Punto de vista omnipresente.
– No puedo creerlo. – Se burló el pelinegro de expresión neutral sin propinar empatía alguna. –Tener que cargarte hasta la enfermería solo porque un pequeño trozo de pan atorado en la garganta, ¿Qué tan tonto deberías ser como para atragantarte con esa miseria? – Definitivamente aquel chico carecía de tacto y gentileza.
El mayor de los dos chicos que se hallaban en la enfermería no paraba ni un segundo para recordarle lo débil que era por el pequeño incidente en el comedor, pues a la vista de este, alimentarse no traía peligro alguno cuando se trata de algo tan simple y cotidiano tal cual era respirar; y es ahí donde el rubio le miraba entre sorprendido y disgustado, es hilarante, ¡¿Cómo alguien podía ser tan desconsiderado para regañarlo justo ahora?! No parecía pensar en sus frías palabras ni medir el tono de su voz que a pesar de no haberla alzado era consciente de la crueldad que cargaba con tanto veneno como una serpiente, parecía ignorar las circunstancias pues su falta de conciencia ante las emociones ajenas o al menos la gravedad de la salud de toda persona ya que no daba señales de vida en su presencia avergonzada por la poca sutileza del pelinegro; la cual es diferente en todo aspecto a quien repetía una y otra vez con dulzura acerca del atragantamiento y sus primeros auxilios ante una próxima emergencia semejante, todo narrado con una paciencia acallada con regaños de un pelinegro ante una tierna enfermera que atendió al chico rubio.
El joven avergonzado ante reproches del pelinegro decidió perderse como le era habitual a un punto indeterminado, en este caso sus orbes esmeraldas cayeron a un pilar de luz intruso que se había colado por la ventana descubierta, sus cortinas se hallaban atadas en lazos gruesos de color café en un elegante moño, irónicamente su color favorito; hipnotizado por el rayo de luz solar que alzaba partículas de polvo que chocaban entre sí con una lentitud que relajo sus músculos tensos de lo cual no se percató hasta ese momento placentero donde aflojo sus extremidades así como su respiración pausada por la ira contenida, detestaba ser reprendido por personas que desconocía que tomaban total libertad como si fuera sus padres; en un suspiro comprendió que su amanecer solitario había sido estropeado por una mirada acusadora y palabras crudas, sus nuevos compañeros estarían por levantarse para una jornada escolar en su nuevo ciclo escolar en una nueva escuela...
Tan ensimismado en su entretenido paseo visual por una columna luminiscente –la cual ignoraba su propia existencia como un objeto inanimado- que el bullicio de un desesperado chico por atraer su atención había perdido poder en sus oídos, más advertía los movimientos como una fiera ante su presa dedicando sus nervios y sentidos a un ataque de rabietas irracionales, no se dignaba a levantar la vista para ver el dedo acusatorio de su acompañante, no era un completo tonto como para saber bien lo que señalaba con tanto empeño que daba gracia. Un pequeño pedazo de pan sabor chocolate cubierto de salivas del menor con una medida nada más ni nada menos que dos centímetros o quizás menos, a quien le interesaba el dato de su muerte si podía acceder a alejarse de ese temible efecto que bien no lo había asesinado le regalo un momento de pánico a su vida de por si paranoica.
Sus oídos sordos no tardaron en traicionarlo tanto como su visión ahora aburrida por una contemplación que ya le había relajado lo suficiente para hastiarlo y quedar a merced de lo que deseaba alejar de una vez por todas; abrumado al agudizar las actuales burlas después de una crítica su compañía engreída y para qué negarlo ¡¡Grosera e impertinente!! Pues el estudio en medicina no le faltaba para tener en claro que pudo haber muerto por ese miserable trocito de panecillo que él le había dado como una oferta de paz.
>>Seguro ya lo había planeado<<
>>Un discurso torpe para distraerlo y luego envenenarle con su dichosa "oferta de paz" y el comienzo de una amistad<<
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Sangre oculta: El sentimiento prohibido.
RomanceHay pueblos que se indignan al ser vistos machistas por sus costumbres apegadas a la palabra de Dios, ofendidos de ser llamados con ese término denigrante, se excusan, o como suelen decir, atestiguan la falacia de las palabras satánicas en aquellos...