Calidez

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Caminando de nuevo, solo, con una mochila vieja sobre su espalda y una botella de vino en su mano, se dirigía a lo que llamaría su nuevo hogar, mientras observaba a la escasa gente que pasaba por su lado, algunos observándole con desprecio, otros con compasión, y otros tantos con la mirada gacha muy concentrados en su vida como para lazar la mirada y darle una vista a las demás y darse cuenta que no son tan miserables como se sienten.

La neblina de la ciudad no permite seguir observando más allá de los rostros de las personas, el ambiente tan frio y seco no permite estudiar a la gente tanto como quisiera, ni siquiera puede imaginarse que es lo que le espera, si será una casa vieja o alguna moderna, si será en un callejón alejado de la ciudad o en el centro de esta, si quizá tendrá nuevos compañeros o vecinos que se puedan servir para la cena, simplemente no puede ponérselo a pensar ahora mismo.

Horas después, se encuentra frente a él una vieja casa, nada parecida a su hogar, pero con una sensación de suciedad y miseria que lo llevan a acercarse más hasta el punto de que su nariz choque con esta, una de sus manos baja lentamente a uno de sus bolsillos del pantalón, sacando una carta del Padre Abel que seguramente leerá en un tiempo después, junto a ella está una llave, la que le abriría este muladar de mentiras que estaría por empezar.

Después de un par de forcejeos por intentar abrir la puerta, cuando lo logra y está por dar su primer paso dentro de lo que a partir de ahora sería su nuevo hogar, nota la presencia de alguien detrás de él, y su mente empieza a recrear viejos recuerdos de personas que le habían tratado de intimidarle y como habían acabado, un destino trágico quizá sería la excusa de un par de tontos.

—Joven me disculpa un momento. —escucha a alguien con una voz débil a sus espaldas.

Por un momento piensa en entrar sin más, pero sus recuerdos lo vuelven a detener y una voz gruesa se escucha en su mente "Se amable, Tom" seguido de una ligera sensación de que alguien le acaricia el hombro, así que decide darse la vuelta.

—Dígame. —dice con el tono más amable que puede salir de su boca, y dándose cuenta que a la persona que tenía enfrente no era más que una pobre anciana decrepita, sin mala intención en su mirada, eso era claro.

—Mira muchacho. —dice cogiéndome ligeramente del brazo y señalándome unas pequeñas cajas— Ayuda a esta pobre anciana a cargar estos bultos. —dice, y aunque mi mente me grita que la empuje y siga con mi camino, mis piernas se dirigen hacia el punto de ayuda, dándome la vuelta solo para sonreírle a la anciana, mientras levanto alguna de las cajas.

Mientras camino escuchando las indicaciones de la anciana, mi mente recuerda a mi vieja madre, y se concentra en lo mucho y poco que se parece a esta vieja, pero una sensación extraña recorre mi cuerpo como una suave brisa cuando esta me sonríe. Mi cuerpo se detiene por unos segundos a observarla, sus ojos de una miel dulce, y esas bolsas de cansancio que se muestran debajo de estos, un pequeño remolino de cabellos blancos sostenidos por un viejo lazo negro desgastado, mi cuerpo vuelve a recobrar el movimiento siguiendo sus pasos.

—Es aquí muchacho. —dice dándome un golpe en el hombro para que voltease— Muchas gracias, ¿quieres pasar? —pregunta y automáticamente niego con la cabeza y doy pasos atrás— Vamos, déjame agradecerte de algún modo. —dice cogiéndome del brazo y arrastrándome hacía la puerta de una casa tan vieja como ella, pero que a la diferencia de la mía, aquí no hay ese terrible olor a miseria.

Al entrar me doy cuenta que se percibe una extraña sensación en el ambiente, una calidez que me hace la piel estremecer. Sigo adentrándome más y observando grandes cuadros de madera que cuelgan en la pared, como viejos reconocimientos a algo o alguien.

—Iré por una taza de té y unas galletas para ti, mi cielo. —dice en un tono tan dulce que me hace considerar la posibilidad de que quiera asesinarme y esto, no se trate más de una trampa, luego me doy cuenta de lo tonto que es el pensamiento y vuelvo a concentrarme en la casa, las paredes pintadas de un color naranja, y portarretratos que cuelgan de clavos desgastados y a punto de caer.

—Ella era mi hermana. —dice una voz a mi espalda que hace que salte, pero al voltear veo a la anciana con un plato de galletas y dos tazas de té en ambas manos, le sonrío y por instinto de ayuda cojo una de las tazas y la llevo a una pequeña mesa situada entre dos sofás, pero noto que ella aún se ha quedado delante de la pared— Ha pasado tanto, muchacho.

—¿Se encuentra bien? —le pregunto en tono suave y la ayudo con la otra taza— Y mi nombre es Tom, lo de muchacho, no me agrada mucho.

—Está bien, Tom. —dice recalcando mi nombre y luego dando un suspiro— Si, me encuentro bien, no le hagas caso a esta vieja y siéntate.

Le hago caso y me siento en uno de los sofás y después de mí, ella, me queda mirando como si esperara que dijera algo, pero no lo hago, no tendría nada que decirle, y vuelvo a caer en mi mente que esta vez está diciéndome "Has caído, eres un tonto" y sin entender exactamente a qué se refería vuelvo a adentrarme a la situación dejándome llevar por la vieja sensación de la calidez de un hogar.

EN MIS MANOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora