Capítulo 3.

72 4 0
                                    

Era tan tarde cuando Jungkook llegó a casa que ya no quedaban aparcamientos en su edificio y tuvo que aparcar a una manzana de su apartamento.
Con un suspiro, apagó el motor y agarró la bolsa de hamburguesas que había comprado. Odiaba dejar la camioneta en la calle, sobre todo en ese barrio tan malo.
Con suerte, los ladrones se irían a por el bonito y nuevo sedán negro que había aparcado delante de él.
No era que le encantara esa porquería de coche de segunda mano, pero si algo le ocurriera, no podría permitirse comprar otro, mientras que Yugyeom había insistido en comprarse una Harley Davidson utilizando su dinero. Era sorprendente que no hubiera destrozado la moto ya, aunque a él no le importaría. Es más, en su interior
y en los momentos de mayor tensión, deseaba que lo hiciera. No era necesario que muriera en el accidente, pero sí que podría pasarse en coma unos cinco años.

Disminuyó el ritmo de sus pasos al pensar en que él vivía en el apartamento que había justo al lado del suyo y que, si miraba por la ventana, lo vería subiendo las escaleras. Inevitablemente, saldría y lo acribillaría a preguntas sobre dónde había estado. Su vocabulario sería repugnante y no le importaría que nadie lo oyera. Pero si tenía suerte, no se daría cuenta y no tendría que verlo hasta el día siguiente.

Suspirando, subió los primeros escalones con la mirada fija en la puerta de Yugyeom, rezando, esperando poder tener una noche tranquila. Todo iba bien hasta que…

—Hey, Kookie, ¿qué llevas en la bolsa?
Al oír la aguda voz de Kim Min Seok, su nuevo vecino, le indicó que no hiciera ruido mientras miraba de reojo hacia la puerta de su ex y subía corriendo el resto de los escalones hasta el tercer piso.

Apoyado sobre la barandilla adornada con luces de Navidad, Xiumin esperó
obedientemente con la boca cerrada hasta que Jungkook se unió a él.

—Creo que está dormido —dijo el joven con ese extraño acento.
Decía que su hija y él eran de Incheon.

Los residentes del complejo de apartamentos no eran precisamente miembros de la clase alta. Al menos una vez a la semana oía un disparo cerca o veía a la policía llevándose a un novio o marido maltratador. Pero el alquiler era barato y, ya que tenía que mantener su casa y la de Yugyeom, eso era lo mejor que podía permitirse.
Su ex pensaba que era estúpido vivir separados, sobre todo porque quería
controlarlo en todo momento, pero a él no le importaba acabar arruinado pagando los dos apartamentos. Ya era terrible que intentara controlar todos sus movimientos como para encima tener que verle la cara constantemente.

Llegó al rellano del tercer piso y miró hacia la ventana abierta de Yugyeom. Por supuesto, estaba tumbado sobre el raído sofá marrón que habían comprado en una tienda de segunda mano. Sobre la mesa, había una botella de vodka vacía, pero él sabía que consumía algo más que alcohol. Bien. Tal vez podría tener una cena
tranquila con Xiumin y su hija.

—Te lo he dicho —el mayor inclinó su cabeza hacia el apartamento del ex de su vecino, pero su mirada estaba fija en la bolsa del local de comida rápida.

—¿Tienes hambre?

—Me muero de hambre.

—He comprado hamburguesas para Suni y para ti.

El castaño esbozó una amplia sonrisa. —Qué rico. Creí que tendríamos que volver a comer macarrones con queso —se giró, se colocó dos dedos en la boca y emitió un agudo silbido.

Con temor, Jungkook dio un paso atrás y miró por la ventana de Yugyeom. Seguía dormido. Por el contrario, Suni sí que había oído el silbido de su padre y subía
las escaleras.

—Hola, Kookie—la niña de ocho años estaba cubierta de barro. —¿Vamos a cenar ya? —le preguntó a su padre, mirando la bolsa de comida con unos ojos azules cargados de esperanza.

—Kookie nos ha comprado hamburguesas.

—Qué bien. ¿Y patatas también?

El pelinegro abrió la puerta de su apartamento. —Se habrían enfriado.

—Igual que las hamburguesas —dijo Suni con una lógica aplastante.

—Es verdad —añadió su vecino y su gesto acentuó la cicatriz que tenía bajo el labio inferior.

Con un suspiro, Jungkook los invitó a pasar y fue directo al microondas. Comer patatas fritas frías no era lo mismo, pero él no quería discutir sobre el tema con ellos. Quería que comieran y se marcharan. Es más, debería haberles dado la comida
para que se la llevaran a su apartamento, pero tenía debilidad por Xiumin y por su hija.
Por muy penosa que resultara su casa con su pintura barata y su moqueta verde oliva, ellos dos vivían en un apartamento más barato y pequeño todavía. El mayor aún debía dos meses de alquiler porque sus cheques del subsidio no cubrían todos sus gastos. Con su pronunciada cojera, tenía problemas para encontrar un trabajo con el que sustentar a los dos.

Cuando terminó de calentar las hamburguesas, el castaño ya había puesto servilletas sobre la pequeña mesa. En ella sólo cabían dos y por eso Suni se sentó sobre las rodillas de su buen padre. La pequeña devoró la hamburguesa y se quedó mirando otra. El pelinegro se la dio y deseó haber comprado más de cinco. Cuando Xiumin se terminó la suya, le ofreció la última.

     》》》》》

Nights of Sin《JiKook》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora