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El Doctor ya no escuchaba los lamentos en su cabeza, eso era un alivio. No obstante, ya no se encontraba en el interior de la casa: estaba bajo un cielo anaranjado y pisaba un suelo escarpado que estaba muy lejos de la Tierra y que le resultaba familiar; el Doctor estaba en Gallifrey. Demasiado lejos.

—¡Brillante! ¿Quieres jugar conmigo? Pues aquí estoy—dijo el Doctor, golpeando su pecho—.Pero ni si te ocurra tocarle a ella—sentenció mientras buscaba una salida.

Nadie respondió.

Era consciente de que aquello era una anomalía producida por algo que desconocía.

La TARDIS estaba aparcada en el exterior de la casa victoriana, no podía haber viajado con ella y menos al planeta en el que había crecido, porque no podía recorrer su propia línea temporal.

El Doctor se encontró frente a la entrada de la academia de los Señores del Tiempo. Estaba tal y como la recordaba, antes de que fuese destruida en la Guerra del Tiempo. Había pasado muy buenos momentos estudiando en sus aulas, corriendo por sus pasillos y leyendo en su inmensa biblioteca donde aprendió todo lo que sabía, aunque el Doctor nunca fue un gran estudiante. Volver a ver aquello le hizo recordar que había perdido todo lo que amaba y también lo que le disgustaba. Los Daleks eran la causa de su desgracia, ellos eran los culpables de la destrucción de su planeta, solo ellos.

El Doctor respiró hondo para evitar que se le escaparan las lágrimas, las emociones no eran buenas consejeras en ese momento, trató de mantener la cabeza fría, no debía dejarse llevar por la melancolía, aquello no era real, era solo una ilusión que alguien había creado para él. Dio un respingo, tenía que encontrar una puerta, cualquier cosa que le pudiese sacar de allí.

A continuación encendió el destornillador sónico para rastrear una salida y se dio cuenta de que hacerlo solo no era tan emocionante.

—Vaya, lo siento—dijo Rose mirando a lord Braxton, que estaba frente a ella conservando el porte.

—Nunca la olvidaré…—suspiró.

—¿Qué pasó exactamente? Quiero decir… ¿Notaste algo extraño durante estos días?—Quiso saber Rose.

El lord negó con la cabeza.

—Estábamos celebrando la pedida de mano, nuestros familiares y amigos más cercanos estaban en el salón disfrutando de una agradable velada en la que no faltaba el mejorchampagne—explicó el dueño de la casa—.Entonces escuchamos un estruendo que venía del exterior, pero ninguno de los presentes le dimos importancia porque nadie sufrió daños.

—¿Cuánta gente había en esa fiesta?—Preguntó Rose.

—No estoy seguro pero debíamos de ser alrededor de quince o veinte—respondió lord Braxton.

—Veintitrés en total y tres personas del servicio—añadió Sacha.

Rose recordó algo.

—Ese era el número de estatuas que había fuera—aseguró—Tenemos que salir de aquí como sea y encontrar al Doctor—La joven estaba convencida de que aquellos acontecimientos tenían alguna conexión.

Rose intentó abrir la puerta pero no lo consiguió, estaba atrancada.

—¿Por qué no se abre?—Inquirió Rose, furiosa.

—Ya te lo he dicho jovencita, no podemos salir—contestó Lord Braxton—, lo cual es inexplicable, igual que todo lo que está sucediendo aquí dentro. Acabaremos como ella.

—No, eso no sucederá—prosiguió Rose.

—¿Quién es ese Doctor?—Preguntó Olivia, balbuceando.

Todas las miradas se volvieron a centrar en ella.

—Es el único que nos podrá sacar de aquí. Es un buen hombre, siempre sabe qué hay que hacer. Ha visto millones de estrellas, ha salvado el universo miles de veces…—comenzó a decir Rose.

Olivia asintió.

—Pero no podrá salvarnos a nosotros—añadió Sacha temblando.

—¿De dónde proviene ese hombre?—Inquirió Olivia.

—De Gallifrey—aseguró Rose.

—¿Eso está en Irlanda?—interrumpió lord Braxton.

Rose no contestó. No sabía explicarle donde estaba el planeta de dónde del que procedía el Doctor porque nunca le había llevado a verlo y nunca lo haría. Solo le hablaba de su hogar en contadas ocasiones, cuando se ponía nostálgico.

—En cualquier caso, ese Doctor no está aquí y no creo que tenga nada que ver con esto. Nadie puede salvarnos—espetó Lord Braxton—.No descansaremos en paz.

—Él sí—aseguró Rose con firmeza, nadie la iba a hacer cambiar de opinión—.Me encontrará, nos encontrará a todos.

AtrapadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora