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Charlotte estaba agazapada en un rincón de la estancia apretando sus sienes con las dos manos.

Le dolía mucho la cabeza, más que nunca, creía que le estallaría de un momento a otro como si fuese una olla a presión y que el estruendo que iba a causar salpicaría las cuatro paredes de la habitación con sus sesos.

La imagen de una niña sonriente con un par de coletas siendo balanceada por su padre en un columpio durante una mañana soleada se repetía en bucle en su mente desde hacía cinco minutos y, aunque podía parecer un recuerdo feliz de su niñez, no lo era: la secuencia siempre se detenía justo cuando llegaba aquel terrible instante que quería olvidar. Sin embargo, por mucho que presionara los párpados, el dolor que le producían sus recuerdos infantiles no se aliviaba, por mucho que gritara, tampoco. Temía que el terrible final estuviera por venir.

No se quería marchar, ella no, y mientras se aferraba a este efímero pensamiento las pupilas se le tornaron blanquecinas como la nieve. A continuación, sobrevino el fatal desenlace que tanto temía: Charlotte quedó inconsciente en el suelo.

El grupo de gente que se encontraba en la misma estancia dio un paso atrás: estaban muy asustados.

—No os acerquéis a ella—dijo Sacha con voz queda al resto de personas que acababa de presenciar lo sucedido.

—Tenemos que salir de aquí—susurró Olivia, asustada.

El resto asintió.

—Aún no sabemos cómo, lo hemos intentado todo—señaló lord Braxton sin ocultar su nerviosismo.

Los tres se quedaron con la espalda pegada a la pared, conteniendo la respiración mientras contemplaban estupefactos el estado en el que había quedado el cuerpo inmóvil de Charlotte. Ninguno de ellos quería ser el siguiente en caer presa de la locura que la había llevado a ese trágico estado.

AtrapadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora