Menuda mañana de domingo más improductiva. Mi mente no ha sido capaz de asimilar aún mi encuentro de ayer. ¡Si es que tengo una puntería...! No podía encontrarme con otra persona, no; ¡tenía que ser con él!
A Sebas lo conozco desde mi infancia. Siempre estuvo en mi pandilla, desde el instituto hasta que me fui a estudiar a la universidad. Durante esa época éramos inseparables. Luego, cada uno, por circunstancias de la vida, tomamos distintos caminos. Yo me fui a vivir a otra ciudad para iniciar mis estudios de economía, mientras que él se alistó en la Marina. Era un deportista excepcional, pero a la vez muy mal estudiante y su relación en casa con sus padres y su hermana era muy difícil. Era un chico con un carácter muy fuerte y chocaba mucho con su padre, ya que este confiaba en que Sebas lo sustituiría en la dirección del negocio familiar, cosa que no entraba en sus planes. Por eso, al cumplir los dieciocho, vio en alistarse una escapatoria.
Durante mi primer año de universidad mantuvimos contacto a través de las cartas que nos escribíamos. Aún las conservo y me hace gracia ver lo que han cambiado los tiempos y lo rápido que ha avanzado la tecnología. De aquellas, hace unos veinte años, no existían ni los móviles, ni internet y mucho menos las redes sociales, así que la única forma de mantener el contacto era por cartas escritas de nuestro puño y letra. Al principio eran bastante constantes, pero con el tiempo nuestras nuevas vidas, nuevas amistades y rutinas se fueron espaciando cada vez más y más hasta que sin darnos cuenta dejamos de escribir.
Fue hace unos diez años, una mañana de verano, cuando, estando embarazada de ocho meses de Santi, salía de casa toda apurada junto a Javier, con Miguel agarrado a mi falda y cargada con todas las bolsas de la playa. Al mirar al frente vi como dos increíbles y conocidos ojos negros se encontraban clavados en mí. Allí, frente a mi portal, se encontraba Sebas, más guapo que nunca, increíblemente musculado, con una camisa blanca que marcaba sus perfectos bíceps tatuados y resaltaba su morena piel, apoyado en su flamante BMW. De repente, miles de recuerdos vinieron a mi mente: aquellas tardes en el parque con diecisiete años de risas y confidencias, nuestras llamadas, las cuales duraban horas para cabreo de mi padre, poniéndonos al día de nuestros líos amorosos, noches de discotecas y copas que terminaban acompañándome a casa al amanecer. Verlo allí era como retroceder veinte años en el tiempo. Y solamente había buenos recuerdos. Nunca había pasado nada entre nosotros. Éramos amigos, más que eso incluso. Era mi confidente y siempre estábamos juntos. Todo el mundo que nos conocía, incluso nuestros propios amigos de la pandilla y hasta alguna de nuestras parejas de entonces, daba por hecho de que entre nosotros había algo más. Pero no era cierto. Por aquel entonces, nuestra amistad era sincera. Y preciosa.
Pero ahí estaba ahora. Mirándome de una forma muy distinta a la que recordaba. Pasaron unos segundos que se me hicieron eternos. Me gustaría acercarme y preguntarle mil cosas. De repente, sentí la necesidad de saber todo de él, qué había pasado en su vida en todos estos años. Pero un tirón de mi falda me devolvió a la realidad.
—Mami, ¿cogiste el cubo y el rastrillo de Pocoyó? —preguntó Miguel con su preciosa vocecilla.
—Claro, cariño, está en mi mochila —le contesté, desviando rápido la mirada de Sebas al darme cuenta de que Javier me empezaba a mirar con un gesto conocido que lo único que indicaba era que después íbamos a tener problemas.
Y es que el principal motivo de mi separación fueron los celos de Javier. Es un hombre muy posesivo y dominante. Y digo «es» porque ahora, con la edad, me doy cuenta de que las personas no cambiamos. Podemos amoldarnos o intentar controlar nuestro carácter, pero hay determinados comportamientos y actitudes que nos van a acompañar el resto de nuestra existencia. Y Javier, desde que lo conocí, siempre fue igual. Lo único que cambió fue mi manera de percibirlo: al principio, para mí, sus celos eran un halago que me demostraba que me quería solo para él y lo mucho que yo le importaba porque no quería compartirme con nadie más. Con el paso del tiempo me fui dando cuenta de que no eran sanos: me aislaba, me controlaba, no soportaba pensar que había tenido un pasado y que había estado con otros hombres y las discusiones eran cada vez más frecuentes. Y a mí lo único que me preocupaba era no discutir, que Miguel fuese feliz y que no viese que sus padres se peleaban. Por eso cedía a sus deseos y adopté el papel de madre y esposa ejemplar, apartando al resto del mundo de nosotros, incluida a mi propia familia.
Fue por eso por lo que en ese momento, hace diez años, lo único que pude hacer al ver a Sebas fue apartar el rostro y no decir nada. Ni un saludo, ni una sonrisa confidente, ni un gesto que le indicase a Sebas la alegría que me producía nuestro reencuentro.
Pero como comprenderéis después de sus palabras de ayer al encontrarnos en la recepción del gimnasio, esa no fue la última vez que nos vimos. Hubo más, muchas más. Un total de cinco años de tortuosa relación que terminó hace un año, cinco meses y once días con un simple mensaje de WhatsApp.
****************************************************************************************
*POR FAVOR, DEJADME VUESTROS COMENTARIOS Y VOTOS!! AGRADEZCO ENORMEMENTE VUESTRAS OPINIONES. GRACIAS Y ESPERO QUE OS GUSTE 😘*
![](https://img.wattpad.com/cover/138575735-288-k26938.jpg)
ESTÁS LEYENDO
DIARIO DE UNA CUARENTAÑERA: Los propósitos de Sara #PGP2022 #CA2022
Romance¡DISPONIBLE KINDLE UNLIMITED LA HISTORIA COMPLETA! CADA JUEVES ➡️ NUEVO CAPÍTULO ♥️ Sara se siente joven a pesar de haber cumplido los 40. Nunca imaginó que su vida, a estas alturas, fuese tan caótica. Tiene un estresante trabajo en una multinacion...