Frozen and Brave: Razones para amar a su hija Anna.

Inocente

—Amo su inocencia, 17 años... Amo sus errores... 17 años.

Es callada, tímida, inocente tiene la mirada.

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—Gracias a ese corazón tan noble que ella tiene puede ser muy inocente. Y con eso me refiero a que Anna no piensa en que las personas podrían estar aprovechándose de ella y su bondad.

Anna no busca errores y defectos en los demás, ella simplemente va y te da la mano.

Se que dije que Anna no necesita quien la proteja pero a veces ella tarda en darse cuenta de las malas intenciones de los demás.

Cuidarla se ha vuelto una de mis prioridades y me gustaría tener su permiso señor.

—¿Por qué de repente se siente como si estuvieras pidiendo su mano en matrimonio? —contestó Adgar con el rostro enmarcado en seriedad.

El calor se instaló en mis mejillas y quemaba, quemaba hasta las orejas.

Él comenzó a reír negando con la cabeza.

—No lo aceptaría, aún son muy jóvenes y todavía tienen que aprender muchas cosas. Aunque se conozcan de toda la vida a veces el noviazgo cambia las cosas.

—Bueno sí, quiero decir... Anna y yo nunca hemos hablado sobre eso, aunque por supuesto que me hace ilusión pero estoy de acuerdo con usted con respecto a que somos muy jóvenes.
Quiero mucho a Anna, me atrevo a decir que la amo. Antes de tener una relación de noviazgo, fuimos amigas, ese es el cimiento de lo nuestro y estoy segura que es un cimiento sólido y fuerte.

No me puedo imaginar la vida sin Anna. No puedo imaginar quién sería yo si Anna no se hubiera acercado a mí desde el primer día. Ella ha influenciado mucho en mi persona y creo que de no conocerla, no lo sé... Todo sería diferente.

Ella es tan dulce y encantadora; es amable, carismática, inteligente, risueña, gentil... Anna es todo lo que es bueno.
Tiene tantas cualidades maravillosas que podría hablar de ella todo el día... pero si lo tuviera que resumir, diría que para mí ella es... Perfecta.

Un suspiro salió de los labios del señor Arrendelle.

—Prefiero que mi hija esté contigo que con cualquier otro muchacho tonto cómo Hans —miró su reloj —, ella debe estar en el jardín. Deberías ir y decirle que ya no está castigada.

El corazón latía emocionado y las mejillas las tenía ardiendo en color rojo. No podía creerlo... Ambos nos pusimos de pie.

Aquel muro que se había levantado frente a mí y que parecía impenetrable ahora me cedía el paso...

—Merida... No hagas que me arrepienta.

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