Parte 7: Aitana tiene un flechazo y Alfred otro

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La princesa Aitana volvió a invitarle a merendar unos pocos días después, pero en aquella ocasión Raoul no disfrutó del festín en absoluto. Solamente había probado medio pedazo de pastel y eso quería decir que la situación era realmente grave.

Esperaba que Aitana notara su malestar, pero la joven casi no le prestó atención, demasiado ocupada enseñando a su prometido a tocar el arpa. La música no sonaba muy bien, pero al menos la princesa tenía pinta de estar pasándolo en grande. Miraba al príncipe Luis con una sonrisilla dulce que ninguna persona utilizaría para mirar a un troll, menos aún a un troll modificado alquímicamente y a Raoul casi le daban arcadas al pensar que el plan de la reina acabaría funcionando y de ahí saldría un matrimonio feliz.

Presenciar aquella escena era peor que pasar un día completo sumergido en el olor de las mazmorras. El ahora lord Roi cantaba intentando seguir el ritmo de la música que príncipe y princesa sacaban del instrumento mientras Queen Nayomi y Sir Manolo bailaban en medio del jardín. Raoul calificaría aquel como el peor momento de su vida, si no fuera porque hacía poco tiempo que habían destruido su hogar y aniquilado a casi toda su familia, pero fácilmente podía dejarlo como el segundo peor.

Sin darse cuenta, sacó el fragmento del espejo de Mireya que últimamente llevaba escondido a todas partes. Se pasaba el tiempo mirándolo sin querer, especialmente cuando se sentía muy solo o muy perdido. Con el bosque como fondo constante, observaba al grupo hablar, discutir, reír o cantar. A veces se imaginaba las conversaciones que tenían, otras veces se encontraba a sí mismo sonriéndole al reflejo y después se sentía muy idiota, primero porque no debería sonreír a ciertas personas y segundo porque él tendría que estar poniendo de su parte para escapar. Por el momento se le habían ocurrido un total de cero ideas.

—Espabila de una vez—dijo una voz a su lado.

Raoul se sobresaltó y estuvo a punto de tirar el trozo de espejo al suelo, pensando que Sir Manolo le había descubierto, pero no se trataba de él.

—Ah, eres tú. Qué pesado, ¿no tienes trabajo?

—Espabila, alteza—insistió el muchacho—, a este paso te la quitan.

—Que no estoy interesado en la princesa, por última vez.

—¿Cómo que no? Hacéis la pareja perfecta—viendo que Raoul volvía su atención otra vez al espejo y le ignoraba, continuó—. No esperes que uno de esos caballeros de pacotilla que estás espiando desde el espejito venga a salvarte porque seguro que se los van a cargar en cuanto pongan un pie en Villaoté.

El príncipe se levantó, alzando la barbilla en una posición amenazadora que, había aprendido por experiencia, le hacía parecer tres centímetros y medio más alto y, por tanto, un tipo imponente.

—¿A quién llamas caballero de pacotilla, eh?—dijo—. Que sepas que el "caballero de pacotilla" se ha recorrido un reino entero a pie y viene a enfrentarse contra un ejército completo, dragón incluido, armado con poco cosa sólo por mí. Caballero de pacotilla serás tú.

Antes de que pudiera responderle o de que el mismo príncipe tuviera tiempo de arrepentirse de sus palabras, el estrépito de cerámica al romperse interrumpió la velada. La música se detuvo, la princesa Aitana exclamó un "¡dios mío!" y todo quedó sumido en silencio.

Thalía yacía derrumbada cerca de la mesa llena de dulces, rodeada de trozos de cerámica y té derramado que se extendía hacia los pies de Queen Nayomi. La princesa se acercó corriendo, sacudió a la doncella e intentó ayudarla a levantarse. Raoul se apresuró junto a ellas.

Entre los dos consiguieron poner a Thalía en pie, pero no que reaccionara. La joven tenía la mirada perdida y sólo se sostenía porque la estaban sujetando entre los dos.

Siempre reinarás (o no)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora