Lienzo en Blanco

17 3 1
                                    

Una vieja historia de Manhattan cuenta que durante cada atardecer, un viejo hombre de unos ochenta años se sentaba en una de las calles mas recurrentes y después de instalar un trípode y colocar un lienzo, pintaba hermosos paisajes y diferentes imagenes que según lo que la gente decía, eran sus propias memorias trasladadas en aquellas pinturas.
Durante cada atardecer realizaba una nueva pintura, y las recostaba sobre la pared de una casa cuyos dueños nunca estaban para reclamarle algo.
Cerca a donde este hombre se hallaba, Dario trabajaba en uno de los altos edificios de la ciudad, y camino a casa, siempre pasaba cerca de este viejo hombre.
Nunca le habían llamado la atención sus pinturas, hasta que durante un atardecer como siempre, Dario salió del trabajo hacia su casa y vio en el lienzo del anciano un retrato de él mismo caminando apresuradamente hacia el trabajo, en la imagen se veía a un hombre apresurado y agotado, con el fondo de una Manhattan hermosa, pero que por la prisa no había notado la belleza que lo rodeaba.
Dario se sintió tan identificado con la imagen que por fin observó de manera detenida al anciano: vestía un traje que hace muchos años debió haber sido muy elegante, del bolsillo del abrigo sobresalía un pañuelo, lo que le trajo a la memoria a los pañuelos que le bordaba su abuela a su abuelo. Le había encontrado cierto parecido ahora, la misma cara agotada y arrugada, los mismos ojos cansados y llenos de recuerdos, las mismas canas tan blancas como la nieve de la ciudad, y sobre todo el mismo aspecto de bondad y sencillez.
Sin embargo la prisa volvió y pronto salió del lugar y se dirigió a su casa.
Durante la noche medito acerca de lo que había visto, su abuelo ya había fallecido hace algunos años, y nunca tuvo la oportunidad de despedirse de él, de decirle que lo amaba, de decirle lo mucho que significaba para él.
Pensó que tal vez aquel anciano también tenía un nieto que no le había dicho lo que sentía por él, y se propuso al día siguiente ir a buscar al anciano.
Cuando el atardecer llegó, salió de prisa del trabajo y en el camino, pensaba cuales serían las palabras adecuadas: hola soy Dario, nunca tuve la oportunidad de decirle a mi abuelo lo mucho que lo amaba, bueno si la tuve, pero no la aproveché, así que si tienes algún nieto por allí, estoy seguro que también te ama...
Negaba con la cabeza riendo mientras seguía practicando con otras frases pero cuando llegó al lugar donde el anciano siempre se hallaba, encontró sólo el tripode y un lienzo en blanco. ¿Las memorias del anciano se habían terminado? Cuando se acercó un poco más escuchó a la gente decir que el anciano había fallecido.
Cuando el profesor terminó el relato empezó a dar la moraleja del mismo, pero yo no podía escuchar más. Lo único que quería era salir corriendo de ese lugar.
Cuando el timbre sonó, salí corriendo al patio y tomé mi bicicleta, aceleré todo lo que pude hasta llegar a casa. Entré y me dirigí directo al patio, mamá estaba en la cocina por donde tuve que cruzar, me vio y un poco asustada preguntó qué pasaba. Ignore su pregunta al quedarme parado en la puerta del patio. Un anciano reposaba en una silla de ruedas bajo la sombra de un viejo árbol en el patio trasero se mi casa. Me le acerqué intentando contener el llanto pero cuando estuve cerca a él ya no pude contenerme, sentí a mamá acercarse así que sabía que no tenía mucho tiempo, me tire al piso y caí sobre su regazo, deje mis lagrimas caer sobre la manta que cubría sus piernas y con la voz quebrada y en lo que pareció más un quejido que una expresión le dije: te quiero abuelito...
Para mi sorpresa, él acarició mi cabello y levantó mi rostro, cuando lo pude ver a la cara estaba sonriendo. Y entonces sucedió: mi abuelo quien había sido diagnosticado con Alzheimer desde hace tres años se agachó para darme un beso en la frente y decirme: yo también te quiero hijito...

Esquirlas en el AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora