Introducción

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Los latidos de su corazón detenerse, las gotas de sangre caer al piso de madera lustrada, el olor a carne recién cocinada de él que era mi nuevo huésped hasta hace unos minutos, la música sonar en la tranquilidad de mi hogar era la más grande paz que te pudieras imaginar.

                                                                                                —Tom Bush

Estar en la vieja ciudad se había vuelto unos de mis mejores pasa tiempos, podía sentir el olor de cada persona que pasaba por mi lado, se quedaba impregnado en mis fosas, pero no todos eran de mi gusto, algunos olían a miseria y tristeza, y no me gustaba comer algo apestoso.

Al llegar a casa, el olor a carne asada aún se sentía en la vieja cocina, la sangre aún se sentía fresca al rosarla con la yema de mis dedos para llevármela a los labios, aún sabía exquisita, tenía ese sabor entre dulce y amargo que me hacía divagar en la mente como es que llegue hasta aquí, mirando a mi alrededor me doy cuenta de lo solo que estoy, de las cosas que la vida me arrebató, que simplemente un día dejaron de estar, como mi madre.

Mi madre, aquella mujer que me enseño todo lo poco que sé, a veces entre tanta sangre y soledad me acuerdo de ella, de las mañanas en la cocina y las tardes en aquel viejo parque afueras de la ciudad, de las risas al empezar el día y los llantos al acabarlo, me acordaba también de cada golpiza, y de aquel hombre con los ojos oscuros que venía a vernos por la noche, trayéndonos ricos potajes, mi favorito eran las personas que tenían los ojos azules, me hacían recordar al mar, a la tranquilidad que refleja esté.

Recuerdo apenas unos rostros de las personas que he degollado, antes de arrancar sus ojos, los observaba fijamente mirando su tristeza, su miedo, podía conocer hasta sus más oscuros secretos. Viendo sus manos que aún temblaban de terror, las acariciaba sintiendo cada parte de su piel rozar con la mía.

Hubo una chica, ella duro mucho más que cualquiera aquí, diría que su tortura fue menor, pues mis ganas de arrancarle la piel habían disminuido al ver sus ojos, azules como el mar, pero que irradiaban la misma tranquilidad como mirar el cielo estrellado en una vieja noche, hubiera querido mantenerla más tiempo así, contemplándola, pero en una de esas noches en las que yo vagaba por la ciudad, ella en casa arranco sus ojos quitándose lo que la había mantenido viva hasta entonces, sentí un agujero en mi ser de nuevo, pero entendí que tenía que ser así, no podía cambiar nada, y nada podía cambiarme a mí.


EN MIS MANOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora