Capítulo 6

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Hacia un calor terrible. April permanecía desnuda de pie en el dormitorio, mientras decidía lo que se pondría. Al fin, tomó unos pantaloncillos blancos y una camiseta roja. Odió sentir el contacto de la ropa contra su piel pegajosa.

No se molestó en usar la secadora para el cabello, y dejó sueltos sus rizos recién lavados que le llegaban al cuello. No tenía la intención de maquillarse, puesto que Hugh no podía verla, y a Harry no le importaría en lo más mínimo.

Por su mente cruzó el pensamiento de que un día no lejano, Hugh ya no estaría ciego. Se acercó al espejo del tocador y se preguntó si habría alguna diferencia si él la mirara.

Todos decían que April tenía un cabello atractivo, grueso y negro, con rizos naturales. Lo mejor de su rostro eran los ojos, de un color azul oscuro, y con pestañas largas y negras.

Frunció el ceño al observar su boca, la cual no le agradaba desde que la directora de la escuela le comentó que tenía boca de pucheros.

Decidió que era una lástima que su cuerpo fuera tan corto. Siempre pensó que necesitaba más estatura, debido a sus curvas generosas. Hizo una mueca y decidió que no lamentaba tener un busto lleno, pero sí demasiadas caderas.

De pronto, la dominó una sensación de depresión, y se dejó caer sobre la cama de agua. En el fondo de su corazón, sabía que no era su apariencia lo que alejaba a Hugh, pues él indicó con claridad que era demasiado joven para él. Además, April tenía la sensación de que Hugh todavía no se recuperaba de su rompimiento con Cynthia.

Suspiró y se puso de pie. Tomó una botella de perfume que estaba encima del tocador y se perfumó. Una fragancia exótica, dejada allí por algunas de las novias de su tío.

Cuando April llegó, Hugh y Harry descansaban en sillas de extensión, y bebían cerveza. De inmediato, Harry se puso de pie y le indicó que ocupara su silla, mientras iba en busca de una copa del vino blanco preferido por April.

—Te perfumaste —comento Hugh de pronto—. Por lo general, no usas perfume.

A April le molestó su brusquedad. A la mayoría de los hombres les agrada que una mujer se perfume, y no criticaban ese hecho.

—Lamento que no te agrade —señaló April, con irritación—. ¿Me alejo más?

—¡Sería una buena idea!

—¿Qué te sucede esta noche? —lo observó antes de hacer la pregunta.

—Es el calor —se lamentó Hugh y terminó de beber la cerveza—. ¿Puedes creer que Harry quiere jugar póquer después de la cena? Le dije que sería imposible, más asegura que tú y yo podríamos colaborar. Se supone que te sentarás junto a mí, y me dirás las cartas que me tocaron.

La idea de sentarse cerca de Hugh toda la noche la hizo sentir una sensación de vacío en el estómago.

—No estoy segura de que eso resulte —comentó April. Notó que Hugh fruncía el ceño, por lo que rió y añadió—: Soy buena jugadora de póquer, y discutiríamos sobre las cartas a tirar.

Hugh dejó escapar un sonido de impaciencia. Harry llegó con la bebida de April, se la entregó y volvió a desaparecer. April miró a Hugh, y de manera inconsciente, su mirada se deslizó hasta los musculosos muslos. El recuerdo de lo sucedido por la tarde hizo que sintiera calor en las mejillas.

—¿En qué piensas?

April dio un salto ante la pregunta repentina.

—Oh... yo...

—Vamos, sé honesta.

—No creo que en realidad quieras saberlo —respondió April y rió. Dio un trago de vino.

Algo especialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora