CAPÍTULO 2.

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Y sigo escribiendo estos pequeños relatos junto a mi ventana, pensando que las largas tardes de invierno cesarán dentro de poco, recordando el momento en que mi corazón dejó de latir, partido en mil pedazos por culpa del dolor.

La enfermedad iba a más, cada vez más rápido y cada vez iban aumentando más las posibilidades de no salir de aquello, es demasiado duro pero supongo que es mejor así, directo.

No creía en Dios, nunca había creído pero os prometo que todas las noches miraba al cielo, a las estrellas y rezaba por ella aunque nadie me escuchara, aunque no sirviera para nada, yo tenía esperanzas.

Os seguiré contando la historia... después de estar varias semanas metida en ese hospital de mala muerte porfin la dieron el alta y se fue a casa y yo por una vez por todas veía un poquito de luz entre tanta oscuridad.

Los días cada vez iban a peor, su cara estaba siempre pálida y las ojeras iban a más, tenía la cara chupada pero nunca le faltaba una sonrisa, nunca mostraba si estaba bien o mal, odiaba verla así, una persona tan buena como ella no podía sufrir tanto, no era justo, la vida no era justa.

Pasó justo en ese momento cuando llamaron a casa por teléfono, era viernes, si mi memoria no falla, llegué del colegio, estuvimos comiendo y hasta ahí todo estaba bien, o eso creíamos, cuando sonó la melodía del móvil de mi madre lo que menos me esperaba era que me contara lo que me contó, mi madre empezó a llorar y una parte de mi ya se esperaba lo peor.
Era eso, la persona más bonita del mundo se había ido, había emprendido un viaje sin nosotros, había partido hacía un lugar mejor, un lugar donde el dolor no duele y las personas son libres de cualquier condena expuesta por alguien que no existe, allí estaría a salvo, allí nos observa y nos protege y hoy día pienso que tengo a mi ángel de la guarda siempre a mi lado.

Se había marchado para siempre y yo no me había despedido de ella.

Nuestra gran pérdida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora