviosa que pronto acababa por convertirse en una serie de besos; sus manos se unían al juego de la seducción y, sin darse cuenta, la pasión terminaba por desbordarse de sus cuerpos, les consumía mientras cedían a la necesidad de contacto.

Everything staysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora