Prólogo

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Dicen que quien no tiene razones por las cuales morir, no sabe porqué vivir; y Todd Martthem se preguntaba en ese instante, sentado así como estaba en los camarines para competidores, cuál era la razón por la que había vivido hasta entonces, si es...

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Dicen que quien no tiene razones por las cuales morir, no sabe porqué vivir; y Todd Martthem se preguntaba en ese instante, sentado así como estaba en los camarines para competidores, cuál era la razón por la que había vivido hasta entonces, si es que acaso le tocaba morir.

Entrelazó sus manos y comenzó a fregárselas buscando recibir algo de calor humano. Su mirada estaba perdida en el suelo de cerámica con mosaicos elegantemente pintados. Estaba solo, en ese momento, en los minutos antes de salir a jugar arriesgando su vida, Todd Martthem se sentía solo.

Levantó la vista y examinó el camarín, había espacio para al menos un equipo de fútbol entero, aunque claro, en aquellos años el fútbol ya no existía, así como tampoco abogados, o escritores, sin duda era una época gris y angustiante, pensó Todd. Algunas cosas que aún existían eran las personas pobres, la hambruna—por montones—, el golf, el chocolate, y claro, gente con muchísimo dinero y poder, que, sin usar hipérboles, controlaba el mundo.

En la mitad de una de las paredes del camarín había un espejo de cuerpo completo, Todd se levantó y se acercó a el. Al ver su reflejo se sorprendió, era como si se estuviera viendo por vez primera. Tiempo atrás no había estado acostumbrado a tener un espejo, ahora incluso tenía un par en casa, aunque no habituaba usarlos, sin embargo esta vez, considerando que quizás fuera la última oportunidad que tuviera, decidió verse en él. 

Con sus ojos, color castaños y con rayos verdosos, examinó su cuerpo delgado el cual, si bien meses atrás un adjetivo más adecuado habría sido raquítico, hoy asomaba con una musculatura tonificada y con una contextura más agraciada,  algo que no había cambiado era su piel que mantenía ese aspecto cobrizo que le había acompañado desde pequeño, en su mandíbula y barbilla había una incipiente barba demasiado clara como para ser vista desde lejos. Su cabello negro azabache ya no lucía tan desordenado, aunque seguía sin saber como peinarse. 

Llevó su mano derecha a su nariz y la recorrió con su dedo desde la raíz hasta la punta, pasando por sobre la curvatura que había dejado en el hueso de su nariz una fractura de la infancia, que parecía tan, pero tan lejana, especialmente luego de el año que había pasado, el 2045, aún así estaba seguro de que la fractura había sido antes de la catástrofe de 2037, eso sí lo sabía.

Golpes firmes y adustos desde la puerta de su camarín le hicieron darse la vuelta. Su corazón se detuvo—o eso sintió Todd—por unos instantes, él sabía lo que significaban esos toques. Había llegado la hora.

—¿Sí?—dijo con voz trémula.

La puerta se abrió y entró un hombre vestido con un largo abrigo de cuero negro. Vestía una bufanda de hurón y debajo del abrigo llevaba una camiseta pegada al cuerpo. Su rostro destacaba por su nariz aguileña y unos ojos grandes como platos.

—Ya toca pasar, chico—La voz de aquel hombre está muerta, se dijo Todd a sí mismo.

—Vale—Fue la única palabra que salió del pecho sin aliento del chico desgarbado y ojos castaños con pequeñas motas color verde.

El hombre se marchó cerrando la puerta a su salida y dejando una vez más solo y abandonado al joven Todd a merced de sus pensamientos que lo consumían, que lo embargaban. «Pasamos años buscando esa razón por la cual estamos dispuestos a morir, y cuando al fin la pillas, ahí, ahí es cuando recién comenzamos a vivir» Le había dicho una vez un amigo suyo. Cuando le escuchó decir esas palabras a su amigo le pareció tonto, ridículo, no obstante, ahora le pesaba, era un yugo sobre sus frágiles hombros que lo hundía mientras, desesperadamente, trataba de encontrar esa razón por la cual estaba dispuesto a morir, pensando una y otra vez, «Aún no he comenzado a vivir».

De pronto un ensordecedor ruido de vitoreos, aplausos y gritos de todo tipo llegaron hasta el camarín donde se encontraba. Todo indicaba que su rival ya había subido a la puesta en escena que Los Lores habían dispuesto para el Gran Campeonato y así los jugadores pudieran enfrentarse en vivo y en directo al resto del mundo, aunque ese resto del mundo comprendía una pequeña proporción de personas que tenían acceso a internet, a una televisión o con la suerte, y dinero, de estar ahí, en el coliseo.

«Ya es tiempo» pensó Todd mientras tomaba la chaqueta que colgaba de uno de los vestidores, era blanca alabastro con finas líneas doradas que nacían en los hombros y bajaban por sus mangas, en la parte de la espalda tenía escrito su nombre junto con el apodo que se había ganado; "Todd—El Ángel—Marthem". Salió de su camarín recordando su primera partida, el primer corte que recibió, la primera vez que ganó, la primera vez que casi muere, la primera vez que un amigo suyo murió. Había recorrido muchos obstáculos para llegar hasta ahí, a la semifinal del Gran Campeonato, y a diferencia de su temible rival, que todo el mundo la proclamaba como la futura campeona, él no asesinaba, era su estilo de juego, su estilo de combate, perteneciente a la facción de Los Pacifistas estaba ahí para probar un punto, o eso intentaba, con todas sus fuerzas, creer él, porque con cada paso que daba su mentalidad y sus convicciones se iban desmoronando, y el único pensamiento que tenía cabida en su mente era, «No quiero morir, aún no».

Cuando llegó al final de aquel pasillo de paredes blancas poco iluminadas pudo ver en el centro del escenario las consolas de realidad virtual que lo transportarían al mundo del juego, al mundo de "The Hope". Si moría ahí dentro el chip que tenía incrustado en su medula espinal liberaría una toxina que lo mataría, si recibía algún corte o lesión dentro del juego, el chip guardaría esa información retransmitiendo los estímulos de dolor a los nociceptores del cuerpo humano y sentiría el dolor, un dolor real y penetrante. Si te cortaban un brazo en el juego el chip almacenaría esa información transmitiendo constantes impactos de dolor al brazo afectado, dolores tan punzantes y tan agonizantes que preferirías estar muerto, finalmente jamás volverías a usar ese brazo en la vida real. 

El juego apestaba, pero si lograbas sobrevivir los quince minutos que duraba la partida, la gloria sería tuya, y junto con ello mucho dinero, o más dinero de lo que jamás una persona como Todd o como el 90% de la población de la tierra hubiera imaginado tener en sus manos. Finalmente, con la espalda bañada en un sudor frío, entró a la zona dispuesta para que él y su rival entraran al juego y el animador comenzó a hablar.

—Y en esta esquina, mi querido público, tenemos a Todd Marthem, El Ángel—Algunos miembros del público aplaudieron, pero la mayoría de las reacciones fueron abucheos, silbidos e insultos. La gente no lo quería, no era un "showmen" a diferencia de su rival. La Segadora. La jugadora más temible de juego, con incontables muertes en su haber. Cientos decían algunos, miles otros, millones, los más codiciosos.

El rival de Todd Martthem estaba de pie al lado de la consola de Realidad Virtual que le tocaba utilizar, y mientras él se acercaba a la suya ignorando los gritos del público pudo ver el lema del juego escrito en grandes letras en la pantalla que transmitiría en directo la partida, «Et gloria: morte». Gloria o muerte. Todd Martthem, avanzando hacia el peligroso precipicio que suponía aquella batalla elegía la gloria, por sobre la muerte.

PD. No sé si esto se pueda, si es que no por favor avísenme jajajajaja, pero estoy publicando la historia para un concurso en otra página, donde la historia ganadora será publicada, si queréis y pueden, por favor denme una mano votando por los capítulos de la historia, https://sweek.com/read/123563/1400000162

Saludos!

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