7. la teoría de los mencheviques acerca de la revolución rusa

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Todo buen europeo —y, por supuesto, hay que incluir aquí a los socialistas europeos— considera a Rusia como el país de las sorpresas. La razón es bien sencilla: cuando se ignoran las causas siempre se queda uno sorprendido por los efectos. Los viajeros franceses del siglo XVIII contaban que en Rusia las calles eran calentadas por medio de hogueras. Los socialistas europeos del siglo XX no lo han creído, desde luego, pero han pensado a su vez que el clima de Rusia era demasiado riguroso para permitir que en este país se desarrollara una socialdemocracia. Hemos oído las más extrañas opiniones. Un novelista francés, no sé si Eugene Sue o Dumas padre, nos muestra al héroe de una de sus novelas, en Rusia, tomando el té a la sombra de un acerolo. El europeo culto no ignora, hoy, que es tan difícil instalarse con un samovar bajo un acerolo como hacer pasar a un camello por el ojo de una aguja. Sin embargo, los grandiosos acontecimientos de la revolución rusa, por la sorpresa que han causado, han llevado a los socialistas occidentales a pensar que el clima ruso, que antes exigía que se calentaran las calles, transformaba ahora los musgos polares en gigantescos baobabs. Por eso es por lo que, al romperse el primer empuje de la revolución en su choque con las fuerzas militares del zarismo, muchas críticas han salido de la sombra de los acerolos para caer en la desilusión.

Por suerte, la revolución rusa ha animado a los socialistas occidentales a estudiar la situación en Rusia. Me sería difícil decir lo que hay que apreciar más, si el interés que hemos provocado en los pensadores o el papel de la tercera Duma de Estado, que ha sido también un don de la revolución, en la medida al menos en que un perro muerto, tendido en la arena de la playa, puede ser considerado como un don del océano.

Debemos una cierta gratitud a la editorial de Stuttgart, que, en los últimos tres libros publicados, se esfuerza en dar respuesta a algunas de las cuestiones que plantea la revolución.

Hay que hacer notar, sin embargo, que estos tres libros no tienen igual valor. La obra de Maslow* presenta un estudio de una importancia capital para el conocimiento de la situación agraria en Rusia. El valor científico de este trabajo es tan grande que se pueden excusar las imperfecciones en la forma; se le puede disculpar incluso el haber expuesto de una manera absolutamente inexacta la teoría de la renta de la tierra de Marx. El libro de Pajitnov no tiene el valor de un estudio original, pero aporta materiales bastante numerosos como para caracterizar al obrero ruso en las fábricas, en los pozos de las minas, en sus casas, y, parcialmente, en los sindicatos; sin embargo, la posición del obrero en el organismo social no queda definida. El autor, por otra parte, no se había asignado esta tarea. Pero precisamente por esta razón, su trabajo procurará pocos datos que expliquen el papel revolucionario del proletariado ruso.

Esta importantísima cuestión queda aclarada en el volumen de Cherevanin, que acaba de ser traducido al alemán, y que es la obra que pretendemos examinar.

Cherevanin busca en primer lugar las causas generales de la revolución. Considera a ésta como el resultado de un conflicto entre las imperiosas necesidades del desarrollo capitalista del país y las formas de Estado y de derecho, que dependen aún del feudalismo.

La inflexible lógica del desarrollo económico —escribe— ha hecho que todos los estratos de la población, con excepción de la nobleza feudal, se viesen obligados a tomar posición contra el gobierno (p. 10).

En este agrupamiento de fuerzas de la oposición, «el proletariado ha ocupado sin duda alguna un lugar central». Pero este proletariado, por sí mismo, no tenía valor más que como parte constituyente del conjunto que formaba la oposición. En los límites históricos de la lucha que se siguió para la emancipación de la nueva sociedad burguesa, el proletariado no podía tener éxito sino en la medida en que la oposición burguesa lo sostenía, o, más bien, en la medida en que él mismo, por su acción revolucionaria, sostenía a esta oposición. Lo contrario es igualmente cierto. Siempre que el proletariado avanzó por su cuenta o, «si se quiere, actuó prematuramente», aislándose de esta manera de la democracia burguesa, sufrió derrotas y detuvo el desarrollo normal de la revolución. Esta es, en sus rasgos esenciales, la concepción histórica de Cherevanin.

La teoría de la revolución permanente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora