Parte 3: Cuando casi la palman

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Les costó un poco ponerse en marcha. Primero, porque estuvieron buscando ropa de aventura apropiada para Nerea y no encontraron nada que no le quedara como una sábana. Segundo, porque Alfred quiso diseñar un plan que fuera Verdaderamente Heroico y fiel a lo que debe ser una aventura, cumpliendo con todas las fases del viaje del héroe y no les dejó irse hasta que estuvo conforme. Tercero, porque tardaron bastante en encontrar las pocas armas que no habían tenido que vender para comprar comida entre el desorden que había en la casa. Nerea se arrepintió durante una media hora de haberles pedido ayuda porque, ahora era evidente, eran un desastre.

Al fin partieron los cuatro. Nerea iba la última porque casi no podía andar con los zapatos enormes que le habían dejado y Agoney, para no dejarla sola, se hizo a su ritmo.

—Seguramente pienses que todo esto fue una idea pésima.

—Si te digo la verdad...

Los dos se rieron. Por delante, Alfred alzaba su espada, tan vieja que parecía que se iba a caer a cachos, y gritaba "A LA AVENTURAAA" mientras Bambi ladraba desenfrenada. Ninguno de los dos había intentado discutir la ruta a seguir o el plan de acción, Nerea porque no tenía mucha idea de cómo enfrentarse al asunto y Agoney por experiencia, no quería tardar tres años. Así que el joven caballero-músico-cantautor lideraba el grupo, con su trombón a la espalda y el mapa en la mano.

—En realidad os estoy muy agradecida... porque posiblemente acabemos los tres descuartizados —dijo con una sonrisa—, y poca gente se atrevería a ayudarme, precisamente por eso. Y más vosotros, que no trabajáis para nobles.

Agoney suspiró.

—No se lo tengas en cuenta, es complicado ser un caballero si no encajas en el perfil típico. Ya sabes: alto, fuerte, guapo, rico, machote sudoroso, poco inteligente, con sed de sangre...

—Es verdad—dijo Nerea entre risas—, los caballeros son lo peor.

—Gracias, eh. Yo vine de mi isla soñando con ser uno de esos grandes caballeros... y mírame, ahora soy la madre de Alfred.

Aunque todavía se estaba riendo, había cierto resquemor en lo que decía. Nerea no le dijo nada, pero pensó que le apetecía darle un abrazo giratorio que durara por lo menos tres horas. No era el momento ni el lugar, así que siguieron caminando porque Bambi y Alfred les llevaban ya un trecho importante de ventaja.

—Cuando rescatemos a Raoul—dijo, un poco sin aliento, porque andaban subiendo por montes—, él os nombrará a los dos caballeros con honores. Y os recompensará con tierras. Y seréis parte de su guardia real. Y si queréis hasta os podéis casar cuando reconstruyamos el palacio.

—¿Raoul y yo?—le subió la voz tres octavas por lo menos.

—¿Qué? ¡No! ¡Alfred y tú!

—Ah, menos mal, pensé que decías... Olvídalo.

Nerea, que esperaba que le hiciera ilusión (aunque era un poco broma) se quedó a cuadros con la expresión de espanto supremo de Agoney. Por un momento pensó que había enemigos a la vista, pero no. No, todo ese horror venía porque había entendido que sugería que se casara con su hermano. Se cruzó de brazos y se detuvo.

—Oye, majo, que tampoco es para que te pongas así. Ya quisieran muchos casarse con un príncipe. ¡Aquí los dos caballeros indies y republicanos!

—Que no lo digo por eso, es que...

—A ver, si tanto asco te da mi hermano no sé por qué vienes a salvarle. Podemos ir solos Alfred y yo. Bueno, y Bambi. Bambi es indispensable.

—¡Que no me da asco! ¡Ni le conozco!

Siempre reinarás (o no)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora