Ese hombre

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Recordar a mi madre me hacía tener algún tipo de viaje extraño hacía nuestro viejo lugar, la mujer reservada que era me había llevado a amarla, éramos cómplices de viejas aventuras y crímenes.

Recordar la primera vez que me enseño la manera correcta de degollar a alguien, o la vez que aprendí junto a ella la manera en la que debían ser enterrados para que sea imposible encontrarlos.

Caminando detrás de esta chica con los ojos como los del cielo, mirando cada una de sus expresiones físicas, la manera en la que su mirada se posa en mí cuando voltea, seguro para asegurarse de que yo no esté aquí. Veo como acelera sus pasos la adentrarnos a una calle oscura, puedo mirar cómo trata de empezar a correr, pero es como si su mente le dijera que haga lo contrario, puedo oler su miedo a la distancia en la que estoy.

Mi mano toma el cuchillo que descansaba en mis pantalones, sacándolo lentamente y haciendo mi paso esta vez mas rápido, los olores en este tipo de calles es parecido al de la miseria, pero ahora el único olor que llega a mí, es el de ella, el del miedo, temor.

Cuando estoy a solo unos pasos de agarrar su muñeca, empieza a correr, primero de un lado y luego del otro, me quedo paralizado con el cuchillo en la mano, viendo como trata de huir.

Traería una copa de vino y me sentaría ya mismo, sigo su camino, mientras ella se voltea hacía mí, mirándome fijamente a los ojos, con una botella rota en la mano que dios sabe de qué basurero la habrá sacado, podía oír los latidos de su corazón, podía escuchar las gotas de sangre que caían de su chaqueta al seguro haberse lastimado con la tontería que llevaba en la mano.

Caminando hacia ella, parece haberse quedado sin vida, con la piel pálida, y los ojos llorosos, puedo ver como mueve sus labios, pero no logro escuchar lo que me dice, mis sentidos están puestos en el molestoso ruido de los latidos de su corazón, llegando hasta su lugar, empieza a abrir la boca aún más, pero sigo sin escucharla, agarrándola firmemente del cuello, y mirando sus ojos azules tan callados y con una expresión de miedo, me limite a darle una sola estocada en el corazón, dejándola así, con los abiertos a mi disposición, tan tranquilos, como la serenidad del mar.

Llegando a casa, con el desorden en la mente que me era algo difícil de controlar y con un cadáver arrastrándolo durante toda la noche, la miro por una vez más y la coloco en la vieja mesa para comer, donde nos solíamos sentar mi madre y yo, debatiendo mi mente en si cortarla vertical y horizontalmente, recuerdos con viejas imágenes aparecen, recordándome que quizá no deberá estar haciendo esto, pero los ojos de aquel hombre aparecen otra vez así que empiezo a cortar, poco a poco su rostro, a sacar la piel y ponerla en mis labios, sintiendo como si fuera aquellas carnes que traía antes mi madre, arranco cada uno de sus ojos, para ponerlos con delicadeza en mi más grande colección.

EN MIS MANOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora