Calles de Sheffield

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Alexander ataba sus agujetas antes de salir otra vez. La verdad, no recordaba la última vez que había salido, pero por aquí dicen que lo hace seguido.

Toda la gente a su alrededor caminaba de un lado a otro, sin siquiera percatarse del joven muchacho que caminaba por allí, no lo vieron en los pasillos y tampoco lo vieron cruzar la puerta de salida de donde vivía.

El sol y el aire refrescante golpearon su nariz, él inspiró profundo aprovechando todo el oxígeno que no tenía allá adentro.
Se acomodó su chaqueta gris y comenzó a dar pasos largos en dirección a la ciudad.
A Alexander le gustaba vestir bien, después de todo, era muy apuesto, había que sacar provecho de eso. Usualmente usaba jeans, camisetas y su chaqueta favorita, acompañado por unos zapatos blancos de deportes, demasiado cómodos para hacer su actividad favorita, caminar.

Su cabello era de color negro y le gustaba usarlo algo despeinado, en parte porque lo consideraba su estilo y en parte porque algunos rulos que le crecían no le dejaban más opción.

Observaba atento a cada detalle, siempre había sido muy poético, con alma de artista, encontraba la belleza hasta en algo tan insignificante como una hoja seca en el suelo o un globo de helio perdido en el cielo.

Como todo artista, Alexander tenía a su musa.

Ella era hermosa, una venus en carne propia, una dulce voz acompañaba un rostro cincelado por el mejor detallista. Recordaba sus largos cabellos castaños y como disfrutaba de enredar sus dedos en ellos.
Sus labios eran rojos cuál cereza sin necesidad de maquillaje, ella era tan natural, tan pura, cada pequeña peca en su nariz había sido diseñada para decorar a la mujer más hermosa que él había conocido jamás.

Vienna...
Hasta podía escuchar música en su nombre.

Pero como todo hombre que ha sufrido en el amor, Alexander continuaba con su vida a pesar de estar destruido.

La había perdido, Vienna ya no estaba con él y había dejado un enorme vacío en su alma. De hecho, perderla, había cambiado su vida por completo.

La extrañaba tanto...

Algunas veces creía escuchar su voz, pero ésta era lejana, como en sueños.
Todavía sentía sus caricias, pero otra vez, al abrir sus ojos, sólo tenía piel de gallina en su brazo, seguramente producto de alguna brisa.

Porque Vienna no estaba.

Alexander poseía una cualidad que actuaba como un motor en su vida, la pasión. Ésta lo motivaba a no darse por vencido, a buscarla otra vez, y tener la esperanza de que algún día la iba a volver a ver, estaría frente a él con una sonrisa, y más tarde, sentiría la calidez de sus labios.

La ciudad de Sheffield se abría ante él y las posibilidades resultaban ahora infinitas.

Los mejores momentos que habían pasado juntos se reproducían en su mente, detrás de sus ojos, como si fuera una película.
Esos habían ocurrido justo allí, se sabía de memoria una lista de lugares que solían frecuentar, donde habían compartido sus existencias y fue feliz cada segundo que marcaba el reloj. Seguro la encontraría allí, como siempre, como antes.

Ella estaba allí, en alguna parte, la podía sentir.

Así fue que caminó y caminó, buscándola.
Su musa, su reina y la única persona por la que aguardaba todo el tiempo.

El Centro de Sheffield ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora