7:30 a.m. Es la tercera vez que apago la alarma. Últimamente, cada vez que llega un viernes, más que levantarme, me arrastro literalmente fuera de la cama. Miro el móvil y me doy cuenta de que o espabilo o se me va a complicar toda la mañana. Lo que más me sorprende es la nitidez con la que veo la pantalla y lo secos que noto los ojos.
- ¡NO! Otra vez he vuelto a quedarme dormida con las lentillas puestas ¡Qué desastre!
No os lo había contado, pero soy miope. No hasta el punto de no ver un burro a cuatro pasos, pero sí lo suficiente como para acercarme lo necesario la etiqueta de la crema corporal a la nariz para no echármela en el pelo a modo de champú. Ahora todo el mundo está con la fiebre de operarse de la vista. Yo la verdad es que ni me lo planteo, porque entre el miedo que me dan los quirófanos y que dada mi edad en pocos años tendré ya presbicia y volveré a necesitar gafas, me parece innecesario.
Intentando encontrar el lado positivo, me acabo de acordar que tengo que pasar por la óptica a recoger las gafas nuevas que tengo encargadas, ya que las últimas se me rompieron ya hace unos cinco meses y hasta la semana pasada no encontré el momento de ir a mirar unas nuevas. Fue una de las compras más rápidas de mi vida. Acababa de dejar a los niños en sus entrenamientos correspondientes y aproveché ese intervalo de tiempo para ir al centro comercial a hacer la compra ya que, en mi nevera, empezaban a salir telarañas. Nada más subir las escaleras mecánicas del parking, allí estaba la óptica. En cinco minutos tenía elegido el modelo de montura, el tipo de cristal y realizado el pago. La dependienta me miraba con cara de perplejidad: pienso que aún está intentando entender cuáles fueron sus armas comerciales secretas.
12:00 p.m. La mañana transcurre bastante tranquila. Al final no he programado ninguna visita ya que he decidido quedarme a trabajar desde casa para adelantar algunos asuntos pendientes. Esto implica que la semana que viene va a tocar hacer muchos kilómetros, pero espero que al menos un buen número de los 169 e-mails que están en negrita en mi bandeja de entrada pase a mejor vida.
1:15 p.m. Vibra mi móvil. Se trata de un WhatsApp de Javier que indica que coge él hoy a los niños para comer.
La verdad es que cuando nos separamos, sobre todo las primeras semanas, lo único que podía pensar era lo duro que sería separarme sólo unas horas de Miguel y Santi. En esos momentos, Javier luchaba por verlos lo máximo posible. Luego me di cuenta que sólo lo hacía porque sabía que a mí me dolía separarme de ellos y no porque fuese su deseo estar cambiando pañales y recogiendo juguetes durante horas. De hecho, esos deseos de pasar horas con ellos, con el paso de los años se fue diluyendo y a día de hoy se ajusta a sus sábados y domingos cada dos semanas y para eso, no siempre puede.
El hecho de recibir hoy este mensaje se debe a que estos carnavales pasados le tocaba a él disfrutarlos con los niños, pero dos semanas antes empezó una relación con una nueva veinteañera y decidió que sería una buena forma de empezar pasando el día de San Valentín con ella en Venecia.
Aquí es dónde me doy cuenta de que yo debo de ser el fallo ya que conmigo no lo celebraba ¡A pesar de ser el aniversario de nuestra pedida! El cariño se demuestra todos los días, no uno impuesto – decía. Menudo morro. Y ahora lo celebra en una góndola, mientras el remero les canta una serenata a los tortolitos. Aunque si lo pienso bien, lo más probable es que encima sea ella quién lo haya organizado. Y si no es así, al menos, pensarlo, algo me consuela. Así que cambio de planes. Que conste que en el fondo me alegré. Todo el mundo me dice que tengo que imponerme y no puedo ceder siempre, que tiene que hacerse cargo, pero en el fondo cada vez que me dice que no puede recogerlos me alivia. Sé que necesito que mis días tengan más horas, pero todo el tiempo que paso con ellos me parece poco.
Siempre pienso que, como es lógico, en unos años preferirán pasar el tiempo con sus amigos, novias o hobbies antes que conmigo. Necesito aprovechar este momento aunque ello suponga seguir haciendo la compra en las gasolineras a horas intempestivas, hacer unos seis viajes al día en coche para recogerlos del colegio y llevarlos a entrenar, no pisar la peluquería en seis meses y andar con mechas californianas obligadas o tardar otros cinco en comprar unas gafas nuevas, ya que Jordan, el Golden Retriever que le regalé a Miguel cuando cumplió los nueve años, decidió un día que las viejas eran el juguete perfecto para pasar una noche divertida.
Ya que hoy tenía programada la nueva fase de cambio, este WhatsApp ha encontrado el hueco necesario para que esta noche pueda caer dormida y despertarme sin las lentillas puestas ¡Al fin voy a ir a recoger las gafas nuevas!
7:00 p.m. Aún me cuesta acostumbrarme a ellas. Ha sido recogerlas y sentir la necesidad de ir al baño del centro comercial a quitarme mis lentillas diarias y estrenarlas. No puedo evitar ir mirándome en todos los escaparates para ver si acerté con el modelo. ¿Sería muy precipitada la elección? Ya que estoy en pleno proceso de cambio, es muy importante que haya invertido bien el dinero en unas gafas que me favorezcan ya que no voy a perder tiempo en los próximos diez años en dedicar otros cinco minutos a la compra de otras (siempre y cuando Jordan no decida comerse estas también, claro).
Es una de las cosas que me gusta de esta edad. Cuando eres adolescente, tener que llevar gafas es un trauma y puede llegar a crearte un complejo horroroso y que los niños del colegio te humillen y se metan contigo. Ya no podrás entrar en el grupo de los guais ni de los populares. Estás sentenciado. Sin embargo, ahora con cuarenta, ya no son gafas, son complementos que te dan un aire más intelectual e incluso te hacen más interesante. Siempre y cuando aciertes con el modelo, claro.
11:30 p.m. Al fin en casa. Al final es cierto que hoy un poquito he contribuido al cambio; o al menos algún avance he hecho. Una hora de recados en el centro comercial, tres llamadas telefónicas contestadas a mi madre en tiempo y hora, los niños ya cenados, 85 e-mails menos en la bandeja de entrada y hasta me he permitido el lujo de darles un paseo de media hora hasta la playa a los dos peludos de cuatro patas.
A esto le llamo yo terminar bien el día. Ahora solamente me queda empezar bien el fin de semana. Tengo tarea programada: realizar mi lista de propósitos. Siempre me ha gustado hacer listas para todo. Pero mi problema es, que cuando veo que la lista no decrece me empiezo a estresar y acabo por abandonarla. Pero esta vez va a ser diferente. Necesito marcarme pequeñas metas. Siempre pensé que, cuando llegase a los cuarenta, haría una lista con todos aquellos sueños que me quedasen por cumplir.
Porque los sueños son lo más importante que tenemos en la vida. Son los que te fijan la dirección a seguir, lo que da sentido a las cosas que haces. Si no nos fijamos unas metas que alcanzar, estaríamos siempre entrando y saliendo de situaciones y vidas paralelas, sin una finalidad y sin sentirnos completos.
Así que voy a empezar a fijar los objetivos de mi lista. No quiero que sea muy larga, ni que dichos objetivos sean a muy largo plazo. Mi primera idea era hacer una lista que fuese desde los 40 a los 50, que abarcase toda la década, pero sé que así morirá en el intento. Lo mejor será comenzar con pequeños propósitos realistas que crea que puedo cumplir y de esa forma me motive a continuar.
Aunque con el sueño que tengo, casi mejor la empiezo mañana...
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DIARIO DE UNA CUARENTAÑERA: Los propósitos de Sara #PGP2022 #CA2022
Romantizm¡DISPONIBLE KINDLE UNLIMITED LA HISTORIA COMPLETA! CADA JUEVES ➡️ NUEVO CAPÍTULO ♥️ Sara se siente joven a pesar de haber cumplido los 40. Nunca imaginó que su vida, a estas alturas, fuese tan caótica. Tiene un estresante trabajo en una multinacion...