¡Mañana ya se acaba febrero! No me puedo creer lo rápido que pasan los días. Aún parece que fue ayer cuando estábamos celebrando la Nochebuena en casa de Raúl y ya han pasado ¡2 meses!
Cada año nuevo parece que el tiempo pasa más y más rápido. Sobre todo, lo noto desde que tengo hijos. Me parece increíble la velocidad con la que crecen.
El otro día se me acerca Miguel para preguntarme, como siempre, por algo que no encuentra pero que no ha empezado a buscar, y al girarme me doy cuenta de que ¡es igual de alto que yo! Pero ¿cuándo pegó este último estirón? Y eso que yo no soy baja para mi generación: mido 1,70 metros, o eso medía antes, porque pienso que ya he empezado a encoger (a lo alto, porque a lo ancho me expando).
¡Pero si hace nada aún lo cogía en brazos para llevarlo a la cama cada noche que se quedaba dormido en el sofá! ¿Cómo es posible que estos doce años hayan pasado sin darme cuenta?
Y con Santi ya me pierdo. De los segundos ni te enteras: cuando te das cuenta han pasado del biberón a tener móvil en un pestañeo. Pero lo peor de todo es que dentro de dieciséis días cumplo un año más. Siempre me gustó cumplir años y celebrarlo por todo lo alto. Pero la verdad es que una vez que entras en esta década, cada vez que sumas uno te das cuenta de que empiezas la cuenta atrás: es como si los cuarenta fuesen el ecuador, por lo que una vez que los cumples comienzas a restar.
Todos mis compañeros dicen que los cuarenta de ahora son los nuevos treinta, pero claro, partimos de la base de que la mayoría están entrando en la cincuentena y que no se consuela quien no quiere.
Al pensar en esto, recuerdo que hace cinco minutos acaba de entrar en mi calendario de Outlook una reunión programada por Sergio para mañana con carácter urgente. ¡A saber de qué se trata! Todos los años, en el primer trimestre vienen los cambios. Mi empresa está en pleno proceso de expansión y quiere entrar con fuerza en el mercado mexicano, así que creo que se avecinan sorpresas.
Confirmo mi asistencia, que si no luego se me olvida. La verdad es que cada vez me dan más pereza estas reuniones. Se hacen eternas. Están bien por ver a los compañeros, ya que al ir poco por la oficina con algunos es difícil coincidir, pero lo malo es que se suelen prolongar con comidas que terminan casi a la hora de cenar.
Y teniendo en cuenta que ayer no fue un día muy productivo laboralmente hablando (aún me duraban los efectos de la resaca, a lo que se unió una visita a un cliente gruñón a trescientos kilómetros de distancia y ayudar a Manu y Sergio con los exámenes parciales), se me va a acumular aún más el chollo, si es que es posible.
6:00 p. m. Mientras espero a que Miguel y Santi terminen de preparar las bolsas de la ducha para sus entrenamientos de baloncesto, me doy cuenta de que hace ya seis días desde mi estreno en Mr. Fitness y de que no he vuelto a pisarlo. Paso por delante del baño y miro la báscula de reojo. No sé si debería subirme y arruinar lo que me queda de día. Desde el concierto del sábado se puede decir que el punto tres de mi lista quedó en stand-by y mi dieta, estos días, más que ligera podemos decir que estuvo formada por alimentos con elevadas dosis de azúcares variados.
¡66,6 kilos! ¡No me lo puedo creer! No solo no he conseguido mantener los cien gramos perdidos, sino que los he ganado multiplicados por dos. Hasta los dígitos se puede decir que forman un número diabólico. He dejado pasar ya la sexta parte del año y solo he fijado tres objetivos y cumplo uno de milagro (vamos, porque no se presentó la ocasión, que si no...).
- ¡Vamos, mami, que vamos a llegar tarde! —grita Santi desesperado. Ojalá tuviera la misma prisa por las mañanas para ir al colegio. Entonces es cuando puedo estar yo chillando media hora para que apuren sin resultado alguno.
- ¡Voy! ¡Voy! Un segundo, que estoy terminando de preparar mi bolsa para el gimnasio.
7:00 p. m. Una vez dentro de la sala de fitness y después de pensar unos cinco minutos, me decidí por la cinta. Me conecto a Netflix y coloco los cascos en las orejas, pero soy incapaz de concentrarme en el capítulo. No paro de pensar en el encuentro del sábado con Sebas: Después de la tercera copa y de bailar en el concierto como si no hubiese un mañana delante de él y su acompañante para demostrarle lo bien que me lo estaba pasando y lo poco que me importaba su presencia (lo sé, muy maduro), María y Manu consiguieron sacarme casi a rastras y acercarme hasta casa, ya que pillar el coche en mi estado no sería una buena idea.
¿Estará hoy por aquí? ¿Qué más me da que esté o no? Tengo que conseguir desconectar la idea de gimnasio con su persona. Eso no me aporta nada bueno.
Es más, tengo que reconocer que el cambio de aparato no fue porque me apeteciese más correr que pedalear, sino porque desde la cinta la panorámica de la sala es mejor.
Regreso a la realidad cuando veo en la pantallita del aparato los créditos que indican que el capítulo ha terminado. ¡Mierda! Tengo que ir pitando a la ducha, que si no voy a llegar tarde a recoger a los niños.
11:00 p. m. Me voy a la cama. Reconozco que estoy un poco decepcionada conmigo misma porque, en el fondo, me fastidió no ver a Sebas hoy. No sé qué esperaba. Tengo que conseguir cambiar eso y no sé cómo, porque está claro que así no avanzo.
Voy a poner varias alarmas, que mañana es la reunión y toca madrugar. Al coger el móvil suena el sonido de un SMS:
Al menos de la cinta te bajas con más gracia. Buenas noches. Que descanses.
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DIARIO DE UNA CUARENTAÑERA: Los propósitos de Sara #PGP2022 #CA2022
Romance¡DISPONIBLE KINDLE UNLIMITED LA HISTORIA COMPLETA! CADA JUEVES ➡️ NUEVO CAPÍTULO ♥️ Sara se siente joven a pesar de haber cumplido los 40. Nunca imaginó que su vida, a estas alturas, fuese tan caótica. Tiene un estresante trabajo en una multinacion...