Not at all

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Aquella casa de fachada azul y amplios ventanales en el segundo piso, no era suya. Ni siquiera las cortinas color marrón que ondeaban cada mañana desde la ventana de la habitación principal lo eran. Los muebles, los colores, el diseño, la decoración, los cuadros que adornaban las paredes, las fotografías sobre la repisa de la sala de estar... todo cuanto había en esa casa, o al menos la gran mayoría, ya estaba ahí cuando él llegó. Todo, cada centímetro cúbico de esa antigua propiedad, había sido especialmente elegido por los padres de Erwin cuando él aún ni siquiera había nacido. Y él había llegado a ese espacio como un invasor.

El propio Erwin le había contado la historia luego de que formalizaran su noviazgo. El señor Smith, el neurólogo más reconocido de la ciudad y, en ese entonces, nuevo director del hospital, famoso incluso fuera del país, había decidido contraer nupcias con una sencilla mujer de clase baja. Los rumores sobre los verdaderos motivos de esa boda se habían regado como pólvora el mismo día en que el anuncio se hizo público. Más que alegrarse por la noticia, la ciudad entera se había encargado de crear nuevos rumores y esparcir los existentes, asegurando desde que la mujer lo estaba extorsionando hasta que estaba embarazada y por eso habían fijado una fecha tan rápido. Cualquiera que fuese la verdad, aquella boda anunciaba el fin de la disponibilidad del soltero más codiciado de la ciudad.

Erwin sabría, mucho tiempo después, que aquellos rumores no eran del todo falsos, pero tampoco eran ciertos. Su padre le había contado, cuando fue lo suficientemente mayor, que si bien ellos ya tenían planes de casarse, la noticia de su inesperada llegada les había obligado a acelerar los planes. Su padre recordaba con una melancólica sonrisa el día en que se había presentado ante su familia de la mano de su entonces prometida para anunciar su decisión de desposarla, así como el estado en que se encontraba la joven: "un poco más embarazada que el día anterior, pero menos que el siguiente". Su padre reía al recordar las expresiones de sus propios padres, hermanos y tíos, quienes seguramente no imaginaban que ese había sido el verdadero motivo tras aquella sorpresiva reunión familiar.

Tal como esperaba, el padre de Erwin había sido desheredado y obligado a exiliarse de su propia familia, sin mencionar las constantes amenazas que vinieron los meses siguientes por parte de sus propios hermanos. Sin embargo, decidido como era, cualidad que Erwin heredaría de él, no se dejó amedrentar por sus palabras y concretó su compromiso, sorprendiendo agradablemente a su joven prometida, que estaba segura de que sería abandonada a su suerte con el bebé que llevaba en el vientre. Con dos meses de embarazo y apenas un par de invitados, la improvisada ceremonia se había llevado a cabo en una pequeña iglesia a las afueras. Se sentía tanta felicidad ese día que era imposible creer que ambos habían sido expulsados de sus hogares y habían renunciado a todo.

Después de casarse, las cosas se habían vuelto realmente complicadas. El padre de Erwin había perdido su trabajo en el hospital a causa de su familia y con el poco dinero que había podido tomar cuando lo sacaron de su casa, apenas y podían pagar una modesta casa alejada del centro de la ciudad. Tuvo que decir adiós a las comodidades con las que había crecido, pero, a cambio, había llegado a conocer una felicidad que nunca antes había experimentado. A pesar de los problemas, se sentía pleno, dichoso de aguardar la llegada del bebé.

Siendo un médico reconocido, las personas habían comenzado a buscarlo fuera del hospital, y él, aunque ya no podía ejercer con libertad, les atendía y asesoraba para que encontraran rápidamente causa detrás de sus enfermedades y pudieran ser atendidos en el hospital. Aunque no había querido cobrarles, las mismas personas que lo buscaban le ofrecían el poco dinero que llevaban encima para agradecerle. De esa forma y con ayuda de algunos trabajos más humildes que había comenzado a realizar, pudo comenzar a mejorar esa casa que se caía a pedazos. Cada ladrillo del segundo piso, cada teja del techo y cada mosaico del suelo, él los había colocado con sus propias manos, invirtiendo horas y horas bajo el inclemente sol tan sólo para ofrecerle un lugar digno a su familia. Para cuando su hijo, su pequeño y adorado Erwin, había llegado al mundo, las cosas se habían calmado un poco. Él había recuperado su trabajo en el hospital luego de que aceptaran que su prestigio y experiencia como médico eran más importantes que los rumores, y su familia, que seguía sin querer saber nada de él, al menos ya no se metía en sus asuntos. Había sido olvidado por ellos. Aquello realmente no le importaba, tenía su propia y amada familia.

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