¡Yo te amo, Kim!

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—¿Qué mierda crees que haces? —preguntó Kim, con notorio enojo.

—Vine a hablar contigo, estuve pensando mucho las cosas y quiero arreglarlo todo.

—Pues yo no quiero hablar contigo. Además, será mejor que te vayas, mis padres se van a enojar —mintió Kim, pues sus padres habían salido, pero no quería hablar con Kenny en esos momentos.

—Mientes, vi cuando se iban, esperé en la esquina por tres horas. No será mucho tiempo, lo juro.

—No, yo no quiero hablar contigo. Tú lo dejaste muy claro, no somos nada, por lo cual no tengo que darte explicaciones, para eso viniste, ¿no? —Kim lucía muy enojado, y no era para menos.

—Bueno, en parte sí pero...

—Ya vete —dicho esto, Kim le cerró la puerta en la cara.

—¿Kim? ¿De verdad me vas a dejar hablando solo? —No recibió respuesta—. Sé que estás ahí, vamos, abre.

Ya que nadie contestaba, comenzó a tocar el timbre mientras le daba ligeros golpes a la puerta. De pronto sintió algo frió caerle en la cabeza. Levantó la vista y vio a Kim apoyado en una ventana, sujetando un vaso vacío.

—Vete o la próxima vez será un balde con hielo —advirtió éste antes de alejarse de la ventana.

—¡Vamos! —se quejó Kenny. Definitivamente Kim no hablaría con él, así que decidió irse por el
momento, pero no renunciaría tan fácil.

Kenny caminó un par de calles, muy desanimado. Lo había arruinado en grande, lo sabía y estaba arrepentido de ello, pero no tenía idea de como solucionarlo. Estaba sintiendo muchas emociones y tenía miles de cosas en la cabeza.

Cerca de donde estaba divisó un bar. Él no acostumbraba a beber cuando tenía problemas, de hecho nunca lo había hecho; pero tal vez, solo en esa oportunidad, podría beber algo para relajarse un poco y pensar las cosas con claridad. O bueno, esa era la idea.

Entró al recinto, no se veía mal, había mucha gente joven y algunas personas mayores. La música era buena, un buen ambiente. Pero Kenny no se sentía de humor para esas cosas.

Caminó hacia la barra y pidió algo para beber. De alguna manera el alcohol le hizo sentirse mejor, le levantó el animo y dejó de pensar en sus problemas por un rato. Así pasó su noche, trago tras trago hasta que casi no podía controlar lo que hacía. Lo que no sabía era que el alcohol puede hacerte hacer cosas estúpidas, y él estaba por cometer la estupidez más grande de su vida.

Ya era muy entrada la noche, pero al ser fin de semana aún había gente paseando por las calles. Kim estaba en su habitación, terminando unos deberes de la escuela, sus padres todavía no llegaban y posiblemente no llegarían hasta el día siguiente. Sintió un escalofrío recorrer su espalda, como un mal presentimiento, pero no le dio mucha importancia.

Siguió con su trabajo, sin embargo, no podía concentrarse del todo, pues seguía pensando en lo que Kenny le dijo antes de irse. Si era verdad que quería arreglar las cosas, entonces tal vez podía darle una oportunidad.

—Esto es ridículo —dijo para sí mismo—. Como sea, tengo que terminar esto o el profesor me matará, y luego lo hará mi madre.

Volvió a sus deberes pero antes de siquiera leer una línea del libro, escuchó la voz de Kenny.

—Debo de estar volviéndome loco —murmuró sacudiendo la cabeza, pues pensaba que solo era producto de su imaginación.

Miró nuevamente el libro, pero esta vez escuchó claramente la voz de Kenny afuera de su casa. Agudizó el oído y percibió los gritos que éste soltaba. Rápidamente se acercó a su ventana. No podía creer lo que veía.

—¡Kim! ¿Me estás viendo? —gritaba Kenny en plena calle, muchas personas se habían detenido a
ver la escena—. Responde mis llamadas, por favor. Lo siento, Kim. ¡Lo siento!

—¡¿Qué le pasa a ese loco?! —gritó una señora mayor, la vecina de Kim—. Voy a llamar a la policía.

—¡Kim! Habla conmigo. Prometo que no te volveré a lastimar, y dejaré de escuchar esa música si es que te molesta, haré lo que tú quieras. Por favor. ¡Vuelve conmigo, Kim!

Kim tomó su celular y comenzó a grabar el espectáculo que Kenny ofrecía.

—Kim, gracias por quererme. Yo te amo, Kim. ¡Yo te amo! Pero no es justo lo que me estás haciendo, no es justo que me engañes con ese tipo mientras yo me muero por ti. Te mereces todo,
Kim. Perdoname —Kenny estaba claramente ebrio—. Tú me quieres Kim, yo sé que me quieres
como yo te quiero. ¡Te amo Kim! Incluso me tatué tu nombre, está por algún lugar de aquí —dijo Kenny comenzando a revisarse los bolsillos.

Comenzó a escucharse el sonido de las sirenas policiales, inmediatamente una patrulla se detuvo frente a la casa de Kim y dos oficiales bajaron del vehículo acercándose a Kenny.

—Esperen, no puedo irme sin Kim, me voy a morir sin él —dijo Kenny, tratando de apartar a los hombre que intentaban sujetarlo—. ¡Kim! Diles que no me maten, Kim.

Kim, alarmado por la presencia de los oficiales, bajó rápidamente y abrió la puerta, justo cuando metían a Kenny a la patrulla.

—Kim, me estabas viendo, ¿verdad? Yo te amo Kim. ¡Yo te amo! Te extraño mucho —gritó Kenny antes de que lo metieran por completo al auto. El vehículo comenzó a andar, pero luego de avanzar un par de metros, se oyó un grito saliendo de los altavoces que el auto poseía.

—¡Kim! ¡Te amo, Kim!

La patrulla comenzó a moverse de un lado a otro, y cuando se detuvo,  bajó y comenzó a correr, aún esposado, hacia Kim. Éste no reaccionó y se quedó congelado en su lugar. Kenny llegó hasta él y trató de abrazarlo, pero al llevar las esposas puestas lo único que consiguió fue asfixiar al otro. Rápidamente un policía llegó y sujetó a Kenny apartándolo de Kim para impedir que siguiera asfixiándolo.

—¿Estás bien? —le preguntó el oficial a Kim, ignorando los gritos de Kenny.

—Eh, sí, estoy bien —dijo con un poco de dolor en su cuello.

—¿Lo conoces? —cuestionó el señor, señalando a Kenny.

—Claro que me conoce, es mi novio. ¡Mío! ¿Porqué lo miras, imbécil? ¿Quieres pelear? Voy a partirte la cara, deja de mirarlo, maldito pervertido —gritó el señalado.

—No lo conozco, nunca lo había visto en mi vida —afirmó Kim.

—Lo entiendo, Kim, pero aún te amo. Casate conmigo, Kim.

—¿Le gustaría levantar una denuncia por agresión?

—No, así está bien. Creo que será mejor que se lo lleven.

—Sí, lamento las molestias —se disculpo el policía antes de volver a llevar a Kenny al vehículo.

Kim se quedó parado viendo como aquel hombre batallaba para que Kenny entrara a la patrulla. Y
cuando lo logró, Kenny salió por el otro lado y corrió hacia él otra vez. El hombre, al darse cuenta, corrió tras él y lo derribó al alcanzarlo. Kenny gritaba cosas incoherentes mientras era arrastrado a la patrulla por tercera vez.

Fragmentos de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora