Rob despertó con las primeras luces lechosas y vio a su nuevo amo en pie e
impaciente. Supo de inmediato que Barber no empezaba el día de buen talante, y
con ese sobrio humor matinal el hombre sacó la lanza del carromato y le enseñó
a usarla.
-Si la coges con ambas manos, no te resultará demasiado pesada. No
requiere habilidad. Arrójala con tanta fuerza como puedas. Si apuntas al centro
del cuerpo de cualquier agresor, es probable que lo alcances. Y si tú lo frenas con
una herida, existen muchas probabilidades de que y o pueda matarlo. ¿Lo has
comprendido?
Rob asintió, incómodo ante el desconocido.
-Bueno, mozuelo, debemos estar atentos y tener las armas a mano, y a que
es así como seguimos con vida. Estos caminos romanos siguen siendo los
mejores de Inglaterra, pero no están cuidados. La Corona tiene la responsabilidad
de mantenerlos despejados por ambos lados para evitar que los salteadores
tiendan emboscadas a los viajeros, pero en la may oría de nuestras rutas la
maleza nunca se corta.
Le enseñó a enganchar el caballo. Cuando reanudaron el viaje, Rob se sentó
junto a Barber en el pescante, bajo el sol ardiente, atormentado aún por infinitos
temores. Poco después, Barber apartó a Incitatus del camino romano y lo hizo
girar por un carril apenas transitable que atravesaba las profundas sombras de la
selva virgen. De un tendón que rodeaba sus hombros colgaba el cuerno sajón de
color marrón que antaño había embellecido a un corpulento buey. Barber se lo
llevó a la boca y le sacó un sonido fuerte y melodioso a medias toque y a medias
quejido.
-Advierte a todos los que están al alcance del oído que no avanzamos
sigilosamente para cortar cuellos y robar. En algunos lugares lejanos, encontrarse
con un desconocido significa tratar de matarlo. El cuerno indica que somos
dignos de confianza, respetables y muy capaces de protegernos a nosotros
mismos.
Por sugerencia de Barber, Rob intentó emitir señales con el cuerno pero, pese
a que hinchó las mejillas y sopló con todas sus fuerzas, no salió el menor sonido.
-Se necesita aliento de adulto y cierta habilidad. Pero no temas; aprenderás.
Y también aprenderás cosas más difíciles que soplar un cuerno.
El carril era fangoso. Aunque cubrieron de maleza los peores lugares, era
necesario guiar el carro con maña. En un giro del camino cay eron de lleno en
una zona resbaladiza y las ruedas se hundieron hasta los cubos. Barber suspiró.
Se apearon, atacaron con la pala el barro de delante de las ruedas y
recogieron ramas caídas en el bosque. Con sumo cuidado, Barber acomodó