II - Un futuro brillante

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Clement Rykdom

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Clement Rykdom

44 semanas antes de la semifinal.

Sus manos bronceadas color ámbar reposaban sobre la baranda de mármol del balcón del cuarto piso de su casa. Su casa, a su vez, estaba ubicada solitariamente a las orillas de una playa de blancas arenas. Desde ahí, el hombre de 41 años, tenía como paisaje las aguas turquesas del atlántico que se mecían suavemente. Era tarde, y el sol comenzaba a besar los bordes del mar, ahí donde el cielo y las aguas se tocaban en acostumbrada rutina cada día. En la orilla de la playa estaban sus hijos, de 13 y 17 años, disfrutando de los últimos rayos del sol. No había nadie más, de hecho, era imposible que alguien que no fuera su familia o sus criados estuvieran ahí, después de todo él había comprado la playa entera.

—Clement—dijo una voz que él conocía perfectamente.

—Vanessa—El hombre se dio la vuelta y pudo contemplar el cuerpo semi desnudo de su mujer cubierto apenas por la rosada bata de baño de satén que tanto excitaba a Clement. La bata le quedaba casi un codo arriba de la rodilla y se resbalaba por las curvas de su cuerpo. El color de su piel era mucho más lechoso que la de él, sus ojos eran esmeraldas y de su cabeza caía una cascada de oro, y sus labios, «Oh sus labios» pensaba siempre Clement al contemplar una boca hecha para besar y para robar el aliento de los hombres.

—Los niños están en la playa—dijo Vanessa y la bata de baño cayó junto a sus delgados pies y casi pareció que el Sol acarició el cuerpo de su mujer antes de desaparecer definitivamente en las profundidades del océano.

—Sí, los he visto—dijo Clement mientras comenzaba a soltar los botones de la camisa con la que había dado la conferencia a todo el mundo. Detrás de la camisa se escondía un abdomen trabajado, tonificado y esbelto.

—Y dime—Vanessa dio dos pasos y coloco su suave mano en la barbilla de su esposo mientras se paraba de puntas para susurrarle al oído—¿Crees que nos verán si lo hacemos en el balcón?

Clement intentó con todas sus fuerzas impedir que se le escapara un suspiro, pero no podía, hubiera sido más fácil caer de rodillas y besarle los pies a Vanessa antes que evitar suspirar, así que suspiró.

—Tenemos cientos de metros cuadrados donde podríamos hacer el amor, ¿Y tú quieres hacerlo en el único lugar donde nuestros hijos podrían vernos?—La mano de Clement se posó en la cintura de Vanessa y comenzó a bajar peligrosamente hacia sus piernas.

—¿Es que acaso te estás poniendo viejo y miedoso, mi querido Clement?—Vanessa remató la pregunta mordiéndose su carnoso labio inferior.

El hombre de piel perfectamente bronceada sonrío y se sacó el cinturón de su pantalón, para luego tomar entre sus manos el rostro de su esposa y besar sus labios con desenfrenada pasión. Su encuentro amoroso estaba cerca de subir de grado cuando el reloj de Clement comenzó a emitir una pegajosa y olvidada melodía rompiendo todo el encanto que se había generado hasta ese momento.

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