Parte 6: Raoul y Thalía destruyen un laboratorio y se descubre el verdadero Mal™

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Cuando Thalía abrió los tres cerrojos del portón de hierro que llevaba al laboratorio de los alquimistas, Raoul no se arrepintió de bajar a investigar. Se arrepintió, sin embargo, de haberse atiborrado de comida en la merienda con la princesa. Y es que ya había sido bastante duro recorrer cuatro niveles de mazmorras llenos de mugre que nadie parecía haberse tomado la molestia de limpiar desde el día en el que fueron construidas, pero además lo primero que salió del laboratorio fue un penetrante e insoportable olor a ciénaga lodosa profunda acompañado del chirrido de los goznes de la puerta.

El príncipe contuvo una arcada como pudo y se apartó de la entrada, tapándose la nariz y la boca con la manga. Claro que quería averiguar lo que pasaba en palacio y cómo escapar pero, joder, a qué precio.

—No te irás a echar atrás ahora—Thalía se giró hacia él, antorcha en mano, con el pelo encrespado por la humedad y los ojos brillantes de decisión—¿Verdad?

Todo sea dicho, daba un poco de miedo. Raoul se repuso. Sólo era un poco de peste, nada que no pudiera superar. Cuando escapara y derrotaran a la reina y todo su séquito, mandaría desinfectar el palacio. Con eso en mente, dio unos pasos hacia delante, decidido.

—Yo nunca me echo atrás—dijo, pero se detuvo justo en el umbral y se giró hacia su compañera con ojos de cachorrillo—. ¿Y si viene alguien?

—¿Quién va a venir?—Thalía resopló—. Si quieres me quedo yo a vigilar. Siempre me toca hacer guardia. Se me da bien hacer la alarma, las chicas me lo dicen mucho, ¿te lo demuestro?

Antes de que Raoul tuviera tiempo de responderle, Thalía le puso la antorcha en las manos, carraspeó, cerró los ojos y:

—iiiiiIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE...

Raoul la miró con los ojos como platos. Un grupo de ratones salió en estampida por el corredor mientras la voz de Thalía viajaba por el subsuelo y subía hacia las mazmorras, regresando a ellos en un bucle infinito. Del techo se desprendían hilillos de polvo y muchos pisos por encima de sus cabezas, la princesa Aitana se removió en su cama con dosel y se tapó la cabeza con una almohada.

...EEEIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE...

Un gruñido surgió del interior del laboratorio y, al fin, el príncipe reaccionó.

—Tha... shhhhh ¡Thalía, que nos van a oír, joder! ¡THALÍA!

...IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEEEEEEEmhmmmmhhhhmm...

Le tapó la boca con la mano y se ganó una mirada muy indignada. El eco no se apagó en un buen rato, seguía repitiéndose en el pasillo de piedra. Raoul miró hacia los lados, estaba encharcado en sudor ante la idea de que en cualquier momento vería las caras de los guardias dispuestos a descubrirles, apresarles, torturarles y encerrarles para siempre en la más mugrienta de todas las mazmorras, lo cual sería aún peor que la tortura.

Thalía se le quitó de encima.

—¡Pero no te preocupes!—le dijo y le dio una palmadita cariñosa en el hombro—. Si esto lo hago siempre que bajo a limpiar el laboratorio. Es mi sitio favorito para calentar la voz, como está tan abajo, no lo oye nadie. Si vieras los recitales que me monto... ¡Un día te invito!

—No me parece el sitio más acogedor—suspiró Raoul—, pero al menos tienes buena técnica, subes con elegancia. Venga, entramos juntos, nada de hacer guardia.

Y así, el príncipe y la doncella se adentraron juntos en el laboratorio, acogidos no sólo por la peste, también por unos ronquidos que hacían vibrar las paredes.

Siempre reinarás (o no)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora