Corría el año de 1998, yo tenía apenas 17 años. Siempre fui el chico invisible de mi clase, ése al que nadie le dirige la palabra, ése al que solo se le observa cuando el profesor le pregunta algo. El chico silencioso que busca los rincones de cualquier lugar y se queda allí para no interactuar con nadie, para no tener que hablar nunca. Adoraba mi soledad, estaba bien yo solo, o al menos eso me hacía creer a mí mismo. La soledad es una de las cosas más necesarias en el mundo, porque únicamente con ella entendemos quienes somos en realidad. A mis 17 años entendía quién era, qué me gustaba, qué no me gustaba, qué sueños tenía, con qué tipo de gente me gustaría estar, con cuál no. Pero en esa edad siempre llega una duda existencial a la que ya no puedes eludir, por más que quieras. En esa etapa de la vida te haces una pregunta muy difícil, ¿Qué es el amor? O ¿Qué se siente estar enamorado? Y esas simples preguntas te llevan por un laberinto de dudas que parecen no tener fin ¿Qué se siente besar?, ¿A que sabe un beso?, ¿Qué se siente acariciar la piel de una mujer?, ¿Cuál es la belleza de una mujer?, ¿Qué se siente tener relaciones sexuales?, mis hormonas se habían desatado años atrás, pero todas esas dudas vinieron como una ola hacía mí, cuando conocí a Aurora.
Aurora fue una chica que se incorporó a mi grupo en 5° semestre de preparatoria; piel morena, ojos azabaches, mirada viva, sonrisa deslumbrante y una cabellera que le colgaba por debajo de los hombros. El profesor decidió asignarle el lugar que estaba delante de mí. No pasaron ni 5 minutos cuando mi cuerpo denotaba un nerviosismo extremo: mis manos temblaban, mi corazón latía simulando a los tambores Aztecas en su ritmo de guerra, mis pies no paraban de moverse como si algo los inquietara. Ella volteó hacia mí y me pidió un sacapuntas, después una pluma, hasta que por fin y con una sonrisa, me pidió mi nombre. Aquel día no pude sacar de mi cabeza esa sonrisa, ni la melodía de su voz.
Las primeras 2 semanas, nos empezamos a conocer, nos juntábamos en los recesos y platicábamos de cualquier cosa. Nos hicimos muy cercanos rápidamente, así que planeamos algunas salidas para que yo le mostrará la ciudad. Salimos 3 veces en esas 2 semanas, le enseñé el centro de la ciudad y la mejor plaza comercial que conocía, pero para la tercera salida, la lleve al cine. Vimos la película y después caminamos algunas horas por el centro, me sentía muy bien estando con ella, de hecho era de las únicas veces que me sentía bien con alguien.
En las semanas siguientes, varios compañeros de mi salón comenzaron a tomar interés por Aurora, ella obviamente comenzó a crear lazos con ellos y poco a poco se fue apartando de mí. Después de 2 meses, volví a cubrirme con la capa de invisibilidad y volví a mi rincón de soledad. Pero no fue lo mismo, ella se había quedado grabada en mi cabeza, en mis pensamientos rondaba su sonrisa, sus ojos y su voz. Pasé todo el semestre pensando en ella, pensé que en las vacaciones la olvidaría por completo y mi vida volvería a ser lo que era antes de que ella llegara, pero no podría haber estado más equivocado.
Un día sin aviso alguno, Aurora me mandó un mensaje de texto para invitarme a salir a tomar algo. Pensé en decirle una mentira: que ya tenía planes familiares, planes con otros amigos o que simplemente tenía algún curso o taller, pero mi mente me traicionó. Mientras escribía el mensaje, su rostro llegó a mis pensamientos, junto con su voz y su aroma. No pude negarme, y termine aceptando. Me vestí con mi mejor ropa y encima llevé una chamarra, ya que el cielo se veía nublado. Fui a mi encuentro con ella, pensé que podría sobrellevar la situación repitiéndome mentalmente que ella era solo mi amiga. Pero al llegar a la plaza y verla sentada esperándome, mi corazón se alteró y mi mente dejó de funcionar. Caminamos unos minutos por la plaza, hasta que decidimos el lugar para platicar. Ella comenzó la plática hablando de los chicos que había conocido, pero algo debió ver en mi cara, que en un instante cambió el tema y me preguntó si había alguien que me gustara. Fue un momento muy incómodo para mí, así que decidí cambiar de tema. La conversación continuó con temas de la escuela por unos minutos. Pero la duda de saber si a ella le gustaba alguien me carcomía desde dentro, así que en cuanto vi oportunidad lancé la bomba. Ella no me quiso contestar, pero una leve sonrisa en sus labios y un pequeño nerviosismo en su voz me dieron la respuesta, comencé a indagar más sobre el asunto, y la llene de preguntas sobre el susodicho. Al final solo logre descubrir que Iba en nuestro salón, que era "muy lindo", que se llevaba bien con él y que ya la había invitado a salir algunas veces. Tal vez me consideren un imbécil, pero a esas alturas de las circunstancias, mi yo de casi 18 años estaba seguro de que ella hablaba de mí.
Salimos de la cafetería y ella me propuso ir a dar una vuelta al parque a donde habíamos ido hace unos meses. Yo acepté y empezamos a caminar hasta llegar al parque. Cuando entramos, encontramos muy poca gente, debido a que las nubes amenazaban con sus grises colores a cualquier persona que no quisiera mojarse. Solo encontramos parejas de jóvenes tumbados en el pasto, algunos en los columpios y unos cuantos más en las bancas bajo un pequeño techo de lonas. Ella me miró y me preguntó si me gustaba la lluvia, pero antes de que pudiera contestar, ella me dijo que a ella le encantaba estar bajo la lluvia. Me confesó también que soñó que besaba al chico que le gustaba en un día lluvioso. De nuevo, pido perdón por mi yo de casi 18 años, porque ingenuamente pensó que esa frase significaba, "Bésame cuando empiece a llover".
Al caer las primeras gotas de lluvia sobre nosotros, me acerque a ella, la tomé por la cintura e intenté besarla. Mi intento fue en vano, puesto que ella me alejó con un empujón y me hizo caer en el pasto detrás de nosotros. Sus ojos me dijeron todo, eran ojos de incomprensión, ojos de miedo, ojos de desilusión y ojos de lastima. Entendí entonces, que no hablaba de mí, había malinterpretado todo, y cuando me disponía a disculparme, ella me dijo un discurso que jamás olvidaré. Me dijo que me consideraba solamente un amigo, que le gustaba salir conmigo y compartir el tiempo a mi lado, pero que no podíamos ser nada más que eso. Pero me mintió, después de esa tarde nada fue lo mismo entre nosotros, nada. Ella comenzó a alejarse del lugar, note que la gente me observaba y hablaba a susurros. Simplemente cerré mis ojos y quise con todas mis fuerzas que ella no se alejara ni un paso más de mí, que la gente dejara de susurrar y quise que las gotas de lluvia dejaran de mojarme... Descubrí lo que era capaz de hacer. Al abrir mis ojos, todo parecía una fotografía en tercera dimensión, Aurora no se movía, las voces dejaron de sonar y las gotas dejaron de caer. Me levanté y me acerque a Aurora, note en sus ojos unas lágrimas. Tal vez de dolor, tal vez de despedida, pensé en él porque ella lloraba y hasta la fecha no lo sé. Regrese a donde ella me empujó y me quedé sentado alrededor de 4 horas con el tiempo así. Y después comprendí que no importaba lo que hiciera, el tiempo tenía que seguir su curso, Aurora tenía que seguir caminando, la gente susurrando, la lluvia cayendo y yo... Yo tenía que levantarme, sacudirme, ir a mi casa y tratar de olvidar a Aurora.
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Historias Atemporales
Ficción General¿Alguna vez en tu vida quisiste que el tiempo se detuviera?, ¿En algún instante de tu existencia quisiste con todas tus fuerzas, detener lo inevitable?, ¿En algún segundo de tu vida te sentiste tan feliz, que hubieses dado todo por permanecer en él...