Un accidente lo dejo desfigurado.
Su rostro, el cual alguna vez fue admirado por ser extremadamente bello, ahora era causante de pesadillas.
Su cuerpo, el cual alguna vez fue tanto envidiado como deseado, no era más que cicatrices.
Su corazón, el...
Si me volvía a topar con esos hijos de puta, habría más que solo amenazas. Ningún hombre debía de aprovecharse de una mujer. Nunca. Bajo ninguna circunstancia. Con más fuerza de la necesaria, arrojé varias enciclopedias a la caja que decía "donaciones" y maldije en voz alta.
—Mierda —musité con los ojos entrecerrados.
Escuché como alguien se detuvo detrás de mí y por alguien me refería a mi tía Georgiana, ya que nosotros dos éramos los únicos en la librería a esta hora.
—Esas enciclopedias no tienen la culpa ¿sabes? —Me giré para encararla y me dio una pequeña sonrisa—. ¿Qué ha sucedido? Pensé que ibas a comprar comida china.
Sí, eso iba a hacer antes de que esos hijos de puta intentaran aprovecharse de esa mujer.
—Tuve un pequeño percance en el camino y olvidé por completo la comida. Lo siento.
Me dio otra sonrisa e hizo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto.
—No pasa nada, de todas maneras ya es tarde y quiero arreglarme un poco antes de mi cita con Mike. ¿Te importa si te dejo solo esta noche? —preguntó, sabiendo mi respuesta. La soledad era mi mejor amiga.
Negué con la cabeza.
—Buenas noches y recuerda que...
—Tengo que cerrar la puerta con seguro antes de irme y apagar todas las luces —la interrumpí.
Se despidió nuevamente y salió de la librería con una sonrisa de oreja a oreja. La razón por su felicidad tenía nombre y apellido: Mike Hamilton, hombre divorciado de 40 años que conoció en una aplicación. Desde que mi tía Georgiana descubrió la magia que es Tinder, no dejaba de salir en citas y no podía culparla. A sus 45 años, era una mujer bastante atractiva y su lista de pretendientes crecía cada día. Sin embargo, ella estaba convencida de que Mike era el amor de su vida — desgraciadamente eso también dijo de los otros diez hombres con los que salió este año.
Una vez solo, seguí acomodando enciclopedias y aproveché también para limpiar varios estantes.
Por un momento me permití pensar en la chica que había salvado. ¿Qué hubiera sucedido si me hubiera visto? ¿Si hubiera visto mi rostro? Sentí un pinchazo en el estómago nomas de imaginar su expresión. Probablemente en lugar de haberme dado las gracias hubiera salido huyendo como todos los demás. Aunque ya estaba acostumbrado a los insultos y a los gritos, aun me dolían.
Porque, aunque mi apariencia no lo demostrara, aún era humano. Un pequeño detalle que las personas solían olvidar.
Cuando se hicieron las dos de la mañana, salí de la librería cerrando la puerta con llave detrás de mí. Me subí a mi auto y por un momento pretendí ser mi antiguo yo. Aquel chico que amaba la vida y no tenía miedo de salir a la calle en pleno día. Una sonrisa nostálgica apareció en mi rostro, pero casi instantáneamente fue remplazada por mi usual seriedad.
Recordar mi pasado era una tortura y una pérdida de tiempo.
Encendí el motor de mi auto y una vez que entré a la autopista, aceleré hasta el tope. Con una mano en el volante, le subí el volumen a la radio cuando comenzó a sonar una canción de Jeff Buckley y comencé a mirar como las luces de la ciudad se difuminaban conformé me alejaba. El sonido de mi Camaro combinado con Nightmares by the Sea hizo que mi adrenalina subiera.
Esta era la mejor parte de mi jodida vida. Conducir a toda velocidad en la oscuridad de la noche y dejar a la ciudad detrás de mí. Nada mejor para subir mi humor que 455 caballos de fuerza y buena música.
Continué conduciendo hasta que llegué al borde de la ciudad y en lugar de darme la vuelta, me estacioné al lado de la carretera. Salí de mi auto y miré el cielo. Todas las noches me gustaba hacer esto: conducir hasta un lugar alejado de la civilización y apreciar las estrellas. Probablemente esta no era la manera en la que la mayoría de los hombres de 23 años pasaban sus noches, pero desde el accidente, las noches se volvieron mis días. Ya que no podía apreciar las nubes, apreciaba las estrellas y disfrutaba cada jodido minuto.
Me perdí en las constelaciones y conté más de cien estrellas. Algo que me gustaba de Arizona era que el cielo siempre se encontraba despejado y era fácil poder ver hasta el más mínimo detalle. Cuando vivía en Nueva York, era más fácil distinguir un avión que una estrella.
Permanecí con mi vista en el cielo hasta que la autopista comenzó a tener movimiento nuevamente. Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando abrí la puerta de mi auto y conduje hasta mi casa.
Me tomó 45 minutos llegar y el sol ya estaba a punto de salir. Suspirando, giré la manija de la puerta y encendí la primera luz que encontré.
Vivía en una casa que mi madre había dejado a mi nombre. Era bastante grande, lo suficiente como para alojar a toda una familia, y de tres pisos. Los muebles eran viejos y lucían abandonados. Los libreros estaban llenos de polvo y las plantas requerían bastantes cuidados, más de los que yo les daba. Desde que me mudé, no me había tomado el tiempo para hacer este lugar mi hogar. No veía el punto de hacer tal cosa. Pero había veces en las que veía a mis alrededores y me daban ganas de tirar todo a la basura y comprar cosas nuevas. O por lo menos cosas que no tuvieran más de 80 años.
Subí las escaleras hasta llegar al tercer piso y entré a mi habitación, la única parte en toda la casa que parecía tener vida. Había varios libros tirados al lado de mi cama, junto a una botella de pastillas para dormir.
Me quité la camiseta que estaba usando, al igual que mis pantalones, y salté a la cama.
Mi habitación no era la más grande, pero era la que tenía menos luz y eso me gustaba. Aunque no había otras casas cerca —la más cercana estaba a tres minutos en coche—, esta área era un lugar popular para caminar, ya que había un parque justo en frente de mi propiedad. Todas las mañanas, personas se juntaban a hacer ejercicio y si bien la mayoría tenía la decencia de no mirar hacia mi casa, algunos no podían resistirse.
Hacia aproximadamente dos años, unos adolescentes destruyeron mi jardín y escribieron "fenómeno" con pintura roja en la puerta principal. Ese mismo día decidí enrejar mi propiedad, compré una puerta nueva y me cambié a la habitación con menos luz en toda la casa.
Se que estuvo mal de mi parte haber dejado que esas personas me afectaran tanto, pero no podía evitarlo.
Ante los ojos del mundo yo era un fenómeno y entre más pronto lo entendiera, más pronto podría dormir sin tener pesadillas.
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Se que el capítulo fue muy corto y un poco aburrido, pero les prometo que la historia ira mejorando. Este capítulo fue más bien para que conocieran a Alistair. ¿Qué piensan sobre él?
¡Intentaré subir capítulo el miércoles o el jueves!
Canción: Nightmares By The Sea – Jeff Buckley
P.D. El gif dice 460 caballos de fuerza en lugar de 455 porque originalmente Alistair iba a tener un Corvette C7. Al final lo cambié por un camaro 😉