Era una noche fría y oscura, la princesa Nerea estaba más lejos de su hogar que nunca. Cubierta con la capucha de su capa y calzada con unas pantuflas destrozadas, atravesaba otra aldea más intentando dejar atrás a sus perseguidores o encontrar a alguien que pudiera ayudarla. Hasta el momento, no había tenido suerte.
Iba perdida en sus pensamientos cuando un delicioso aroma la distrajo. Venía de la posada de la aldea, que tenía las ventanas abiertas y en el portón un cartel gigante que decía: Expertos en raviolis. Las tripas de la princesa rugieron de la manera más grotesca posible.
Llevaba semanas alimentándose de bayas y frutos del bosque. No había nada que le gustara más en el mundo que los raviolis así que, a pesar de los riesgos que corría, se armó de valor y entró en la posada, dispuesta a mendigar ya que tenía un total de 0 triunfos.
La recibió una oleada de calor de la chimenea, el maravilloso olor de la comida y un estruendoso clamor que la hizo dar un brinco. ¿La habían reconocido ya? Pero... nadie la estaba mirando a ella. Nerea tardó un rato en comprender por qué razon la gente de la taberna estaba dándolo todo, y es que no es fácil para una persona que mide metro y medio ver lo que se cuece en un local lleno de mastodontes y cabezones.
Se abrió paso y vislumbró que todo el revuelo lo causaba un juglar. Debía de ser un juglar de mucho éxito porque estaba bailando como un pato mareado encima de una mesa y aporreando un laúd tallado con forma de tortuga pero no paraban de lloverle triunfos de oro y triunfitos de plata, incluso las enaguas de una señora salieron volando y le dieron en la cara. Él se reía mientras la gente le gritaba: "¡Sapoconchooooo, sapoconchooooo!".
La princesa Nerea, aliviada porque iba a pasar desapercibida, recogió del suelo un par de triunfitos de plata que no habían llegado hasta el juglar y se sentó en el rincón más apartado de la posada, disfrutando el espectáculo. No era música muy buena, pero después de tanto tiempo huyendo, cualquier contacto humano le parecía maravilloso.
—¿Qué te sirvo, hija?—le dijo la tabernera, limpiándose el sudor de la frente.
—¿Cuántos raviolis puedo comer con esto?
—Con esto sólo cuatro, cariño.
Nerea miró a la tabernera con ojitos de cachorro. En palacio le funcionaban muy bien con sus padres, los reyes, y hasta con su hermano, que le daban todos los caprichos que quería porque era muy mona. El mundo real era un poco más complicado, por ejemplo: no podía mirar con ojitos de cachorro a los esbirros de Queen Nayomi y esperar que no la decapitaran, pero la tabernera le sonrió con dulzura y dijo:
—Bueno, veré lo que puedo hacer. Al fin y al cabo, nunca le ha pasado a nadie algo malo por comerse unos raviolis de más.
Guiñó un ojo de manera exagerada (Nerea se quedó un poco confusa) y se fue esquivando taburetes caídos y ríos de cerveza derramada de camino hasta la barra. La princesa sonrió, contenta por primera vez desde que estaba a la fuga y disfrutó como nadie de sus raviolis cuando se los sirvieron.
Mientras, el espectáculo del juglar continuaba. La gente pedía las mismas canciones una y otra vez y se reían a carcajadas, aunque la princesa no entendía muy bien los chistes. También es verdad que estaba más centrada en comer que en otra cosa. Pasó mucho rato así hasta que, sin previo aviso, un muchacho se subió a la mesa del juglar así, sin más. La gente le abucheó.
—¡Hola a todos!—exclamó él, que llevaba la ropa remendada y un bigotillo ridículo.
—¿Qué haces, chaval?—preguntó el juglar.
La gente empezó a aporrear con sus jarras de cerveza, dejaron de llover triunfos y triunfitos, alguno incluso lanzó un ravioli contra el espontáneo que se había apoderado del escenario, poco les faltaba para sacar las picas, las hoces y todo. Sin embargo, el chico sonreía como si nada de aquello fuese con él y miraba al juglar con cara de ilusión.
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Siempre reinarás (o no)
FanfictionLa princesa Nerea, hábil y diminuta, ha sobrevivido a la destrucción de su palacio y sabe la verdad. Bueno, no lo sabe todo-TODO pero se ha ido enterando de cosas. Por ejemplo, sí que sabe lo que sucedió en el palacio: fueron atacados por un dragón...