El Jueves Santo llegó y pasó, y continuaron en Exmouth, ya que Rob tenía que aprender todas las facetas del espectáculo. Practicaron juegos malabares a dúo, actividad que disfrutó desde el principio y que pronto llegó a dominar extremadamente bien. Luego se concentraron en los juegos de manos, magia tan difícil como la prestidigitación con cuatro pelotas.
-El demonio no influye en los magos -dijo Barber-. La magia es un arte humano que ha de dominarse del mismo modo que conquistaste la prestidigitación. Pero es mucho más fácil -se apresuró a añadir al ver la expresión de Rob.
Barber le transmitió los sencillos secretos de la magia blanca.
-Debes tener un espíritu intrépido y audaz y mostrar expresión decidida en todo lo que haces. Necesitas dedos ágiles y un modo de trabajar limpio, y debes ocultarte detrás de la cháchara, empleando palabras exóticas para adornar tus actos.
» La última regla es, con mucho, la más importante. Debes contar con artilugios, gestos del cuerpo y otras distracciones que lleven a los espectadores a mirar a cualquier parte menos a aquello que realmente estás haciendo.
La mejor desviación de que disponían eran ellos mismos, explicó Barber, y lo demostró con el truco de las cintas.
-Para este juego de manos necesito cintas de color azul, rojo, negro, amarillo, verde y marrón. Al final de cada yarda hago un nudo corredizo y luego enrollo apretadamente la cinta anudada, preparando pequeños rollos que distribuyo por mi vestimenta. El mismo color siempre se guarda en el mismo bolsillo.
» "¿Quién quiere una cinta?", preguntó.
» "¡Oh, señor, yo! Una cinta azul de dos yardas de largo". Rara vez las quieren más largas. Al fin y al cabo, no usan cintas para atar a la vaca.
» Finjo olvidarme de la petición y me ocupo de otros asuntos. En ese momento, tú creas un punto de atención, por ejemplo haciendo juegos malabares. Mientras están concentrados en ti, me llevo la mano al bolsillo izquierdo de la túnica, donde siempre guardo la cinta azul. Creo la sensación de que me tapo la boca para toser y el rollo de cinta acaba en mi boca. Segundos más tarde, cuando he recuperado la atención del público, asomo la punta de la cinta entre los labios y la extraigo poco a poco. El primer nudo se deshace en cuanto toca mis dientes. Cuando aparece el segundo nudo, sé que tengo dos yardas, así que corto la cinta y la entrego.
A Rob le entusiasmó aprender el truco, aunque se sintió defraudado por la manipulación, engañado por la magia.
Barber siguió desilusionándolo. Poco tiempo después, aunque aún no daba la talla como mago, prestaba grandes servicios como ayudante del mago. Aprendió pequeños bailes, himnos y canciones, chistes y anécdotas que no entendía. Por fin logró cotorrear los discursos que acompañaban la venta de la Panacea Universal. Barber le aseguró que aprendía con rapidez. Mucho antes de que el chico lo considerara posible, el cirujano barbero declaró que ya estaba preparado.
Partieron una brumosa mañana de abril, y durante dos días atravesaron los montes Blackdown, bajo una tenue llovizna primaveral. La tercera tarde, bajo un cielo diáfano y renovado, llegaron a la aldea de Bridgeton. Barber frenó el caballo junto al puente que daba nombre a la población y estudió a su ayudante.
-Entonces, ¿estás preparado?
Rob no estaba muy seguro, pero asintió.
-Eres un buen chico. No es una gran ciudad: putañeros y furcias, una taberna siempre llena y muchos clientes que llegan de todas partes para joder y beber. De manera que todo vale, ¿entiendes?
Aunque Rob no tenía la menor idea de a qué se refería su maestro, volvió a asentir. Incitatus respondió a la tensión de las riendas y cruzó el puente al trote de paseo. Al principio todo fue como antes. El caballo hizo sus cabriolas y Rob tocó el tambor mientras desfilaban por la calle principal. Montó la tarima en la plaza de la aldea y apoyó en ésta tres cestos de astillas de roble llenos de panacea. Esta vez, cuando comenzó el espectáculo, subió a la tarima con Barber.