¿Solución?

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—Y cuéntame Tom, ¿Cómo has estado este tiempo?—dice en tono suave y con una ligera caricia sobre el brazo.

—No lo sé con certeza Padre, mi mente ha cambiado mucho durante estos meses fuera de aquí. —le respondo quitando su mano de mi hombro en una acción brusca.

—Podemos volver a empezar las veces que quieras, tus compañeros...—detiene sus palabras al darse cuenta de lo que ha dicho, y yo me pongo de pie tan rápido como puedas imaginar.

—¿Compañeros? —le pregunto mientras me acerco lo más posible a su rostro.

—Ellos lo sienten mucho, Tom. —dando dos pasos para alejarse de mí— Quizá sea un momento para empezar de nuevo. O quizás no.

—No pienso empezar de nuevo con nadie, y no creo que ellos deseen tener alguna relación conmigo.

—Ellos tienen los mismos problemas que tú, Tom. —dice dándome la espalda y caminando hasta el altar de la iglesia— Son chicos igual que tú.

—No es cierto, piensan que soy un monstruo, o algo mucho peor que eso. No me entienden, ni tratan de hacerlo. —digo acercándome a él.

—Tom, no puedes ir por la vida contándole los crímenes que has cometido a la gente que intenta acercarse a ti. —suspira— Solo logras que se vayan corriendo de tu lado.

—Pero, es que acaso, ¿debo mentir?. —vuelvo a meter mis manos en mi chaqueta y camino un paso más hacia él— ¿Es lo que debo hacer?

—Quizás sea la salida correcta, Tom

—Mentir nunca es la salida correcta, es solo meterte en un cuarto oscuro que con cada mentira se va haciendo más pequeño, hasta que sientes que te asfixias.

—Tienes razón, pero...—le interrumpo.

—Por supuesto que la tengo, es solo una tontería, a mi lista de tonterías. —veo como da la vuelta y coge algo que estaba sobre el altar.

—Saben de ti. —dice mostrándome el diario que tiene como portada principal la vieja casa de mi madre— Tienes que irte de aquí, Tom, mentir es la única salida ahora mismo. Y quizá durante un buen tiempo.

—No entiendo, ¿Cómo es posible?. —suspira y me coge de los hombros.

—No puedes ir degollando gente a tu paso y pretender que no lo noten. —dice y vuelve a darse la vuelta— Están ahí ahora mismo, buscándote en la oscuridad donde suponen que estás...

Por un momento dejo de escuchar su voz y vagos recuerdos empiezan a volver a mi mente, mis manos llenas de sangre, los ojos suplicantes de miles de personas vuelven a atormentarme, el olor a carne asada por la tarde hace que suspire, los gritos de suplica hacen que sonría, y vuelvo mi atención al Padre Abel.

—... necesitas irte, Tom. —dice estirando un papel arrugado hacía mi—Es un pasaje para Suramérica, nadie te buscara ahí.

—¿Y qué pasa si no lo hago? —digo y noto en su mirada preocupación.

—Pues probablemente termines como un animal muerto del bosque, quemado en la hoguera. —dice y vuelve a doblar el diario escondiendo la portada— Tus compañeros están esperándote.

—No lo haré.

Cuando empiezo a caminar hacía la salida de este lugar nauseabundo, mi mente recuerda el rostro arrugado de mi madre, sus ojos llorosos y sus caricias aparecen como recuerdos que me queman la piel, y bastó un segundo, para dar media vuelta y mirar al Padre Abel que ya tenía unas cuantas lagrimas corridas por sus mejillas, pero sonríe cuando le miro, y empiezo a correr a la vieja cochera de la iglesia.

Me detengo unos segundos a observarlos, sus miradas ahora ya no son como antes, ya no tienen odio, ni compasión, podría decir que no tienen expresión alguna, así que sigo caminando hacía el auto, y cuando estoy lo suficientemente cerca, regreso mi mirada al pueblo que me vio nacer, y por primera vez en toda mi vida, siento en carne propia la nostalgia. 

EN MIS MANOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora